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Cerré los ojos, hice un esfuerzo para centrarme y me levanté.

Minutos más tarde salté un tronco putrefacto, rodeé un grupo de rododendros y, como no parecía encontrarme más cerca de las voces, me detuve para intentar orientarme. El sonido apagado de una sirena me confirmó que la operación de rescate se estaba desarrollando en alguna zona más allá de una colina que se alzaba hacia el este del bosque.

Excelente forma de encontrar el camino, Brennan.

Pero no había tenido tiempo de informarme. Los primeros en responder a los accidentes aéreos o desastres similares, son habitualmente personas bien intencionadas pero escasamente preparadas para tratar con gran cantidad de víctimas. Yo viajaba de Charlotte a Knoxville, cerca de la frontera estatal, cuando me pidieron que me dirigiera de inmediato hacia el lugar donde se había producido el accidente. Entonces giré en un cambio de sentido en la I-40, tomé un atajo hacia el sur en dirección a Waynesville, luego al oeste a través de Bryson City, una pequeña población de Carolina del Norte situada aproximadamente a 280 km al oeste de Charlotte, 80 km al este de Tennessee y 80 km al norte de Georgia. Había seguido por la autopista del condado hasta donde acababa el mantenimiento estatal, luego había continuado por un camino de grava del Servicio Forestal que ascendía serpenteando por la montaña.

Aunque había recibido instrucciones bastante precisas, sospechaba que debía haber una ruta mejor, tal vez un estrecho camino forestal que me permitiera un mejor acceso al valle contiguo. Por un momento consideré la posibilidad de regresar al coche pero luego decidí seguir el camino. Tal vez las personas que ya se encontraban en el lugar del accidente habían llegado caminando a través del bosque igual que yo. El camino del Servicio Forestal no parecía continuar hacia ninguna parte más allá del punto donde había dejado el coche.

Después de una agotadora ascensión, me aferré al tronco de un pino, apoyé un pie con fuerza y conseguí izarme hasta un saliente rocoso. Al incorporarme me topé de golpe con los ojos de una muñeca de trapo, una Raggedy Ann. La muñeca colgaba boca abajo con el vestido enganchado en las ramas bajas del voluminoso pino.

Una imagen de la muñeca de mi hija cruzó por mi cabeza y extendí la mano.

¡No lo hagas!

Bajé el brazo, consciente de que todos y cada uno de los objetos debían ser clasificados y registrados antes de recogerlos. Sólo entonces alguien podría reclamar el triste recuerdo.

Desde mi posición en el saliente tenía una excelente visión de lo que probablemente era el lugar donde se había estrellado el avión. Podía ver un motor, medio enterrado entre la hoja rasca junto a otros restos, y lo que parecían ser piezas de una ala. Una sección del fuselaje tenía la parte inferior arrancada, como un diagrama en un manual de instrucciones para maquetas de aviones. A través de las ventanillas se podían ver los asientos, aunque algunos de ellos estaban ocupados, la mayoría estaban vacíos.

Trozos de cuerpos y del aparato cubrían el paisaje como si fuesen desechos en un vertedero. Desde donde me encontraba, los fragmentos humanos cubiertos de piel parecían asombrosamente pálidos, contrastaban con el fondo compuesto por el suelo del bosque, visceras y partes del avión. Diversos objetos colgaban de los árboles o se esparcían enredados en ramas y hojas. Tela. Alambre. Planchas de metal. Material aislante. Plástico.

Los efectivos de la policía local y los voluntarios ya habían llegado y estaban acordonando el lugar y buscando supervivientes. Algunos buscaban entre los árboles, otros extendían una cinta amarilla alrededor del perímetro del terreno donde se encontraban los restos del aparato accidentado. Llevaban chaquetas amarillas con la leyenda «Departamento del Sheriff del Condado de Swain» en la espalda. Otros sólo vagaban por el lugar o estaban reunidos en pequeños grupos, fumando, hablando o mirando el desolador espectáculo que tenían ante los ojos.

Más allá, entre los árboles, se veían destellos de luces rojas, azules y amarillas, marcando la ubicación de la ruta de acceso que yo no había sido capaz de encontrar. Imaginé los coches patrulla, los camiones de bomberos, las ambulancias, los furgones de los equipos de rescate y los vehículos de los voluntarios que mañana obstruirían esa carretera.

En ese momento el viento cambió de dirección y el olor a humo se hizo más intenso. Me volví y descubrí una delgada columna de humo negro que ascendía un poco más allá de la siguiente colina. Sentí que se me formaba un nudo en el estómago, ya que me encontraba lo bastante cerca como para detectar otro olor que se mezclaba con el olor ácido y penetrante del humo.

Como antropóloga forense, mi trabajo consiste en investigar las muertes violentas. He examinado centenares de víctimas del fuego para jueces y forenses y conozco muy bien el olor a la carne carbonizada. En el siguiente barranco había cuerpos humanos que todavía se estaban quemando.

Hice un esfuerzo para tragar saliva y volví a concentrarme en la operación de rescate. Algunas de las personas que habían permanecido inactivas se movían ahora por la zona del desastre. Vi que uno de los ayudantes del sheriff se inclinaba para inspeccionar unos restos esparcidos a sus pies. Se irguió y un objeto lanzó destellos en su mano izquierda. Otro de los ayudantes había comenzado a apilar otros restos.

– ¡Mierda!

Comencé a descender la colina, aterrándome a las ramas bajas y zigzagueando entre árboles y grandes rocas para mantener el equilibrio. El terreno era muy empinado y un tropezón podía convertirse en una peligrosa zambullida de cabeza.

A pocos metros del pie de la colina tropecé con una plancha de metal que se deslizó y me lanzó por los aires como si fuese uno de esos crios que se tiran en sus tablas entre dos toboganes. Caí pesadamente a tierra y comencé a rodar colina abajo, arrastrando conmigo una avalancha de piedras, ramas, hojas y pinaza.

Para frenar la caída busqué desesperadamente algún punto donde asirme, me desgarré las palmas de las manos y me rompí algunas uñas antes de que mi mano izquierda chocara contra algo sólido y consiguiera aferrarme con los dedos a ello. Sentí un dolor agudo en la muñeca cuando soportó todo el peso de mi cuerpo interrumpiendo mi movimiento descendente.

Me quedé colgada un momento, luego giré sobre un costado, me apoyé en ambas manos y conseguí sentarme. Alcé la vista sin soltarme de mi providencial punto de apoyo.

El objeto que había conseguido frenar mi caída era una larga barra de metal que formaba un ángulo recto desde la roca que se apoyaba en mi cadera hasta un tronco cortado unos metros colina arriba. Me afiancé con ambos pies, hice una prueba para ver si podía levantarme y me las arreglé para recuperar la posición vertical. Me limpié la sangre de las manos en las perneras del pantalón, volví a sujetarme la cazadora a la cintura y continué descendiendo hasta llegar a terreno llano.

Una vez allí aceleré el paso. Aunque la superficie distaba bastante de ser firme, al menos ahora la fuerza de la gravedad estaba de mi parte. Al llegar a la zona acordonada, levanté la cinta amarilla y pasé por debajo.

– Un momento, señora. No tan rápido.

Me detuve y me volví. El hombre que había hablado llevaba una chaqueta del Departamento del Sheriff del Condado de Swain.

– Estoy con el DMORT.

– ¿Qué demonios es el DMORT?

– ¿Está el sheriff en el lugar de accidente?

– ¿Quién lo pregunta?

El ayudante del sheriff tenía una expresión tensa y los labios, apretados, formaban una delgada línea. Llevaba una gorra de caza anaranjada encasquetada hasta las cejas.

– La doctora Temperance Brennan.

– No vamos a necesitar a ningún médico por aquí.

– Mi trabajo consiste en identificar a las víctimas.

– ¿Tiene alguna credencial?

Cuando se produce un desastre de proporciones masivas, cada agencia gubernamental tiene responsabilidades específicas. La Oficina de Preparación para Emergencias, OEP, gestiona y dirige el Sistema Médico para Desastres Nacionales, NDMS, que proporciona la respuesta médica, la identificación de las víctimas y los servicios funerarios en el caso de un accidente con gran número de víctimas.