Saqué una loncha de jamón del bocadillo. Boyd levantó la cabeza y la cogió suavemente con sus dientes delanteros. Luego bajó el hocico, dejó caer el jamón en el suelo del porche, lo lamió un par de veces y lo engulló. Un segundo después su barbilla descansaba otra vez sobre mi rodilla.
– Son como niños.
– Mmmm. ¿Consiguió la orden?
Los ojos de Boyd siguieron el movimiento de mi mano, atento ante la posibilidad de engullir otro trozo de jamón o unas patatas.
– Mantuve un duro cara a cara con el magistrado.
– ¿Y?
Suspiró y se quitó el sombrero.
– Dice que no es suficiente.
– ¿La evidencia de un cadáver no es suficiente? -Estaba perpleja-. Daniel Wahnetah puede estar descomponiéndose en ese patio mientras nosotras hablamos.
– ¿Está familiarizada con el término ciencia de la chapuza? Yo sí. Esta mañana me la echaron a la cara al menos una docena de veces. Creo que el viejo Frank va a formar su propio grupo. Víctimas Anónimas de la Ciencia de la Chapuza.
– ¿Ese tío es imbécil o qué?
– Nunca viajará a Suecia a recoger un premio pero suele ser una persona razonable.
Boyd alzó la cabeza y suspiró. Bajé la mano y la olió, luego la lamió.
– Está ignorándole otra vez.
Le ofrecí un trozo de huevo. Boyd lo dejó caer, le pasó la lengua, lo olisqueó, lo lamió otra vez y luego lo dejó en el porche.
– A mí tampoco me gusta el huevo en los bocadillos -le dijo Crowe a Boyd. El perro movió ligeramente la oreja para indicar que la había oído, pero no apartó los ojos de mi plato.
– La situación se pone cada vez peor.
Crowe continuó.
¿Por qué no?
– Ha habido más denuncias.
– ¿Sobre mí?
Ella asintió.
– ¿Por parte de quién?
– El magistrado no quiso compartir esa información. Pero si se acerca al lugar del accidente, al depósito o a cualquier documento, objeto o miembro de una familia relacionados con el accidente aéreo, deberé arrestarla por obstrucción a la justicia. Y eso incluye la propiedad amurallada.
– ¿Qué coño está pasando aquí?
Mi estómago se encogió de ira.
Crowe se encogió de hombros.
– No estoy segura. Pero usted está fuera de esa investigación.
– ¿Se me permite ir a la biblioteca pública? – Escupí.
La sheriff se frotó la nuca y apoyó la punta de la bota en el último escalón. Debajo de la cazadora podía ver el bulto de su arma.
– Aquí está pasando algo muy grave, sheriff.
– La escucho.
– Ayer alguien registró a fondo mi habitación poniéndolo todo patas arriba.
– ¿Teorías?
Le hablé de las figuras de cerámica en la bañera.
– No es exactamente un saludo de los almacenes Hallmark.
– Probablemente Boyd está molestando a alguien.
Lo dije con cierto optimismo, pero en realidad no creía en lo que estaba diciendo.
Las orejas de Boyd se alzaron al oír su nombre. Le di un trozo de jamón.
– ¿Ladra mucho?
– En realidad no. Le pregunté a Ruby si hace ruido cuando estoy ausente. Me dijo que aúlla un poco, pero nada extraordinario.
– ¿Qué piensa Ruby?
– Secuaces de Satán.
– Tal vez usted tiene algo que alguien quiere.
– No se llevaron nada, aunque todos mis archivos estaban desparramados por el suelo. Toda la habitación estaba desordenada.
– ¿Guardaba notas sobre ese pie?
– Me las había llevado conmigo a Oak Ridge.
Me miró durante cinco segundos, luego hizo un gesto característico con la cabeza.
– Esto hace que el incidente con el Volvo sea un poco más sospechoso. Cuídese.
– Sí, claro
Crowe se inclinó y limpió la puntera de su bota, luego echó un vistazo al reloj.
– Veré si puedo encontrar a la fiscal del distrito para insistir con la orden.
En ese momento el coche de alquiler de Ryan apareció en el valle. Llevaba la ventanilla del conductor bajada y se veía la oscura silueta en el interior del coche. Ambas observamos mientras ascendía la montaña y giraba en el camino particular. Momentos más tarde atravesaba el sendero de losas con una expresión tensa y sombría.
– ¿Qué ocurre?
Oí el sombrero de Crowe que rozaba la parte superior del muslo.
Ryan dudó un momento antes de hablar.
– Todavía no hay señales del cuerpo de Jean.
En su semblante pude leer claramente la aflicción. Y más. El sentimiento de culpabilidad. La convicción de que su ausencia había hecho que Bertrand hubiese subido a ese avión. Los detectives sin compañero están limitados en aquello que investigan. Eso hace que estén disponibles para tareas de correo.
– Le encontrarán -dije con voz queda.
Ryan desvió la vista hacia el horizonte, la espalda rígida, los músculos del cuello tensos como cuerdas trenzadas. Después de un minuto sacudió la cabeza y encendió un cigarrillo, protegiendo la llama con ambas manos.
– ¿Cómo te fue la tarde?
Lanzó la cerilla.
Le conté la reunión que había tenido Crowe con el magistrado.
– Tal vez tu pie sea un callejón sin salida.
– ¿Qué quieres decir?
Echó el humo por la nariz, luego sacó algo del bolsillo de la chaqueta.
– También encontraron esto.
Desplegó un papel y me lo dio.
Capítulo 15
Miré el papel, primero con perplejidad y luego tomando conciencia de lo que estaba leyendo.
Ryan acababa de entregarme una fotografía impresa a color. Había tres imágenes, en cada una de ellas se veía un trozo de plástico. En la primera pude descifrar las letras «b-i-o-l-ó-g». En la segunda, una frase inacabada: «rvicio laborat». Un símbolo rojo prácticamente saltaba de la tercera imagen. Había visto docenas de ellos en el laboratorio y lo reconocí al instante.
Miré a Ryan.
– Es un recipiente biológico.
Asintió.
– Que no estaba en el informe.
– No.
– Y todo el mundo piensa que contenía un pie.
– Eso parece.
Boyd me tocó la mano con el hocico y le di el resto del bocadillo. Me miró, como asegurándose de que no había ningún error, luego cogió su botín y optó por alejarse por si, después de todo, se había producido un malentendido.
– De modo que reconocen que el pie no pertenece a ninguno de los pasajeros.
– No exactamente. Pero no descartan esa posibilidad.
– ¿Qué relación tiene esto con la orden? -pregunté a Crowe.
– No ayudará.
Se apartó de la escalera, se quedó de pie con los pies separados y volvió a ponerse el sombrero.
– Pero hay algo que apesta debajo de esa pared e intento averiguar qué es.
Nos obsequió con su característico movimiento de cabeza, se volvió y se alejó por el sendero. Momentos más tarde vimos la cúpula transparente del techo del coche patrulla que descendía por el sinuoso camino de la montaña.
Sentí la mirada de Ryan clavada en la espalda y me volví.
– ¿Por qué vetó ese magistrado la orden de registro?
– Aparentemente el tío es candidato a la Sociedad de la Tierra Plana. Además emitirá una orden por obstrucción si cambio de lugar una célula cutánea.
Las mejillas me ardían de indignación.
Boyd cruzó el porche y olisqueó el aire moviendo la cabeza de un lado a otro. Al llegar al columpio, olió mi pierna, luego se sentó y me miró con la lengua colgando.
Ryan se quitó el cigarrillo de los labios y lo lanzó al prado. Los ojos de Boyd se apartaron ligeramente y luego volvieron a mirarme.
– ¿Has averiguado alguna cosa de H amp;F?
Ryan había ido a su «oficina» para telefonear a Delaware.
– Pensé que la solicitud podría tramitarse con mayor celeridad si procedía del FBI, de modo que le pedí a McMahon que hiciera la llamada. Yo estaré toda la tarde en el lugar donde están reconstruyendo el avión, pero puedo preguntárselo esta noche.