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La mano deformada adquirió sentido. A Bowman le habían mordido las serpientes más de una vez.

Bowman giró a la izquierda un par de manzanas más allá del supermercado donde yo había hecho las compras, luego hacia la derecha en una calle lateral. El taller de P amp; T estaba situado entre un par de tiendas que ofrecían colocación de cristales y reparación de pequeños aparatos eléctricos. El reverendo frenó y apagó el motor.

El taller era un rectángulo con los lados pintados de azul aluminio y una oficina en un extremo. A través de la puerta abierta vi una caja registradora, un mostrador y un trío de cabezas con gorras.

En el otro extremo del edificio había una zona de trabajo donde una vieja camioneta Chevy estaba colocada sobre un gato hidráulico con las puertas abiertas. Parecía que el coche iba a despegar en cualquier momento.

Un viejo Pinto y dos furgonetas estaban aparcadas fuera de la oficina. No vi ninguna grúa.

Cuando Bowman bajó del coche, Boyd comenzó lo que yo sabía que no era un gruñido provocado por el Pinto. Seguí su mirada y descubrí un perro negro y marrón detrás de la puerta de la oficina. El gruñido se hizo más profundo.

Maldita sea. ¿Por qué no había traído la correa?

Aferré con fuerza el collar de Boyd, abrí la puerta y ambos bajamos del coche. Bowman se acercó a nosotros con un trozo de cuerda.

– Tenga esto -dijo- Flush tiene malas pulgas.

Le di las gracias y até la cuerda al collar de Boyd. Él no apartaba la vista del otro perro.

– Puedo quedarme con el perro mientras usted habla con el mecánico.

Miré a Boyd. Él miraba fijamente a Flush, pensando en el filete que tenía al lado.

– Gracias. Es una buena idea.

Atravesé el taller y entré en la oficina evitando a Flush. Movió una oreja pero no levantó la vista. Tal vez los pitbull son tranquilos porque saben que pueden matar a cualquiera que les provoque. Esperaba que Boyd se quedase tranquilo y a una distancia prudencial.

La oficina exhibía los típicos detalles de buen gusto que uno puede apreciar en todos los talleres mecánicos. Un calendario con una foto del Gran Cañón. Una máquina de tabaco. Una caja de vidrio con linternas, mapas y una variada selección de artículos para el automóvil. Tres sillas de cocina. Un pitbull.

Un par de tíos ocupaban dos de las sillas. En la tercera estaba sentado un hombre de mediana edad con un mono de trabajo manchado de grasa. Los hombres dejaron de hablar cuando entré, pero ninguno se levantó del asiento.

Imaginé que el más joven de ellos era P o T, me presenté y pregunté por la grúa.

Me contestó que estaba de camino y que regresaría en unos veinte minutos. Le echaría un vistazo a mi coche tan pronto como acabase con el Chevy.

¿Cuánto tiempo le llevaría?

No podía decirlo pero me ofreció la silla si quería esperar.

El aire en la oficina estaba saturado de olores. Gasolina, aceite, humo de cigarrillos, tíos, perro. Opté por esperar fuera.

Me reuní nuevamente con Luke Bowman, le agradecí su amabilidad y recuperé mi perro. Boyd tiraba de la cuerda, cada fibra de su cuerpo concentrada en el pitbull. Flush estaba dormido o bien se hacía el muerto, esperando que el chow-chow decidiera acercarse.

– ¿Estará bien si se queda sola?

– El coche llegará en cualquier momento. Y hay un detective de camino. Si la reparación lleva tiempo, él me llevará de regreso a High Ridge House. Pero gracias otra vez. Ha sido mi salvador.

El teléfono volvió a sonar. Comprobé el número e ignoré la llamada. Bowman me observaba. Parecía no querer irse.

– La hermana McCready aloja en su casa a unos cuantos tíos encargados de la investigación del accidente, ¿verdad?

– Algunos se hospedan allí.

– Ese accidente es un asunto muy feo.

Se rascó la nariz y sacudió la cabeza.

No dije nada.

– ¿Tienen alguna idea de qué fue lo que hizo que el avión se cayera?

Bowman debió advertir algo en la expresión de mi rostro.

– Usted no escuchó mi nombre de Ruby McCready, ¿verdad, señorita Temperance?

– Salió en una de nuestras reuniones.

– Señor Dios Todopoderoso.

Los ojos oscuros parecieron volverse más oscuros por un instante. Luego bajó la barbilla, volvió a levantarla y se hizo un ligero masaje en las sienes.

– He pecado y mi Salvador quiere que confiese.

Oh, no.

Cuando Bowman volvió a mirarme, sus ojos estaban húmedos. Su voz se quebró cuando pronunció la siguiente sentencia.

– Y el Dios Nuestro Señor la ha enviado para que sea testigo.

Capítulo 16

Regresamos a la camioneta, a Luke Bowman le llevó media hora aliviar su alma. Durante ese tiempo recibí cuatro llamadas de la prensa. Al final decidí apagar el teléfono.

Mientras Bowman hablaba, la frase «obstrucción a la justicia» resonaba en mi mente. Comenzó a llover nuevamente. Observé las grandes gotas que se deslizaban por el parabrisas y formaban pequeños charcos fuera del taller. Boyd estaba echado a mis pies, convencido por fin de que dejar a Flush en paz era un plan mucho más inteligente.

Llegó mi coche, rodando detrás de la grúa como si lo hubiesen rescatado del mar. Bowman continuó con su extraño relato.

Bajaron el Chevy del gato hidráulico y lo llevaron junto al Pinto y las furgonetas. El hombre con la ropa manchada de grasa abrió una puerta y empujó mi Mazda hasta el interior del taller. Luego levantó el capó y echó un vistazo.

Bowman continuaba hablando, buscando la absolución.

Finalmente, el reverendo se calló, la historia había terminado y él había recuperado un lugar cerca de su dios. En ese momento Ryan llegó al taller.

Cuando bajó del coche, bajé el cristal de la ventanilla y le llamé. Se acercó a la camioneta, se inclinó sobre la puerta y apoyó los brazos en el borde de la ventanilla.

Le presenté a Bowman.

– Ya nos conocemos.

La humedad brillaba como un halo alrededor de la cabeza de Ryan.

– El reverendo me acaba de contar una historia muy interesante.

– ¿De verdad?

Los ojos helados estudiaron a Bowman.

– Puede serle útil, detective. O puede que no. Pero es la honesta verdad de Dios.

– ¿Cree que el diablo está recogiendo su cosecha, padre?

Bowman echó un vistazo al reloj.

– Dejaré que esta agradable mujer se lo explique, detective.

Hizo girar la llave en el contacto y Boyd levantó la cabeza. Cuando Ryan retrocedió y abrió mi puerta, el chow-chow se estiró y saltó fuera de la camioneta ligeramente molesto.

– Le agradezco otra vez lo que ha hecho por mí.

– Ha sido un placer. -Miró a Ryan-. Ya sabe dónde puede encontrarme.

Observé la camioneta mientras atravesaba la zona exterior del taller, los neumáticos levantaban una cortina de agua cuando pasaban por los pequeños baches inundados.

Nunca había entendido esa clase de fe como la de Bowman. ¿Por qué me había contado lo que le pasaba? ¿Miedo? ¿Culpa? ¿Quería cubrirse las espaldas? ¿Dónde estaban ahora sus pensamientos? ¿En la eternidad? ¿En el arrepentimiento? ¿En las costillas de cerdo que había descongelado para la cena de esta noche?

– ¿Qué problema tiene tu coche?

La pregunta de Ryan me devolvió a la realidad.

– Cuida de Boyd mientras voy a preguntarlo.

Corrí hacia el interior del taller, donde P o T aún estaba trabajando bajo la tapa del capó. Pensaba que el problema podía estar en la bomba de agua, lo sabría mañana. Le di el número de mi móvil y le dije que me alojaba con Ruby McCready.

Cuando regresé al coche, Ryan y Boyd ya estaban dentro. Me reuní con ellos y me sacudí el agua del pelo.

– ¿Una bomba de agua rota puede hacer un ruido fuerte? -Pregunté.