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El vicegobernador desenganchó los pulgares del chaleco, se examinó las palmas de las manos y luego me miró.

– Doctora Brennan, se han presentado algunas alegaciones muy serias que debo considerar.

– Me alegra que nos hayamos reunido para aclarar todo este asunto.

– Sí.

Davenport se inclinó sobre el escritorio y abrió una carpeta. A su izquierda había una cinta de vídeo. Nadie habló mientras seleccionaba un documento y lo examinaba.

– Vayamos al quid de la cuestión.

– De acuerdo.

– ¿Entró usted en el lugar del accidente de TransSouth Air el cuatro de octubre antes de la llegada del NTSB o de los oficiales del forense?

– Puesto que me encontraba en la zona, Earl Bliss me pidió que me acercase al lugar del accidente.

Miré al jefe del DMORT. Sus ojos seguían clavados en las manos que descansaban sobre su regazo.

– ¿Tenía usted órdenes oficiales para ir allí?

– No, señor, pero…

– ¿Se identificó usted falsamente como un oficial representante del NDMS?

– No, no lo hice.

Davenport comprobó otro de los documentos.

– ¿Interfirió usted a las autoridades locales en los esfuerzos de búsqueda y recuperación?

– ¡Por supuesto que no!

Sentí que una ola de calor me invadía el cuello y subía hasta mis mejillas.

– ¿Ordenó usted al ayudante Anthony Skinner que le quitase la cubierta protectora a una de las víctimas del accidente, sabiendo que existía el riesgo de que sufriese la acción de animales carroñeros?

– Es el procedimiento habitual.

Me volví hacia Earl y Luke. Ninguno de los dos me miraba. Mantén la calma, me dije.

– Se ha alegado que usted rompió el «procedimiento» -Davenport enfatizó la palabra- quitando unos restos antes de que fuesen debidamente anotados.

– Ése fue un caso especial que requería una acción inmediata. Fue una decisión de sentido común, y así se lo expliqué al doctor Tyrell.

Davenport se inclinó aún más hacia adelante y endureció el tono de su voz.

– ¿Robar esos restos también?

– ¿Qué?

– El caso al que nos estamos refiriendo ya no está en el depósito.

– No sé absolutamente nada de eso.

Davenport entrecerró los insulsos ojos marrones.

– ¿De verdad?

Davenport cogió la cinta, fue hasta un aparato de vídeo y la introdujo en la ranura. Cuando pulsó «play», una escena gris y espectral llenó la pantalla y supe al instante que estaba viendo una cinta de vigilancia. Reconocí la carretera y la entrada al aparcamiento del depósito.

Unos segundos más tarde apareció mi coche. Un guardia me hizo señas para que me alejara. Apareció Primrose, habló con el guardia, siguió hasta mi coche y me entregó una bolsa. Intercambiamos unas pocas palabras, luego me dio unas palmadas en el hombro y yo me marché.

Davenport pulsó «stop» y rebobinó la cinta. Cuando regresó a su silla yo miré a los otros dos hombres. Ambos me estudiaban con rostros inescrutables.

– Permítame que resuma la situación -dijo Davenport-. Tras esa cadena de acontecimientos sumamente irregulares, el espécimen en cuestión, el espécimen que usted afirma haberle arrebatado a los coyotes, ha desaparecido.

– ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

Davenport cogió otro de los papeles que guardaba en la carpeta.

– El domingo por la mañana, una procesadora de datos llamada Primrose Hobbs retiró una pieza de tejido humano fragmentado que llevaba el número 387 de un camión frigorífico que contenía casos en proceso de examen. Luego se dirigió a la sección de admisiones y retiró el PVD asociado a esos restos. Más tarde, esa misma mañana, la señorita Hobbs fue vista mientras le entregaba ese paquete en el aparcamiento del depósito. Esa transacción quedó debidamente grabada y registrada y acabamos de verla.

Davenport me taladró con la mirada.

– Esos restos y ese paquete han desaparecido, doctora Brennan, y creemos que están en su poder.

– Yo le sugeriría enérgicamente que hablase con la señorita Hobbs. -Dije eso con toda la frialdad de la que era capaz.

– Ése fue, como debe usted suponer, nuestro primer movimiento. Lamentablemente, la señorita Hobbs no se ha presentado a trabajar esta semana.

– ¿Dónde está?

– No lo sabemos.

– ¿Se marchó del hotel?

– Doctora Brennan, me hago cargo de que usted es una antropóloga forense de fama internacional. Sé que ha trabajado con el doctor Tyrell en el pasado, así como con investigadores de todo el mundo. Me han dicho que sus credenciales son intachables. Todo eso contribuye a que su comportamiento en este asunto sea aún más desconcertante.

Davenport se volvió hacia sus acompañantes como si buscase apoyo.

– Ignoramos por qué razón se ha obsesionado con este caso, pero es obvio que su interés ha ido mucho más allá de lo que podríamos considerar profesional o ético.

– No he hecho nada ilegal.

Earl habló por primera vez.

– Tal vez tus intenciones sean buenas, Tempe, pero retirar sin autorización los restos de una víctima demuestra muy poco criterio.

Bajó la mirada y quitó una partícula inexistente de sus pantalones.

– Y es un delito -añadió Davenport.

Me dirigí al jefe del DMORT.

– Earl, tú me conoces. Sabes que yo jamás haría eso.

Antes de que Earl pudiese contestar, Davenport cambió el papel que tenía en la mano por un sobre marrón y sacó dos fotografías de su interior. Echó un vistazo a la más grande, la dejó sobre el escritorio y luego la empujó hacia mí con un dedo.

Por un momento pensé que se trataba de una broma.

– ¿Es usted, doctora Brennan, verdad?

Ryan y yo estábamos comiendo frankfurts delante de la estación de ferrocarril de las Great Smoky Mountains.

– Y el teniente detective Andrew Ryan de Quebec.

Lo pronunció «quibec».

– ¿Qué relevancia tiene esto, señor Davenport?

Aunque me ardía la cara, mi voz era helada.

– ¿Cuál es exactamente la relación que usted mantiene con este hombre?

– El detective Ryan y yo hemos trabajado juntos durante años.

– Pero, ¿me equivoco al afirmar que esa relación va más allá del ámbito estrictamente profesional?

– No tengo intención de responder absolutamente ninguna pregunta relacionada con mi vida privada.

– Comprendo.

Davenport empujó la segunda fotografía a través del escritorio.

Estaba demasiado sorprendida para poder hablar.

– Veo por su reacción que conoce al caballero que aparece en la fotografía junto al detective Ryan.

– Jean Bertrand era el compañero de Ryan. -Una corriente eléctrica atravesaba cada una de las células de mi cuerpo.

– ¿Sabía usted que este sujeto Bertrand está siendo investigado en relación al accidente de la TransSouth Air?

– ¿Adonde quiere ir a parar con todo esto?

– Doctora Brennan, yo no tendría que decirle esto. Su… – simuló no encontrar la palabra adecuada- colega está vinculado a uno de los principales sospechosos. Usted misma ha actuado… -nuevamente la cuidadosa búsqueda del término preciso- irregularmente.

– No he hecho nada ilegal -repetí.

Davenport ladeó la cabeza e hizo un movimiento con la boca, un gesto que no era una sonrisa y tampoco una mueca. Luego suspiró, indicando la pesada carga que este asunto significaba para todos nosotros.

– Tal vez, como ha sugerido el señor Bliss, su único delito haya sido un error de juicio. Pero en las tragedias de esta naturaleza, con tanta atención de los medios de comunicación y tantas familias destrozadas, es de suma importancia que todos los implicados eviten incluso la apariencia de deshonestidad.