– Por varias razones.
– Déme una.
– No se ha encontrado el más mínimo vestigio de un misil en un radio de ocho kilómetros del lugar del accidente.
McMahon extendió una generosa cantidad de puré de patatas sobre un trozo de carne.
– Y no hay formación de agregados.
– ¿Qué es la formación de agregados?
– Básicamente implica el agrietamiento de la estructura cristalina de metales como el cobre, el hierro o el acero. Para que se produzca ese fenómeno se necesitan fuerzas superiores a ocho mil metros por segundo. Eso significa un explosivo militar. Cosas como RDC o C4.
– ¿Y no hay rastros de eso?
– Hasta el momento no.
– ¿O sea?
– Los componentes habituales de las bombas, como pólvora, gelignitas y dinamita de baja intensidad no son lo bastante potentes. Sólo alcanzan fuerzas de mil metros por segundo. Esta potencia no alcanza a crear un choque suficiente como para producir la formación de agregados, aunque sí tiene fuerza para causar estragos en un avión. De modo que la ausencia de estos agregados no descarta la posibilidad de una detonación. -Vació el tenedor en su boca-. Y hay un montón de pruebas de una explosión.
En ese momento comenzó a sonar el móvil de Ryan. Escuchó y contestó en un francés entrecortado. Aunque entendía las palabras, tenían poco sentido si no podía oír el resto de la conversación.
– De modo que el NTSB no ha progresado demasiado desde la semana pasada. Algo estalló en la parte trasera del avión, pero no tienen idea de qué o por qué.
– Más o menos -convino McMahon-. Aunque el marido rico ha sido descartado como sospechoso. Resulta que el tío fue candidato al sacerdocio. Hizo una donación de un cuarto de millón de dólares a la Sociedad Humana el año pasado cuando encontraron a su gato perdido.
– ¿Y el chico de Sri Lanka?
– El tío sigue hablando por la radio en Sri Lanka y no ha habido amenazas, notas, declaraciones públicas, no hay noticias de aquel país. Esa pista parece haber entrado en un callejón sin salida, pero seguimos investigando.
– ¿La investigación ha pasado a la órbita del FBI?
– Oficialmente, no. Pero hasta que la hipótesis terrorista no haya sido descartada, no nos iremos.
Ryan acabó de hablar y buscó un cigarrillo. En su rostro había una expresión que no alcanzaba a descifrar. Recordé mi tropiezo con Danielle, no dije nada.
McMahon, sin embargo, no tenía tantos reparos.
– ¿Qué ha pasado?
– La esposa de Pepper Petricelli ha desaparecido -dijo Ryan.
– ¿Se ha largado?
– Tal vez.
Ryan encendió el cigarrillo y buscó un cenicero en la mesa. Al no encontrar ninguno hundió la cerilla en el puré de patata. Se produjo un incómodo silencio antes de que decidiera continuar.
– Ayer en Montreal detuvieron por posesión de drogas a un mal bicho llamado André Metraux. Como no le atraía demasiado la perspectiva de estar separado durante mucho tiempo de sus fármacos, Metraux ofreció información a cambio de un trato.
Ryan dio una profunda calada y luego expulsó el humo por la nariz.
– Metraux jura que vio a Pepper Petricelli en un restaurante de Plattsburgh, Nueva York, el sábado por la noche.
– Eso es imposible -exclamé-. Petricelli está muerto… -Mi voz se interrumpió en la última palabra.
Los ojos de Ryan barrieron el local y luego su mirada se detuvo en la mía. Su dolor era evidente.
– Cuatro pasajeros siguen sin ser identificados, incluyendo a Bertrand y Petricelli.
– Ellos no piensan que… Oh, Dios mío, ¿qué es lo que piensan?
Ryan y McMahon se miraron. Se me aceleró el pulso…
– ¿Qué es lo que me están ocultando?
– No te pongas paranoica. No te estamos ocultando nada. Has tenido un día muy duro y pensamos que podía esperar hasta mañana.
Sentí que la ira se condensaba como la niebla en mi pecho.
– Dímelo -dije con voz calma.
– Tyrell asistió a la reunión de hoy para presentar un cuadro de lesiones actualizado.
Me sentí horriblemente mal por haber sido excluida y estallé.
– Así que hay nuevas noticias.
– Tyrell dice que tiene restos que no corresponden a nadie de la lista de pasajeros.
Me quedé mirándole, demasiado sorprendida para poder hablar.
– Sólo hay cuatro pasajeros que no han sido encontrados. Todos viajaban en la zona posterior izquierda del avión. Sus asientos estaban pulverizados, de modo que cabe suponer que a sus ocupantes no les fue muy bien.
Ryan volvió a dar una calada y a lanzar el humo por la nariz.
– Veintidós A y B estaban ocupados por estudiantes masculinos. Bertrand y Petricelli estaban detrás de ellos en la fila veintitrés. Tyrell afirma tener tejido que no corresponde a ninguno de los ochenta y cuatro pasajeros que ya han sido identificados y a ninguno de los cuatro desaparecidos.
– ¿Por ejemplo?
– Un fragmento de hombro con un gran tatuaje.
– Alguien podría haberse hecho un tatuaje justo antes de volar.
– Un trozo de mandíbula con un elaborado trabajo odontológico.
– Huellas dactilares -añadió McMahon.
Me llevó un momento digerir esto.
– ¿Qué significa?
– Podría significar muchas cosas.
McMahon llamó a Cynthia y le pidió la cuenta.
– Tal vez los motoristas consiguieron un doble y Petricelli pasó el fin de semana tranquilamente en Nueva York.
La voz de Ryan era de acero templado.
– ¿Qué estás sugiriendo?
– Si Petricelli no estaba a bordo de ese avión sólo puede significar dos cosas. O Bertrand por la fuerza o por la codicia decidió cambiar de carrera… -Ryan dio una última calada y luego sumó la colilla al puré- o Bertrand fue asesinado.
Cuando regresé a mi habitación me permití el lujo de tomar un largo baño caliente de espuma, seguido de una sesión de polvos de talco. Sólo ligeramente relajada, pero oliendo a madreselva y lilas, me senté en la cama, levanté las rodillas hasta el pecho, me cubrí con la manta y conecté el teléfono. Había tenido diecisiete llamadas. Al no encontrar ningún número que me resultara familiar, borré los mensajes e hice una llamada que había estado postergando durante días.
Aunque las vacaciones de otoño ya habían acabado y las clases en la universidad se habían reanudado el día anterior, después de descubrir la mancha de descomposición en la casa amurallada, había solicitado un permiso temporal. Yo no lo había dicho, pero tampoco había corregido la suposición de mi jefe de que aún estaba trabajando en la identificación de las víctimas del accidente. En cierto sentido, lo estaba.
Pero el revuelo actual de los medios de comunicación me había vuelto aprensiva. Inspiré profundamente, marqué el número de Mike Perrigio y pulsé «enviar». Después de siete tonos, estaba a punto de colgar cuando una mujer contestó la llamada. Pregunté por Mike. Hubo una larga pausa. Había bullicio de fondo y oí que un niño lloraba.
Cuando Mike se puso al teléfono, se mostró brusco, casi frío. Mis clases estaban cubiertas. Que siguiera en contacto. Colgó.
Seguía mirando el teléfono cuando volvió a sonar.
La voz me resultó totalmente inesperada.
Larke Tyrell me preguntó cómo me encontraba. Se había enterado de que había regresado a Bryson City. ¿Podía reunirme con él al día siguiente? ¿A las nueve de la mañana en el centro de asistencia familiar? Bien, bien. Cuídate.
Me quedé nuevamente con los ojos fijos en el pequeño aparato negro, sin saber si debía sentirme destrozada o animada. Mi jefe en la universidad obviamente estaba al tanto de las nuevas noticias relacionadas con el accidente aéreo. Y eso era malo. Pero Larke Tyrell quería hablar. ¿Acaso el forense jefe se había acercado a mis posiciones y aceptado mi punto de vista? ¿Este otro tejido errante le había convencido de que la gran controversia del pie no incluía restos del accidente?
Extendí la mano hacia la fina cadena de la lámpara que había en la mesilla de noche. Acostada en medio de un silencio interrumpido por los grillos sentí que finalmente mis problemas comenzaban a resolverse. Estaba segura de mi investigación y no cuestioné el lugar o el propósito de la reunión del día siguiente.