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Estaba poniéndome las bragas cuando sonó el móvil. Corrí al dormitorio, volqué el contenido del bolso, cogí el teléfono y apreté el botón.

– ¿Dónde te has metido?

La voz de Ryan me resultó absolutamente inesperada. Dudé un momento, las bragas en una mano, el teléfono en la otra, sin saber qué responder.

– ¿Hola?

– Estoy aquí.

– ¿Aquí dónde?

– En Charlotte.

Hubo una pausa. Ryan la rompió.

– Todo esto es un montón de mier…

– ¿Has hablado con Tyrell?

– Brevemente.

– ¿Le describiste la escena de los coyotes?

– Con pelos y señales.

– ¿Y qué te dijo?

– Gracias, señor.

Ryan imitó el acento del examinador médico.

– Esto no ha sido idea de Tyrell.

– Hay algo que no encaja en todo esto.

– ¿A qué te refieres?

– No estoy seguro.

– ¿Qué es lo que no encaja?

– Tyrell estaba nervioso. Hace apenas una semana que le conozco, pero no es un comportamiento normal en ese tío. Hay algo que no le deja en paz. Él sabe que tú no manipulaste los restos y también sabe que Earl Bliss te ordenó que vinieses la semana pasada.

– ¿Entonces quién está detrás de esa queja?

– No lo sé, pero puedes estar segura de que lo averiguaré.

– No es tu problema, Ryan.

– No.

– ¿Algún avance en la investigación?

Cambié de tema. Oí el chasquido de una cerilla al encenderse, luego una profunda inhalación.

– Simington comienza a parecer una buena elección.

– ¿El tío que había asegurado a su esposa en varios millones?

– Es mejor que eso. El flamante viudo posee una compañía que se dedica a la construcción de autopistas.

– ¿Y?

– Fácil acceso a plástico X.

– ¿Plástico X?

– Explosivo plástico. Ese material se utilizó en Vietnam, pero ahora se vende a la industria privada para construcción, minería y demoliciones. Diablos, los granjeros pueden conseguirlo para volar tres tocones.

– ¿Los explosivos no se controlan estrictamente?

– Sí y no. Las normas para su transporte son más severas que las relativas a su almacenamiento y uso. Si se está construyendo una autopista, por ejemplo, necesitas contar con un camión especial escoltado y una ruta previamente establecida que evite las áreas urbanas. Pero una vez que los explosivos han llegado a su destino se almacenan habitualmente en una bóveda móvil en medio de un campo con la palabra explosivo escrita en caracteres grandes y visibles.

»La compañía contrata a algún viejo como guardia y le paga el salario mínimo, principalmente para no tener problemas con el seguro. Esas bóvedas pueden ser robadas, cambiadas de lugar o simplemente desaparecer.

Ryan dio una calada y expulsó el humo.

– Se supone que los militares deben dar cuenta de cada gramo de esos explosivos, pero los tíos de la construcción no tienen que llevar un registro tan preciso. Digamos que alguien coge diez cartuchos, usa tres cuartas partes de cada uno y se guarda el resto. Nadie se entera. Todo lo que ese tío necesita es un detonador y ya está en el negocio. O puede vender el material en el mercado negro. Siempre hay demanda de explosivos.

– Suponiendo que Simington haya robado explosivos, ¿podría haberlos subido a bordo del avión?

– Aparentemente no es tan difícil. Los terroristas acostumbraban coger el plástico, lo aplanaban hasta que tuviese el grosor de un fajo de billetes y lo guardaban en la cartera. ¿Cuántos guardias de seguridad comprueban los billetes que uno lleva en la cartera? Y actualmente puedes conseguir un detonador eléctrico del tamaño de un paquete de tabaco. Los terroristas libios que volaron el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie consiguieron introducir el explosivo en un estuche de casette. Simington podría haber encontrado la manera de hacerlo.

– ¡Caray!

– También he recibido noticias de la belle province. A principios de esta semana un grupo de vecinos comenzó a sospechar de la presencia de un Ferrari aparcado en su calle. Se supone que los deportivos que cuestan más de cien mil dólares no pasan la noche en esa parte de Montreal. Resultó todo un hallazgo. La policía encontró al propietario del coche, un tal Alain el Zorro Barboli, metido en el maletero con dos balazos en la cabeza. Barboli era miembro de los Rock Machine y tenía conexiones con la mafia siciliana. Carcajou lo descubrió. La Operación Carcajou era una fuerza de operaciones integrada por varias agencias dedicada a investigar a las bandas de motoristas que pululaban por la provincia de Quebec. Yo había trabajado con ellos en varios asesinatos.

– ¿Carcajou piensa que el asesinato de Barboli fue una venganza por Petricelli?

– O Barboli estuvo implicado en el asesinato de Petricelli y los peces gordos están eliminando a los testigos. Eso sí fue un asesinato.

– Si Simington robó explosivos, los Ángeles del Infierno no tendrían ningún problema.

– Igual que comprar Cheez Whiz en el Seven-Eleven. Escucha, porque no vuelves aquí y le dices a ese Tyrell…

– Quiero comprobar unas muestras óseas para estar segura de que mi cálculo de la edad del pie es correcto. Si ese pie no salió del avión, los cargos por irrupción ilegal serán irrelevantes.

– Hablé con Tyrell de tus sospechas sobre ese pie.

– ¿Y?

– Y nada. No le dio importancia.

Volví a sentir una punzada de ira.

– ¿Has encontrado algún pasajero que no figurase en la lista?

– No. Hanover jura que los viajes sin cargo están estrictamente regulados. Si no hay billete, no hay viaje. Los empleados de TransSouth Air que hemos entrevistado confirman la versión de su jefe.

– ¿Alguien que pudiera transportar trozos humanos?

– Ningún anatomista, antropólogo, pedicuro, cirujano ortopédico o viajante de calzado ortopédico. Y el caníbal de Milwaukee, Jeffrey Dahmer, no está rondando por aquí, por ahora.

– Ryan, eres un tío francamente divertido.

Hice una pausa.

– ¿Han identificado a Jean?

– Petricelli y él siguen entre los desaparecidos.

– Le encontrarán.

– Ya.

– ¿Estás bien?

– Firme como un clavo. ¿Qué me dices de ti? ¿No te sientes sola?

– Estoy bien -dije, mirando la cama que acababa de dejar.

Carolina del Norte posee un sistema de forenses centralizado, con su cuartel general en Chapel Hill y oficinas regionales en Winston, Salem, Greenville y Charlotte. Debido a cuestiones geográficas, y a su disposición física, la sección de Charlotte, MCME, llamada forense del condado de Mecklenburg, fue elegida para procesar los especimenes recogidos en el depósito provisional de Bryson City. Un técnico había viajado desde Chapel Hill y se había instalado una unidad de histología temporal.

El forense del condado de Mecklenburg forma parte del Centro de Servicios del Condado Harold R. Hal Marshall, que se alza a ambos lados de College Street entre la Novena y la Décima, justo en el límite del sector residencial de la ciudad. La sede de las instalaciones fue en otra época un Garden Center de Sears. Aunque se trata de un huérfano arquitectónico, es moderno y eficiente.

Pero la propiedad del Hal puede estar amenazada. Olvidada durante años, la tierra sobre la que se alza el centro, con vistas a las urbanizaciones, tiendas y locales nocturnos, ha despertado el interés de los constructores como una zona más apta para la expansión comercial que para su uso como oficinas del condado, aparcamientos y depósito. Pronto florecerían tarjetas oro de American Express, expendedores de cappuccino y clubes de los Hornets y los Panthers en un paisaje donde antes dominaban escalpelos, camillas y mesas de autopsia.

Veinte minutos después de haber podido ponerme finalmente las bragas, aparqué en el MCME. Al otro lado del College, los vagabundos recibían perritos calientes y limonada en mesas plegables. Las mantas cubrían la franja de musgo entre la acera y el bordillo, exhibiendo zapatos, camisas y calcetines. Un gran número de indigentes vagaban por el lugar, sin ningún lugar adonde ir, ni prisa por llegar a ninguna parte.