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– ¿Han encontrado el pie?

– Sospecho que jamás lo encontrarán. Espera un momento.

McMahon desapareció en el pasillo y regresó con otras dos cajas vacías.

– ¿Cómo es posible que se acumule tanta porquería en un mes?

– No olvides la serpiente de goma.

Señalé un objeto que había encima del escritorio.

– ¿Cómo me encontró Crowe?

– Ella y Ryan llegaron a High Ridge House la noche del domingo separados por unos minutos, bastante después de la hora en que tú tendrías que haber llegado. Al encontrar tu coche en el aparcamiento pero ninguna señal tuya en la casa, comenzaron a buscarte. Cuando encontraron el perro…

Alzó la vista un momento y volvió a concentrarse en la caja. Mi expresión permaneció indiferente.

– Por lo visto tu perro consiguió morder la muñeca de Stover antes de que le disparase. Ryan encontró una pulsera médica con el nombre de Stover en ella junto al hocico del animal. Crowe estableció la relación basándose en algo que Midkiff le había dicho.

– El resto es historia.

– El resto es historia.

Metió la serpiente de goma en la caja, cambió de idea y volvió a sacarla.

– ¿Ryan regresó a Quebec?

– Sí.

De nuevo, mantuve una expresión indiferente.

– No conozco muy bien a ese tío, pero la muerte de su compañero realmente le hizo polvo.

– Sí.

– Súmale a eso el asunto de la sobrina y me asombra que el tío no se haya derrumbado.

– Sí.

¿La sobrina?

– Danielle el Demonio, la llamaba.

McMahon fue hasta donde estaba su americana y guardó la serpiente de goma en uno de los bolsillos.

– Dijo que algún día probablemente leamos cosas de esa cría en los periódicos.

¿La sobrina?

Sentí que una sonrisa se formaba en las comisuras de mis labios.

Hay momentos en que resulta difícil mantenerse indiferente.

Encontré a Simon Midkiff envuelto en un abrigo, con guantes y bufanda, dormitando en una mecedora en el porche. Una gorra con visera le cubría gran parte del rostro y, de pronto, se me ocurrió otra pregunta.

– ¿Simon?

Levantó la cabeza y sus ojos acuosos parpadearon ligeramente confusos.

– ¿Sí?

Se pasó el dorso de la mano por los labios y un hilo de saliva brilló en el guante de lana. Se quitó el guante, metió la mano debajo de las capas de ropa, sacó las gafas y se las puso sobre la nariz.

Me reconoce.

– Me alegra comprobar que estás bien.

Las delgadas cadenas de las gafas le caían a ambos lados de la cabeza, arrojando delicadas sombras a través de las mejillas. La piel era pálida y fina como el papel.

– ¿Podemos hablar?

– Por supuesto. Tal vez deberíamos entrar.

Entramos a una combinación de cocina y sala de estar con una puerta interior, que supuse que daba a un dormitorio y un cuarto de baño. Los muebles eran de pino lacado y daban la impresión de haber sido fabricados en un taller casero.

Los libros se alineaban junto a los zócalos y había una mesa y un escritorio cubiertos de cuadernos y papeles. En un extremo de la habitación se apilaban una docena de cajas, cada una de ellas marcada con una serie de números arqueológicos.

– ¿Té?

– Sí, me apetece.

Le observé mientras llenaba una tetera con agua, cogía un par de bolsitas de té y colocaba las tazas sobre los platillos. Parecía más frágil de lo que yo recordaba, más encorvado.

– No recibo muchas visitas.

– Esto es encantador. Gracias -dije mirando a mí alrededor.

Me condujo hasta un sofá cubierto con una tela afgana, colocó las dos tazas sobre una mesilla baja fabricada con un trozo de tronco y acercó una silla para él.

Ambos bebimos en silencio. Fuera se oía el sonido de un motor fueraborda en el río Oconaluftee. Esperé hasta que Simon estuvo preparado.

– No estoy seguro de si puedo hablar de ello como debiera.

– Sé lo que pasó, Simon. Lo que no alcanzo a comprender es por qué.

– Yo no estaba allí cuando comenzó todo. Lo que sé me lo contaron otras personas.

– Conocías a Prentice Dashwood.

Se apoyó en el respaldo de la silla y su mirada pareció viajar a otro tiempo.

– Prentice era un lector insaciable con un asombroso caudal de conocimientos. No había nada que no despertase su interés. Darwin. Lyell. Newton. Mendeleiev. Y los filósofos. Hobbs. Anesidemos. Baumgarten. Wittgenstein. Lao-tsé. Lo leía todo. Arqueología. Etnología. Física. Biología. Historia.

Hizo una pausa para beber un poco de té.

– Y era un maravilloso narrador. Así fue como comenzó. Prentice contaba historias del Hell Fire Club de sus antepasados, describía a sus miembros como unos tíos libertinos que se reunían para mantener conversaciones intelectuales y cometer herejías. La idea parecía bastante inofensiva. Y lo fue durante algún tiempo.

Su taza tembló en el platillo cuando la dejó sobre la mesilla.

– Pero Prentice tenía también un lado oscuro. Él estaba convencido de que algunos seres humanos eran más valiosos que otros.

Su voz se quebró.

– Los intelectualmente superiores -dije.

– Sí. A medida que Prentice se iba haciendo mayor, su concepción del mundo se vio poderosamente influida por sus lecturas acerca de cosmología y canibalismo. Su contacto con la realidad se fue debilitando.

Hizo una pausa, seleccionando las cosas que podía decir.

– Comenzó como una blasfemia frívola. Nadie creía realmente en eso.

– ¿Creer qué?

– Que el hecho de comerse a los muertos negase el carácter irrevocable de la muerte. Que comer la carne de otro ser humano permitiese la asimilación de su alma, personalidad y sabiduría.

– ¿Era eso lo que creía Dashwood?

Midkiff encogió uno de sus hombros huesudos.

– Tal vez lo creyese. Quizá simplemente utilizó la idea, y el acto concreto dentro del círculo interno, como una manera de mantener el club unido e intacto. La indulgencia colectiva en lo prohibido. El concepto de grupo interno, grupo externo. Prentice entendía que los rituales culturales existen para reforzar la unidad de quienes los celebran.

– ¿Cómo comenzó?

– Un accidente.

Suspiró.

– Un desgraciado accidente. Un verano apareció un joven en la casa de la montaña. Sólo Dios sabe lo que estaba haciendo por esos parajes. Corrió el alcohol, hubo una pelea y el muchacho murió. Prentice propuso que todos…

Sacó un pañuelo y se lo pasó por los ojos.

– Eso sucedió antes de la guerra. Yo me enteré años más tarde cuando escuché una conversación que no debía.

– Sí.

– Prentice procedió a cortar tiras de músculo del muslo de aquel pobre muchacho y exigió que todos comieran. En aquella época no existía esa distinción entre círculo interno y externo. Fue un pacto. Cada uno de ellos era un participante e igualmente culpable. Nadie hablaría jamás de la muerte del muchacho. Enterraron el cuerpo en el bosque, al año siguiente se formó el círculo interno y Tucker Adams fue asesinado.

– ¿Hombres inteligentes aceptando esta locura? ¿Hombres educados con esposas y familias y trabajos responsables?

– Prentice Dashwood era un hombre extraordinariamente carismático. Cuando hablaba todo parecía tener sentido.

– ¿ Canibalismo?

Traté de mantener la voz tranquila.

– ¿Tienes idea de cuan importante es el tema de seres humanos que se comen a otros seres humanos en la cultura occidental? Los sacrificios humanos se mencionan en el Antiguo Testamento y en el Rig Veda. La antropofagia es fundamental en el argumento de muchos mitos griegos y romanos; es la base de la misa católica. Echa un vistazo a la literatura. Modesta proposición [21] de Jonathan Swift y la historia de Sweeney Todd de Tom Prest. Películas como Cuando el destino nos alcance; Tomates verdes fritos; El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante; Weekend, de Jean-Luc Goddard. Y no nos olvidemos de los niños: Hansel y Gretel, Gingerbread Man, y las diferentes versiones de Blancanieves, Cenicienta y Caperucita Roja. ¡Abuela, qué dientes tan grandes tienes! -Respiró temblorosamente-. Y, naturalmente, están los participantes por necesidad. El grupo de Donner; el equipo de rugby uruguayo perdido en los Andes; la tripulación del yate Mignonette; Marten Hartwell, el piloto de avión aislado en el Ártico. Nos sentimos fascinados por sus historias. Y escuchamos incluso con mayor curiosidad a nuestros asesinos en serie caníbales que han buscado sus quince minutos de gloria.

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[21] El título completo de esta obra de Swift es Modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país. (N. del T.)