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– La mayoría de los que me conocen no lo creyeron.

Me soltó el brazo pero no dejó de mirarme. De la noche a la mañana se había convertido en un hombre viejo y cansado.

– Tempe, fui entrenado como un militar. Creo en el respeto a la línea de mando y en cumplir las órdenes legítimas de mis superiores. Esa predisposición me llevó a no cuestionar algunas cosas que debía haber cuestionado. El abuso de poder es algo terrible. No resistirse a la presión corruptora es igualmente censurable. Ha llegado el momento en que este perro viejo se levante y abandone el porche.

Mientras le observaba marcharse sentí una profunda tristeza. Larke y yo habíamos sido amigos durante muchos años. Me pregunté si alguna vez podríamos volver a serlo.

Cuando estaba preparando café mis pensamientos se desviaron hacia Simon Midkiff. Por supuesto. Todo encajaba. Su exagerado interés en el lugar del accidente. Las mentiras acerca de la excavación en el condado de Swain. La fotografía en compañía de Parker Davenport durante los funerales de Charlie Wayne Tramper. Él era uno de ellos.

Un recuerdo súbito. El Volvo negro que había estado a punto de arrollarme. El hombre que estaba al volante me había resultado vagamente familiar. ¿Podría haber sido Simon Midkiff?

Estaba terminando mi informe sobre Edna Farrell cuando el móvil volvió a sonar.

– Sir Francis Dashwood era un tío realmente prolífico.

La afirmación procedía de una galaxia diferente de aquella en la que mi mente estaba en ese momento.

– ¿Perdón?

– Soy Anne. Estaba organizando el material que trajimos de nuestro viaje a Londres y encontré un folleto que Ted compró en las cuevas de West Wycombe.

– Anne, no creo que esto…

– Aún hay un montón de Dashwood dando vueltas por ahí.

– ¿Un montón?

– Descendientes de sir Francis, conocido más tarde como lord El Malgastador, naturalmente. Sólo por curiosidad introduje el nombre de Prentice Dashwood en una página web genealógica en la que estoy apuntada. No podía creer la cantidad de información que encontré. Uno de los datos era especialmente interesante.

Esperé. Nada.

Me di por vencida.

– ¿Jugamos a las preguntas, o qué?

– Prentice Elmore Dashwood, uno de los muchos descendientes de sir Frank, abandonó Inglaterra en 1921. Abrió una mercería en Albany, Nueva York, hizo un montón de pasta y, finalmente, se retiró.

– ¿Eso es todo?

– Durante sus años en Norteamérica, Dashwood escribió y publicó docenas de panfletos, uno de los cuales recogía historias de su tal y tal algo, sir Francis Dashwood segundo.

– ¿Y los otros panfletos?

Si no lo preguntaba, esta situación podía durar eternamente.

– Elige lo que quieras. Las canciones de los aborígenes australianos. Las tradiciones orales de los indios cherokee. Acampada. Pesca con mosca. Mitología griega. Una breve etnografía de los indios caribe. Prentice era todo un hombre del Renacimiento. Escribió tres folletos y numerosos artículos que hablaban exclusivamente de la Ruta de los Apalaches. Por lo visto el Gran P fue uno de los impulsores de que la ruta volviese a abrirse en los años veinte.

Vaya. Una verdadera Meca para senderistas y excursionistas, la Ruta de los Apalaches comienza en el Monte Katahdin en Maine y discurre a lo largo de la cadena de los Apalaches hasta Springer Mountain en Georgia. Gran parte de esta ruta se halla en territorio de las Great Smoky Mountains. Incluyendo el condado de Swain.

– ¿Sigues allí?

– Sí, estoy aquí. ¿Pasó Dashwood algún tiempo aquí, en Carolina del Norte?

– Escribió cinco folletos sobre las Great Smokies. -Oí ruido de papeles-. Árboles. Flores. Fauna. Folclore. Geología.

Recordé lo que Anne me había contado acerca de su visita a West Wycombe, imaginé las cuevas debajo de la casa de H amp;F. ¿Era posible que este tío del que Anne me estaba hablando fuese el Prentice Dashwood del condado de Swain, Carolina del Norte? Era un nombre llamativo. ¿Habría alguna conexión con los Dashwood británicos?

– ¿Qué más descubriste acerca de Prentice Dashwood?

– Nada. Pero sí puedo decirte que el viejo tío Francis se relacionaba con gente bastante extravagante en el siglo dieciocho. Se hacían llamar los Monjes de Medmenham. Escucha la lista. Lord Sandwich, quien en una época dirigió la Marina Real, John Wilkes…

– ¿El político?

– Sí. William Hogarth, el pintor, y los poetas Paul Whitehead, Charles Churchill y Robert Lloyd.

– Una lista impresionante.

– Mucho. Todos eran miembros del Parlamento o de la Cámará de los Lores. O poetas o algo por el estilo. Nuestro Ben Franklin solía frecuentarlos, si bien nunca fue un miembro oficial.

– ¿A qué se dedicaban esos tíos?

– Algunos relatos afirman que practicaban ritos satánicos. Según el actual sir Francis, autor del folleto que cogimos en nuestro viaje, los monjes no eran más que un puñado de tíos divertidos que se reunían para venerar a Venus y a Baco. Supongo que eso significa mujeres y vino.

– ¿Celebraban orgías en las cuevas?

– Y en la Abadía de Medmenham. El actual sir Francis admite los juegos sexuales de sus antepasados pero niega de forma terminante la adoración al demonio. Él sugiere que el rumor acerca del satanismo procedía de la actitud irreverente de los muchachos hacia la cristiandad. Se llamaban a sí mismos Caballeros de Saint Francis, por ejemplo.

Pude oír cómo mordía una manzana y luego la masticaba.

– Todos los demás los llamaban Hell Fire Club [20].

El nombre me golpeó como si fuese un martillo.

– ¿Qué has dicho?

– El Hell Fire Club. Famoso en Irlanda en las décadas de 1730 y 1740. El mismo rollo. Devotos privilegiados que se mofaban de la religión y se dedicaban a emborracharse y acostarse con todas las mujeres que podían.

Anne tenía un don especial para ir al grano.

– Hubo algunos intentos de prohibir esos clubes, pero fracasaron. Cuando Dashwood reunió a su pequeño grupo de tenorios, la etiqueta de Hell Fire naturalmente se transfirió al grupo.

Hell Fire. H amp;F.

Tragué con esfuerzo.

– ¿Es muy largo ese folleto?

– Treinta y cuatro páginas.

– ¿Puedes enviarme una copia por fax?

– Claro. Puedo incluir dos páginas en una hoja.

Le di el número del fax y volví a mi informe, me obligué a concentrarme en lo que estaba haciendo. Pocos minutos después oí el pitido del fax y la máquina comenzó a escupir páginas. Continué con mi descripción del trauma facial de Edna Farrell. Poco más tarde, la máquina volvió a pitar después de una pausa. Resistí nuevamente el impulso de correr hasta el fax para juntar las páginas enviadas por Anne.

Cuando acabé el informe de Edna Farrell, comencé otro, con un millón de pensamientos agitándose en mi cabeza. Aunque intenté concentrarme, las imágenes volvían una y otra vez. Primrose Hobbs. Parker Davenport. Prentice Dashwood. Sir Francis. El Hell Fire Club. H amp;F. ¿Había alguna conexión? La coincidencia era cada vez mayor. Tenía que haber una conexión.

¿Acaso Prentice Dashwood había reavivado la idea de su antepasado de un club de chicos de élite aquí, en las montañas de Carolina? ¿Habían sido sus miembros algo más que hedonistas diletantes? ¿Cuánto más? Recordé las marcas de los cortes en los huesos y tuve que hacer un esfuerzo para reprimir un escalofrío.

A las cuatro el guardia vino a verme para decirme que uno de los ayudantes de Crowe estaba enfermo y que otro había quedado inmovilizado por una avería en su coche patrulla. Crowe lo sentía pero le necesitaba a él para controlar una situación interna. Le aseguré que podía marcharse, que yo estaría bien.

Cuando el guardia se marchó, continué con mi trabajo, el silencio del depósito vacío me envolvía como si fuese una criatura viva, excepto por el zumbido de uno de los frigoríficos. Mi respiración, mis latidos, mis dedos golpeaban suavemente el teclado. En el exterior del edificio las ramas arañaban los cristales de las ventanas en las plantas superiores. Un tren silbó a lo lejos. Un perro. Grillos. Ranas.

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[20] Literalmente Club del Fuego del Infierno. (N. del T.)