– ¿Crees que ese pie es muy importante?
– Creo que no coincide con ninguno de los pasajeros de la lista. Por esa razón estaba echando un vistazo cerca de la casa.
– Por la edad.
– En parte. También parecía estar más descompuesto.
– ¿Puedes probar la edad?
– ¿A qué te refieres?
– ¿Estás completamente segura de que ese pie pertenece a una persona mayor?
– No.
– ¿Existe alguna otra prueba que pueda establecer con mayor exactitud tu cálculo de la edad?
Pete, el abogado.
– Comprobaré la histología una vez que se hayan examinado las muestras.
– ¿Cuándo será eso?
– La preparación de las diapositivas está llevando…
– Ve allí mañana mismo. Consigue esas diapositivas. No te marches hasta que no tengas la talla de camisa de ese tío y el nombre de su corredor de apuestas.
– Podría intentarlo.
– Hazlo.
Pete tenía razón. Me estaba comportando como una novata.
– Luego identifica al hombre del pie y méteselo a Tyrell por el culo.
– ¿Cómo hago eso?
– Si el pie no procedía del avión, debe pertenecer a alguien de por allí.
Esperé.
– Comienza por averiguar a quién pertenece esa propiedad.
– ¿Y cómo hago eso?
– ¿El FBI ha examinado el lugar?
– Están participando en la investigación del accidente, pero hasta que no exista una prueba tangible de sabotaje, el FBI no está oficialmente a cargo del caso. Además, considerando mi situación actual, dudo que compartan sus teorías conmigo.
– Entonces investiga por tu cuenta.
– ¿Cómo?
– Comprueba el título de propiedad y los registros de impuestos en el tribunal del condado.
– ¿Puedes echarme una mano?
Tomé notas mientras Pete hablaba. Cuando acabó, mi determinación había vuelto. Basta de lamentos y autocompasión, examinaría ese pie hasta conocer todos los detalles de la vida de su dueño. Luego averiguaría de dónde procedía, le añadiría una identificación y lo pegaría en la frente de Tyrell.
– Te lo agradezco mucho, Pete.
Me incliné y le besé en la mejilla. Sin dudarlo, Pete me atrajo hacia él. Antes de que pudiese apartarme, me devolvió el beso en la mejilla, luego otro, luego sus labios se deslizaron por el cuello, la oreja y la boca. Pude oler la familiar mezcla de sudor y Aramis, y un millón de imágenes se agolparon en mi cerebro. Sentía los brazos y el pecho que había conocido durante veinte años, que alguna vez sólo me habían abrazado a mí.
Me encantaba hacer el amor con Pete. Siempre había sido así, desde aquel terremoto mágico en su diminuta habitación en la Clarke Avenue en Champaign, Illinois, hasta los últimos años, cuando se volvió más lento, más profundo, una melodía que yo conocía tan bien como las curvas de mi propio cuerpo. Hacer el amor con Pete era algo abarcador. Era pura sensación y abandono absoluto. Y eso era lo que necesitaba ahora. Necesitaba eso que era familiar y consolador, la aniquilación de mi conciencia, la detención del tiempo.
Pensé en mi apartamento silencioso y vacío. Pensé en Lárice y su «gente poderosa», en Ryan y la desconocida Danielle, en la separación y la distancia. Entonces la mano de Pete se deslizó hacia mis pechos.
Que los jodan a todos, pensé. Luego no pensé en nada más.
Capítulo 9
Me desperté con el insistente sonido de un teléfono. Pete había cerrado las persianas y la habitación estaba tan oscura que necesité varias llamadas para poder localizarlo.
– Reúnete conmigo esta noche en Providence Road Sundries y te invitaré a una hamburguesa.
– Pete, yo…
– Está bien, veo que no te apetece. Encontrémonos en Bijoux.
– No se trata del restaurante.
– ¿Mañana por la noche?
– Creo que no.
La línea permaneció un momento en silencio.
– ¿Recuerdas cuando se averió el Volkswagen e insistí en que continuásemos el viaje?
– De Georgia a Illinois sin faros delanteros.
– No me dirigiste la palabra durante casi mil kilómetros.
– No es lo mismo, Pete.
– ¿No lo pasaste bien anoche?
Había sido maravilloso.
– No se trata de eso.
Se oyeron algunas voces de fondo y miré el reloj. Las ocho y diez.
– ¿Estás trabajando?
– Sí, señora.
– ¿Por qué me has llamado?
– Me pediste que te despertase.
– Oh. -Una vieja rutina-. Gracias.
– No hay problema.
– Y gracias por cuidar de Birdie.
– ¿Ya ha dado señales de vida?
– Brevemente. Parece inquieto.
– El viejo Bird tiene nuevas costumbres.
– A Birdie nunca le gustaron los perros.
– O los cambios.
– O los cambios.
– Algunos cambios son buenos.
– Sí.
– Yo he cambiado.
Ya había escuchado antes esas mismas palabras. Las había dicho después de acudir a una cita con un periodista de tribunales tres años antes, por una historia con un corredor de fincas. No esperaba que las repitiese.
– Aquélla fue una mala época para mí -continuó.
– Sí. Para mí también.
Colgué el teléfono y tomé una larga ducha, reflexionando sobre nuestros defectos. Pete siempre estaba allí cuando yo necesitaba consejo, apoyo y consuelo. Había sido mi cojín de seguridad, la calma que yo necesitaba después de un día de tormenta. Nuestra ruptura había sido devastadora, pero también había sacado a la luz una fuerza que yo jamás había sospechado que tenía.
O utilizado alguna vez.
Cuando me hube secado y envuelto el pelo con una toalla, me estudié detenidamente delante del espejo.
Pregunta: ¿En qué estaba pensando la noche anterior?
Respuesta: No pensaba. Estaba irritada, dolida, vulnerable y sola. Y hacía mucho tiempo que no había tenido relaciones con nadie.
Pregunta: ¿Volvería a suceder?
Respuesta: No.
Pregunta: ¿Por qué no?
¿Por qué no? Aún amaba a Pete. Le había amado desde la primera vez que mis ojos se posaron sobre él, descalzo y con el pecho desnudo sentado en la escalinata de la biblioteca de la Facultad de Derecho. Le había amado mientras me mentía sobre Judy y luego Ellen. Le había amado mientras metía mis cosas en una maleta y me marchaba de nuestra casa hace dos años.
Y obviamente seguía encontrándole terriblemente sexy.
Mi hermana, Harry, tiene una expresión para eso. Tonta del culo. Aunque amo a Pete y lo encuentro sexy, no soy una tonta del culo. Por eso no volvería a suceder.
Limpié con la mano el vapor que empañaba el espejo, recordaba a la antigua yo mirándome ahí mismo. Cuando nos mudamos a esa casa llevaba el pelo rubio, largo y liso sobre los hombros. Ahora lo llevo corto y ya no tengo el aspecto de una surfista. Pero las canas comienzan a invadir el pelo y pronto tendré que recurrir al tinte marrón de Clairol. Las arrugas han aumentado y se han vuelto más profundas alrededor de los ojos, pero mi barbilla aún se mantiene firme y mis párpados no se han caído.
Pete siempre dice que mi trasero era mi rasgo más destacado. Eso, también, ha permanecido en su sitio, aunque ahora requiere de algún esfuerzo. Pero, a diferencia de muchos de mis contemporáneos, ni tengo unas mallas de gimnasia Spandex ni he contratado los servicios de un entrenador personal. No tengo ni bicicleta estática ni cinta caminadora, ni máquina de musculación. No asisto a clases de aeróbic o kickboxing y hace más de cinco años que no participo en una carrera organizada. Voy al gimnasio en camiseta y pantalones cortos del FBI, sujetos a la cintura con un cordel. Corro o nado, levanto pesos durante unos minutos y me marcho. Cuando hace buen tiempo salgo a correr por las calles y el parque.
También he tratado de controlar lo que como. Una ración diaria de vitaminas. Carne roja no más de tres veces por semana. Comida basura no más de cinco.