Pensé en Primrose, recordé su andar renqueante durante nuestro último encuentro en el aparcamiento del depósito. Una mujer negra de sesenta y dos años con un título de enfermera, problemas de peso, habilidad con las cartas y debilidad por el pastel de ruibarbo. Sí. Algo sabía acerca de mi amiga.
Mi pecho se estremeció.
Calma.
La respiración era entrecortada.
Piensa.
¿Qué podría haber hecho, sabido o visto Primrose que desatara sobre ella una violencia tan horrible? ¿Acaso la habían asesinado por su relación conmigo?
Otro estremecimiento. Abrí la boca buscando aire. ¿O quizá estaba magnificando la importancia de mi papel? ¿Había sido casual la muerte de Primrose? Nosotros, los estadounidenses, somos los mayores productores mundiales de homicidios. ¿Habrían atado y estrangulado a Primrose Hobbs sólo para robarle su coche? Eso no tenía ningún sentido. Tampoco el estrangulamiento y la cinta adhesiva. Había sido un asesinato perfectamente planeado y ella era la víctima prevista. ¿Pero por qué?
Me volví al oír el ruido de puertas que se cerraban. Los enfermeros subían a la cabina de la ambulancia. Unos segundos más tarde el motor se puso en marcha y el vehículo enfiló el camino de tierra.
Adiós, vieja amiga. Si fui yo la causante de esto, por favor, por favor, perdóname. Me temblaba el labio inferior y lo mordí con fuerza.
No llorarás. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué reprimir las lágrimas de dolor por una persona buena y generosa?
Miré hacia la otra orilla del lago. El cielo comenzaba a aclararse y la línea de pinos en la playa lejana se alzaban azules y oscuros contra los primeros rayos rosados del anochecer. En ese momento recordé algo más.
A Primrose Hobbs le encantaban las puestas de sol. Me quedé contemplando el crepúsculo y lloré hasta que me sentí furiosa. Más que furiosa. Sentía una ira incontenible que me quemaba por dentro.
Refrénala, Brennan. Úsala.
Juré solemnemente que encontraría las respuestas, me llené los pulmones de aire y recorrí el muelle hasta reunirme con Crowe y Albright.
– ¿Qué coche conducía? -pregunté.
Crowe consultó su cuaderno de notas.
– Un Honda Civic azul. Del noventa y cuatro. Matrícula de Carolina del Norte.
– No está aparcado en el Riverbank Inn.
Crowe me miró de un modo extraño.
– El coche podría estar de camino a Arabia Saudí en este momento -dijo Albright.
– Le dije que la víctima me estaba ayudando en mi investigación.
– Quiero hablar más tarde de eso con usted. -dijo Crowe.
– ¿Han encontrado algo aquí? -pregunté.
– Aún estamos buscando.
– ¿Huellas de neumáticos? ¿Pisadas?
Me di cuenta de que eran preguntas estúpidas tan pronto como salieron de mi boca. La lluvia seguramente habría borrado cualquier rastro.
Crowe sacudió la cabeza.
Examiné las camionetas y los todoterrenos dejados por los pescadores y los navegantes de fin de semana. Dos fuerabordas de cuatro metros con casco de aluminio flotaban en sus embarcaderos.
– ¿Hay algún amarre permanente en el puerto?
– Es un negocio únicamente de alquiler. -Eso significa que un montón de gente entra y sale todos los días. Un lugar muy concurrido para deshacerse de un cuerpo.
– Los botes de alquiler deben estar de regreso a las ocho de la tarde. Aparentemente las cosas se calman después de esa hora.
Señalé a la pareja con los rostros de masilla descolorida. Ahora estaban solos en el muelle, con las manos en los bolsillos, sin saber qué debían hacer a continuación.
– ¿Son los propietarios de este lugar?
– Glenn e Irene Boynton. Dicen que se quedan aquí todos los días hasta las once de la noche y regresan a las seis de la mañana. Viven un poco más arriba de la carretera.
Crowe hizo una seña hacia el camino de tierra.
– Dicen que vienen coches por la noche. Les preocupa que los chicos se metan con sus botes. Ninguno de los dos ha oído o visto nada en los últimos tres días. Aunque es una información que no tiene valor. Cualquiera se cuidaría muy bien de anunciar que está utilizando tu muelle para enviar un cadáver al fondo del mar.
Sus ojos recorrieron el paisaje y volvieron a concentrarse en mí.
– Pero tiene razón. Ésta sería una mala elección. Aproximadamente a un kilómetro de aquí hay una pequeña carretera que llega hasta la playa. Pensamos que fue allí donde arrojaron el cuerpo.
– Dos, tres días parece demasiado tiempo para que la corriente haya arrastrado el cuerpo hasta aquí -añadió Albright-. Es posible que hayan lastrado el cuerpo.
– ¿Lastrado? -exclamé, furiosa por su insensibilidad.
– Lo siento. Es un viejo término maderero. Se refiere a los tocones sumergidos.
Tenía miedo de hacer la siguiente pregunta.
– ¿La atacaron sexualmente?
– Estaba vestida y llevaba la ropa interior en su sitio. Buscaré rastros de semen, pero lo dudo.
Los tres permanecimos en silencio en medio de la creciente oscuridad. Detrás de nosotros, los muelles crujían y se movían al influjo de las olas. Una brisa fría llegaba desde el mar, en el aire flotaba un inconfundible olor a pescado y gasolina.
– ¿Por qué estrangularía nadie a una mujer mayor?
Aunque hablaba en voz alta, la pregunta era en realidad para mí y no para mis acompañantes.
– ¿Por qué estos cabrones enfermos hacen cualquiera de las cosas que hacen? -contestó Albright.
Les dejé y eché andar hacia el coche de Ryan. La ambulancia y la grúa ya se habían ido, pero los coches patrulla seguían en su sitio, arrojando su titilante luz azul a través del terreno lleno de lodo. Me senté un momento, contemplé los centenares de huellas que habían dejado las pisadas de los enfermeros, los mecánicos, los policías, el patólogo y yo misma. El escenario del último desastre de Primrose.
Hice girar la llave del contacto y regresé a Bryson City con las mejillas bañadas en lágrimas.
Aquella noche, al comprobar los mensajes que tenía en el teléfono, encontré uno de Lucy Crowe. Le devolví la llamada y le conté todo lo que sabía de Primrose Hobbs, acabé con nuestra cita en el aparcamiento del depósito el domingo por la mañana.
– ¿Y ese pie y toda la documentación han desaparecido?
– Eso me dijeron. Primrose fue probablemente la última persona que los vio.
– Parker Davenport le dijo que ella firmó la salida de ese material. ¿Firmó también cuando devolvió el material?
– Buena pregunta.
– Hábleme de la seguridad.
– Todo el personal del DMORT y del Departamento del Forense posee credenciales de identificación, al igual que la gente de su departamento y del Departamento de Policía de Bryson City que trabaja en tareas de seguridad. Un guardia comprueba las credenciales de identificación en la valla que rodea el perímetro del depósito y dentro hay una hoja donde se firma la entrada y la salida del recinto. Todos los días llevas en tu credencial un punto de color diferente que representa un código específico.
– ¿Por qué?
– En caso de que alguien consiga manipular la credencial, no tiene forma de saber qué color utilizarán ese día.
– ¿Y después del trabajo?
– Ahora probablemente en el depósito hay una dotación más reducida, en su mayor parte personal encargado de archivos e informática, y algo de personal médico. Por la noche no queda nadie, excepto su ayudante o un policía de Bryson City.
Recordé al vicegobernador y la cinta de vídeo.
– En la puerta principal hay una cámara de vigilancia.
– ¿Qué puede decirme de los ordenadores?
– Cada usuario VIP posee una contraseña y sólo un número restringido de personas puede entrar o borrar los datos.