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A continuación examiné los esqueletos que habíamos encontrado en el nicho junto a los de Mitchell y Adair.

El esqueleto número dos correspondía a un hombre blanco mayor. Los cambios provocados por la artritis en los huesos del hombro y el brazo derechos sugerían una repetida extensión de la mano por encima de la cabeza. ¿Recolección de manzanas? Basándome en el estado de conservación supuse que este individuo había fallecido en una fecha más reciente que aquellos enterrados en las sepulturas del túnel. ¿El cultivador de manzanas, Albert Odell?

El esqueleto número uno pertenecía a una mujer blanca mayor con una artritis avanzada y sólo siete piezas dentales. ¿Mary Francis Rafferty, la mujer que vivía en Dillsboro y cuya hija había encontrado la casa de su madre desierta en 1972?

El sábado, a última hora de la tarde, estaba segura de que había conseguido emparejar los huesos con sus nombres apropiados. Lucy Crowe ayudó encontrando los informes dentales de Odell, el reverendo Luke Bowman recordando la altura de Tucker Adams. Un metro ochenta y cinco.

Y yo tenía una idea bastante buena sobre la forma en que habían muerto todos ellos.

El hioides es un hueso pequeño, en forma de herradura, que se encuentra engastado en el tejido blando del cuello, detrás y abajo del maxilar inferior. En las personas mayores, cuyos huesos son a menudo frágiles y quebradizos, el hioides se fractura cuando se comprimen sus alas. El origen más común de esta fuerza compresora es la estrangulación.

Tommy Albright me llamó cuando me estaba preparando para marcharme.

– ¿Has encontrado más fracturas del hioides?

– Cinco de seis.

– Mitchell también. Pero debió defenderse como un jabato. Cuando no pudieron estrangularle, le aplastaron la cabeza.

– ¿Adair?

– No. Pero hay evidencias de hemorragia petequial.

Las petequias son diminutos coágulos de sangre que aparecen como puntos en los ojos y la garganta, y son claros indicadores de asfixia.

– ¿Quién demonios querría estrangular a unos viejos?

No contesté. Había visto otras lesiones en los esqueletos. Lesiones que me resultaban desconcertantes. Lesiones de las que no hablaría hasta no disponer de más datos.

Cuando Tommy colgó, me acerqué al esqueleto de la sepultura cuatro, cogí los fémures y los llevé a la lente de aumento.

Sí. Allí estaba. Era real.

Recogí los fémures de todos los esqueletos y llevé los huesos al microscopio de disección.

Unas muescas diminutas rodeaban cada tallo proximal derecho y recorría toda la extensión de cada línea áspera, el borde rugoso donde se insertan los músculos en la parte posterior del hueso. Otros cortes marcaban el hueso horizontalmente, por encima y debajo de las superficies de articulación. Aunque el número de marcas variaba, su distribución era la misma de una víctima a otra.

Maniobré con el microscopio hasta conseguir la máxima ampliación posible del material que estaba examinando.

Cuando volví a enfocar los huesos comprobé que las finas ranuras cristalizaban en grietas de bordes afilados, en forma de V en el corte transversal.

Marcas de cortes. ¿Pero cómo era posible? Había visto muchos casos de marcas de cortes en los huesos, pero sólo en casos de desmembramiento. Excepto en Charlie Wayne Tramper y Jeremiah Mitchell, esos individuos habían sido enterrados completos.

¿Entonces por qué? ¿Y por qué sólo los femorales derechos? ¿Eran sólo los femorales derechos?

Estaba a punto de iniciar un nuevo examen de cada uno de los huesos cuando Andrew Ryan irrumpió en la sala.

Maggie, Stan y yo levantamos la vista, sorprendidos.

– ¿Os habéis enterado de las últimas noticias?

Los tres sacudimos la cabeza.

– Parker Davenport fue encontrado muerto hace unas tres horas.

Capítulo 29

– ¿Muerto?

Las emociones estallaron dentro de mí. Conmoción. Piedad. Ira. Precaución.

– ¿Cómo?

– Una bala en el cerebro. Uno de sus ayudantes le encontró en su casa.

– ¿Suicidio?

– O un montaje.

– ¿Se encarga Tyrell del caso?

– Sí.

– ¿Se ha enterado ya la prensa?

– Oh, sí. Darían lo que fuera por un poco de información.

Alivio. La presión ya no estaría sobre mis hombros. Culpa. Un hombre ha muerto y piensas primero en ti misma.

– Pero el asunto es más reservado que los planes de guerra de Estados Unidos.

– ¿Dejó Davenport alguna nota?

– No han encontrado ninguna. ¿Cómo están las cosas aquí?

Ryan señaló las mesas de autopsia.

– ¿Tienes tiempo?

– El accidente se produjo debido a un descuido y a un fallo mecánico. -Abrió los brazos-. Soy un hombre libre.

El reloj de la pared marcaba las ocho menos cuarto. Les dije a Stan y Maggie que podían irse a casa, luego llevé a Ryan a mi despacho y le hablé del diario de Veckhoff.

– ¿Estás diciendo que un grupo de ancianos fueron asesinados al azar después de las muertes de eminentes ciudadanos?

Ryan lo intentó pero fue incapaz de ocultar el escepticismo de su voz.

– Sí.

– Y nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando.

– Las desapariciones de esas personas no fueron lo bastante frecuentes como para sugerir un patrón, y el hecho de que las víctimas fueran ancianos contribuyó a que no hubiese ninguna conmoción.

– Y esta desaparición de ancianos se ha prolongado durante medio siglo.

– Más tiempo.

Sonaba disparatado y eso me puso nerviosa. Y cuando estoy nerviosa exagero.

– Y los abuelos eran también caza no vedada.

– Y los asesinos utilizaban la casa de Arthur para deshacerse de los cadáveres.

– Sí, pero no sólo para deshacerse de ellos.

– Y se trataba de alguna clase de grupo en el que cada uno de sus miembros tenía un nombre en clave.

– Tiene -dije.

Silencio.

– ¿Estás hablando de una secta?

– No. Sí. No lo sé. No lo creo. Pero pienso que las víctimas fueron utilizadas en alguna especie de ritual.

– ¿Por qué piensas eso?

– Ven conmigo.

Le llevé de una mesa a otra, presentándole a los esqueletos y especifícando detalles importantes en cada uno de ellos. Por último le llevé al microscopio utilizado para el material de disección y concentré la lente sobre el fémur derecho de Edna Farrell. Cuando Ryan lo hubo estudiado, añadí uno de los fémures de Tucker Adams. Rafferty. Odell.

El patrón era inconfundible. Las mismas muescas. La misma distribución.

– ¿Qué son?

– Marcas de cortes.

– ¿Cómo las de un cuchillo?

– Un objeto con una hoja muy afilada.

– ¿Qué significan?

– No lo sé.

Cada hueso produjo un sonido hueco cuando volví a colocarlos sobre la superficie de acero inoxidable. Ryan me observaba con el rostro imperturbable.

Mis tacones resonaron en el suelo cuando atravesé la sala en dirección al fregadero, luego volví al despacho para quitarme la bata del laboratorio y ponerme la chaqueta. Cuando regresé, Ryan estaba junto al esqueleto que yo creía que pertenecía a Albert Odell, el cultivador de manzanas.

– O sea que sabes quiénes son estas personas.

– Excepto ese caballero.

Señalé al anciano negro.

– Y piensas que todos ellos fueron estrangulados.

– Sí. '

– ¿Pero por qué?

– Habla con McMahon. Eso es trabajo de la policía.

Ryan me acompañó hasta el aparcamiento. Cuando me deslicé detrás del volante de mi coche, me hizo la última pregunta.

– ¿Qué clase de mutante chiflado sería capaz de secuestrar a personas mayores, estrangularlas y jugar con sus cadáveres?

La respuesta llegaría de una fuente completamente inesperada.