– ¿Acompañaba usted a su esposo en sus viajes?
– Oh, no, no. Tengo artritis y…
Su voz se desvaneció como si no estuviese segura de cómo seguir.
– La artritis puede ser muy dolorosa.
– Sí, así es. Y aquellos viajes Pat los disfrutaba con los muchachos. ¿Le molesta si acabo de regar las plantas?
– Por favor.
Caminé junto a ella mientras recorría los parterres con la manguera.
– ¿El señor Veckhoff viajaba a las montañas con sus hijos? -Oh, no. Pat y yo tenemos una hija. Ella está casada. Él iba con sus compañeros. -Se echó a reír, un sonido a medias entre una tos y un ataque de hipo-. Él siempre decía que era para escapar de sus mujeres, para recuperar energía.
– ¿Viajaba a las montañas en compañía de otros hombres?
– Estaban muy unidos, eran amigos desde el instituto. Echan terriblemente de menos a Pat. A Kendall también. Sí, estamos envejeciendo…
Nuevamente su voz se fue apagando hasta el silencio.
– ¿Kendall?
– Kendall Rollins. Fue el primero en irse. Kendall era poeta. ¿Conoce usted su obra?
Sacudí la cabeza, por fuera parecía tranquila. Por dentro el corazón latía con fuerza. El nombre «Rollins» figuraba en la lista de H amp;F.
– Kendall murió de leucemia a los cincuenta y cinco años.
– Era muy joven. ¿Cuándo fue eso, señora?
– En mil novecientos ochenta y seis.
– ¿Dónde se alojaban su esposo y sus amigos cuando iban a las montañas?
Su rostro se puso tenso y la piel debajo del ojo izquierdo dio un brinco.
– Tenían una especie de cabaña. ¿Por qué me hace todas estas preguntas?
– Hace unos días un avión se estrelló cerca de Bryson City y estoy tratando de averiguar todo lo que pueda acerca de una propiedad que hay en la zona. Es posible que su esposo haya sido uno de los dueños.
– ¿Ese asunto tan terrible con todos esos estudiantes?
– Sí.
– ¿Por qué tiene que morir la gente joven? Un hombre joven murió cuando volaba para asistir al funeral de mi esposo. Tenía cuarenta y tres años.
Sacudió la cabeza.
– ¿De quién se trataba, señora?
Apartó la mirada.
– Era el hijo de uno de los amigos de Pat, vivía en Alabama, de modo que nunca le conocí. A pesar de todo, me rompió el corazón.
– ¿Sabe cómo se llamaba?
– No.
Sus ojos no querían encontrarse con los míos.
– ¿Conoce los nombres del resto de amigos de su esposo que visitaban la cabaña?
Comenzó a mover la manguera.
– ¿Señora Veckhoff?
– Pat nunca hablaba de esos viajes. Yo lo respetaba. Necesitaba privacidad después de estar tanto tiempo en público.
– ¿Ha oído hablar alguna vez del Grupo de Inversiones H amp;F?
– No.
La señora Veckhoff seguía concentrada en la fina lluvia que salía de la manguera, de espaldas a mí, pero la tensión en sus hombros era evidente.
– Señora Veck…
– Es tarde. Debo entrar.
– Me gustaría averiguar si su esposo tenía algún interés en esa propiedad.
Cerró el paso del agua, dejó la manguera sobre la hierba mojada y se alejó rápidamente por el sendero de losas.
– Gracias por su tiempo, señora. Lamento haberla molestado.
Se volvió con la puerta medio abierta, tenía apoyada en el pomo una mano venosa. Desde el interior de la casa llegó el sonido apagado de unas campanillas.
– Pat siempre decía que hablo demasiado. Yo lo negaba, le decía que era simplemente una persona amable. Ahora creo que probablemente estuviese en lo cierto. Pero la soledad a veces pesa demasiado.
La puerta se cerró y oí el ruido de un pestillo.
De acuerdo, señora Veckhoff. Sus respuestas fueron pura basura, pero fueron una basura encantadora. Y muy instructivas.
Saqué una tarjeta de mi bolso, apunté mi dirección y numero de teléfono y la metí en el quicio de la puerta.
Capítulo 24
Cuando llegó la primera visita ya pasaban de las ocho.
Después de dejar a la señora Veckhoff compré un pollo asado en la Roasting Company y recogí a Birdie en la casa de mi vecino. Los tres habíamos compartido el pollo, la cola de Birdie se agitaba como un plumero cada vez que Boyd se movía en su dirección. Estaba lavando los platos cuando llamaron a la puerta.
Pete estaba en el porche con un ramo de margaritas en la mano. Cuando abrí la puerta hizo una profunda reverencia y me entregó las flores.
– En nombre de mi socio canino.
– No era necesario, pero te lo agradezco.
Mantuve la puerta abierta y Pete se dirigió a la cocina.
Boyd levantó las orejas al oír la voz de Pete, apoyó el hocico en las patas delanteras, comenzó a agitar la cola y a dar vueltas alrededor de la cocina. Pete dio unas palmadas y le llamó. Boyd se puso como loco, ladrando y corriendo en círculos. Birdie huyó.
– Basta. Dejará el suelo lleno de arañazos.
Pete se sentó en una silla junto a la mesa y Boyd se acercó a él.
– Siéntate.
Boyd miró a Pete, las cejas bailaban sobre los ojos. Pete puso la mano en el cuarto trasero y el perro se sentó con el hocico apoyado en la rodilla de su amo. Pete comenzó a rascarle detrás de las orejas.
– ¿Tienes cerveza?
– Sin alcohol.
– Perfecto.
Abrí una botella de Hire y la dejé en la mesa delante de él.
– ¿Cuándo regresaste?
Pete se agachó e inclinó la botella para que Boyd pudiese beber.
– Hoy. ¿Cómo te fueron las cosas en Indiana?
– Los investigadores locales de incendios premeditados eran tan sofisticados como los gemelos Bobbsey [15]. Pero el verdadero problema fue el tasador del seguro de responsabilidad civil que representaba al constructor. Su cliente estaba trabajando en la reparación de un techo con un soplete oxiacetilénico exactamente en el lugar donde se inició el fuego.
Limpió la boca de la botella con la mano y bebió un trago.
– Ese cabrón conocía perfectamente la causa y el origen. Nosotros conocíamos la causa y el origen. Él sabía que nosotros lo sabíamos, pero su postura oficial fue que necesitaban una investigación adicional.
– ¿Llegarán a los tribunales?
– Depende de la oferta que hagan. -Volvió a darle un poco de cerveza a Boyd-. Pero no estuvo mal tomarme un respiro del aliento de este chow-chow.
– Adoras a ese perro.
– No tanto como a ti. -Me obsequió con su sonrisa preferida.
– Hmmm.
– ¿Algún progreso con tus problemas con el DMORT?
– Tal vez.
Pete echó un vistazo al reloj.
– Quiero saber toda la historia, pero ahora tengo prisa.
Acabó la botella y se puso de pie. Boyd hizo lo mismo.
– Creo que me iré con el perro.
Observé cuando se marchaban, Boyd bailaba alrededor de las piernas de Pete. Cuando me volví, Birdie estaba atisbando desde el pasillo, con las patas colocadas para una rápida retirada.
«Al fin me libré de él», fue lo que dije. Pero me sentía ofendida. El jodido chucho no se había vuelto ni una sola vez.
Birdie y yo estábamos viendo El sueño eterno cuando volvieron a llamar a la puerta. Yo llevaba una camiseta, bragas y mi vieja bata de franela. Birdie estaba en mi regazo.
Ryan estaba en la escalera de entrada, el rostro ceniciento por la luz del porche. Evité repetir la pregunta habitual. Pronto me diría qué era lo que le había traído a Charlotte.
– ¿Cómo sabías que estaba aquí?
Ryan ignoró la pregunta.
– ¿Pasando la velada sola?
Hice un gesto con la cabeza.
– Bacall y Bogart están en el estudio.
Abrí la puerta, igual que lo había hecho con Pete, y Ryan fue derecho a la cocina. Olía a sudor y a humo de cigarrillo y supuse que había conducido desde el condado de Swain.