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– ¡Quieto!

Una voz femenina áspera y ronca.

– ¡Suéltela!

Un hombre.

– ¡No se mueva!

Una voz masculina diferente.

La boca de una pistola escupió fuego en la oscuridad justo delante de mí. Sonaron dos disparos.

Desde la dirección de las voces devolvieron los disparos. Una bala rebotó en una piedra con un sonido inconfundible.

Un ruido sordo, aire expulsado. El sonido de un cuerpo que se desliza por la pared de piedra.

Pies que corren.

Manos en mi garganta, mi muñeca.

– … pulso es fuerte.

Rostros encima de mí, nadando como un espejismo en una acera de verano. Ryan. Crowe. El ayudante Anónimo.

– … ambulancia. Está bien. Nuestros disparos no la alcanzaron.

Descargas estáticas en la radio.

Hice un esfuerzo para sentarme.

– Tiéndase.

Una suave presión en los hombros.

– Tengo que verle.

Un círculo de luz se deslizó hacia el risco donde mi atacante permanecía sentado, inmóvil, las piernas extendidas delante, la espalda apoyada en la pared de piedra. Lentamente, el haz de luz iluminó los pies, las piernas, el torso, el rostro. Yo sabía quién era.

Ralph Stover, el propietario no tan feliz del Riverbank Inn, el hombre que no me permitió entrar en la habitación de Primrose. Miraba hacia un punto fijo de la noche, la barbilla hacia delante, el cerebro escurriéndose lentamente y formando una mancha en la roca que había detrás de su cabeza.

Capítulo 33

El viernes me marché de Charlotte al amanecer y conduje hacia el oeste a través de un espeso manto de niebla. El fluctuante vapor se hizo más ligero a medida que ascendía hacia la carretera Divisoria Continental Oriental y acabó por disiparse en las afueras de Asheville.

Al abandonar la Autopista 74 en Bryson City, enfilé por Veteran's Boulevard hasta pasar el atajo que llevaba al Fryemont Inn, giré a la derecha en Main y aparqué frente al viejo edificio del tribunal, convertido ahora en un asilo de jubilados. Permanecí sentada unos minutos en el coche contemplando la luz del sol que iluminaba la pequeña cúpula dorada y pensé en aquellos ancianos cuyos huesos había desenterrado.

Imaginé a un hombre alto y delgado, ciego y casi sordo; a una anciana frágil con el rostro torcido. Les imaginé paseando por estas mismas calles durante todos aquellos lejanos años. Quería rodearlos con mis brazos, decirles a cada uno de ellos que las cosas se estaban arreglando.

Y pensé en todas aquellas personas que habían muerto en el vuelo 228 de TransSouth Air. Habían tantas historias que apenas si habían comenzado. Graduaciones a las que no asistirían. Cumpleaños que no se celebrarían. Viajes que no se harían. Vidas cortadas de raíz debido a un viaje mortal.

Me tomé el tiempo necesario para ir andando hasta el cuartel de bomberos. Había pasado un mes en Bryson City y había llegado a conocer bien el pueblo. Ahora me marchaba, mi trabajo había terminado, pero aún quedaban algunas preguntas.

Cuando llegué, McMahon estaba guardando las cosas de su despacho en varias cajas de cartón.

– ¿Levantando el campamento? -pregunté desde la puerta.

– Vaya hombre, has vuelto al pueblo. -Quitó las cosas que había en una silla y me hizo un gesto para que me sentara- ¿Cómo te encuentras?

– Magullada y arañada pero totalmente en forma.

Asombrosamente no había recibido ninguna herida grave durante mi galopada con Ralph Stover en el bosque. Una ligera contusión me había retenido un par de días en el hospital, luego Ryan me había llevado a Charlotte en su coche. Cuando se aseguró de que me encontraba bien, cogió un avión de regreso a Montreal y yo había pasado el resto de la semana en el sofá con Birdie.

– ¿Café?

– No, gracias.

– ¿Te importa si continúo con mi trabajo?

– Por favor.

– ¿Alguien te ha deleitado con toda la extraña historia?

– Aún quedan algunas lagunas. Comienza desde el principio.

– H amp;F era una especie de híbrido entre Mensa, una especie de asociación de superdotados, y el Club de los Chicos Millonarios. No comenzó de ese modo, originariamente era sólo un puñado de hombres de negocios, médicos y profesores que venían a cazar y pescar a las montañas.

– En los años treinta.

– Exacto. Establecían su campamento en las tierras de Edward Arthur, cazaban durante el día, bebían y se divertían toda la noche. Se elogiaban mutuamente su extraordinaria inteligencia. El grupo llegó a formar una estrecha relación con el paso de los años hasta que, finalmente, formaron una sociedad secreta a la que llamaron H amp;E

– Y el padre fundador fue Prentice Dashwood.

– Dashwood fue el primer prior, sea lo que sea lo que eso signifique.

– H amp;F significa Hell Fire -dije-. Los clubes Hell Fire florecieron en Irlanda e Inglaterra en el siglo dieciocho, el más famoso de ellos era el creado por sir Francis Dashwood. Prentice Dashwood, de Albany, Nueva York, era uno de los descendientes de sir Francis. Su madre fue una anónima dama del Hell Fire. -Me había dedicado a la lectura durante el tiempo que pasé en el sofá-. Sir Francis tuvo cuatro hijos llamados Francis.

– Suena a George Foreman.

– El hombre estaba orgulloso de su nombre.

– O era el progenitor menos creativo de la historia.

– En cualquier caso, los clubes Hell Fire mantenían un saludable escepticismo ante la religión y les encantaba ridiculizar a la Iglesia. Se llamaban a sí mismos Caballeros de Saint Francis, «oficios» a sus bacanales y «prior» a su director.

– ¿Quiénes eran esos cabrones?

– Los ricos y poderosos de la vieja y graciosa Inglaterra. ¿Has oído hablar alguna vez del Bohemian Club?

McMahon sacudió la cabeza.

– Es un club muy selecto, exclusivamente masculino, cuyos miembros han incluido a todos los presidentes republicanos desde Calvin Coolidge. Todos los años se reúnen durante dos semanas en un lugar apartado en el condado de Sonoma, California, llamado Bohemian Grove.

McMahon dejó un momento lo que estaba haciendo, una carpeta en cada mano.

– Eso me suena. Los pocos periodistas que han conseguido llegar a ese lugar en todos estos años han sido despedidos y sus historias arrojadas a la papelera.

– Así es.

– ¿No estarás sugiriendo que nuestros peces gordos industriales y políticos planean asesinatos en esas reuniones?

– Por supuesto que no. Pero el concepto es el mismo: hombres poderosos que se reúnen en un sitio aislado. Se ha dicho incluso que los miembros del Bohemian Club celebran rituales druidas simulados.

McMahon cerró la caja con un precinto, la apoyó en el suelo y colocó otra sobre el escritorio.

– Hemos cogido a todos los miembros de H amp;F salvo a uno de ellos, y estamos armando la historia trozo a trozo, pero es un proceso lento. No es necesario que te diga que ninguno se muestra entusiasmado por hablar con nosotros, y todos tienen buenos abogados. Cada uno de los seis miembros de H amp;F será acusado de numerosos homicidios, pero no está claro cuál es la culpabilidad del resto de la banda. Midkiff afirma que sólo los jefes participaron en los asesinatos y actos de canibalismo.

– ¿Midkiff ha recibido inmunidad en este caso? -pregunté.

McMahon asintió.

– La mayor parte de nuestra información procede de él.

– ¿Fue él quien envió el fax con los nombres en clave?

– Sí. Midkiff ha reconstruido todo lo que era capaz de recordar. Sostiene que abandonó el grupo a principios de los setenta y jura que jamás participó en ningún asesinato. No sabía nada de Stover. Dice que la semana pasada llegó a un punto en el que ya no podía vivir consigo mismo.

McMahon comenzó a trasladar documentos de un archivador a la caja.