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– ¿El señor B?

– Baxbakualanuxsiwae.

– Muy bien.

– Un espíritu tribal de los kwakiutkl, un monstruo parecido a un oso cuyo cuerpo estaba cubierto de bocas sanguinolentas.

– Santo patrón de los Hamatsa.

– El mismo.

– ¿Y los nombres en clave?

– Faraones, dioses, descubrimientos arqueológicos, personajes de fábulas antiguas. Henry Preston era líos, el fundador de Troya. Kendall Rollins era Piankhy, un antiguo rey nubio. Escuche esto. Parker Davenport escogió al dios azteca Ometeotl, el señor de la dualidad. ¿Cree que era consciente de la ironía?

– ¿Alguna vez ha examinado el sello del Estado de Carolina del Norte?

Reconocí que nunca lo había hecho.

– El lema procede de la obra de Cicerón Ensayo sobre la amistad, «Esse Quam Videri».

Sus ojos de color de una botella de coca-cola se clavaron en los míos.

– «Ser antes que parecer.»

Cuando descendía por Schoolhouse Hill no pude evitar leer una pegatina en el parachoques del coche que me precedía.

¿DÓNDE PASARÁ LA ETERNIDAD?

Aunque colocada en un marco temporal más amplio del que yo había estado considerando, la pegatina formulaba la misma pregunta que yo tenía en la mente. ¿Dónde pasaría el tiempo que tenía por delante? Y, más concretamente, ¿con quién?

Durante mi convalecencia, Pete se había mostrado cariñoso y servicial, trayéndome flores, encargándose de Birdie, calentando sopa en el microondas. Habíamos visto películas viejas y mantenido largas conversaciones. Cuando no estaba en casa, yo pasaba horas recordando cómo había sido nuestra vida juntos. Recordaba los buenos tiempos. Recordaba las peleas, las pequeñas muestras de irritación que iban creciendo hasta que, finalmente, estallaban en batallas a gran escala.

Había llegado a una conclusión: amaba a mi ex esposo y siempre estaríamos unidos. Pero no podíamos seguir unidos en la cama. Aunque atractivo, encantador, divertido e inteligente, Pete compartía algo con sir Francis y sus compañeros del Hell Fire: Venus siempre se cruzaría en su camino.

Pete era una pared contra la que yo podría estrellarme toda la vida. Éramos mucho mejores amigos que cónyuges y, en consecuencia, mantendría las cosas de ese modo.

Al llegar al pie de la colina giré hacia Main.

También había considerado a Andrew Ryan.

Ryan el colega. Ryan el policía. Ryan el hombre.

Danielle no era una amante. Era su sobrina. Eso estaba bien.

Consideré a Ryan el hombre.

El hombre que quería chuparme los dedos de los pies.

Eso estaba pero que muy bien.

La herida que me había causado Pete había hecho que me moviera en los límites de una relación extraña con Ryan, deseando acercarme a él pero, al mismo tiempo, manteniendo la distancia, como una polilla atraída hacia una bombilla. Atraída pero temerosa.

¿Necesitaba un hombre en mi vida?

No.

¿Quería uno?

Sí.

¿Cuál era la letra de la canción? Preferiría lamentarme por algo que hice que por algo que no hice.

Había decidido darle a Ryan una oportunidad y ver cómo salían las cosas.

Tenía que hacer una nueva parada en Bryson City. Una parada que no podía esperar.

Aparqué el Mazda delante de un flamante edificio que se alzaba en la esquina de Slope con Bryson Walk. Cuando crucé la puerta acristalada, una mujer que llevaba una bata quirúrgica alzó la vista y sonrió.

– ¿Está preparado?

– Sí. Tome asiento.

La mujer desapareció y me instalé en una silla de plástico en la sala de espera.

Cinco minutos más tarde la mujer regresó trayendo a Boyd. Llevaba el pecho vendado y una de las patas delanteras afeitada. Al verme dio un pequeño salto y luego se acercó y apoyó la cabeza sobre mi regazo.

– ¿Le duele? -le pregunté a la veterinaria. -Sólo cuando se ríe.

Boyd alzó la vista hacia mí y dejó escapar su lengua púrpura.

– ¿Cómo te encuentras, grandulón?

Le acaricié las orejas y acerqué mi frente a la suya.

Boyd lanzó un profundo suspiro.

Me erguí y le miré fijamente.

– ¿Estás listo para volver a casa?

Boyd ladró y sus cejas bailaron sobre sus ojos.

– Vamos allá.

Pude oír una risa en su ladrido.

* * *

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Kathy Reichs

Kathy Reichs nació en Chicago y se doctoró en Northwestern. Trabaja como antropóloga forense en Carolina del Norte y en el Laboratorio de Ciencias Jurídicas y Medicina legal de Quebec. Forma parte asimismo de la dirección de la Academia Americana de Ciencias Forenses y es profesora de Antropología de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte.

En la actualidad divide su tiempo entre las ciudades de Charlotte y Montreal, y figura como testigo experta en numerosos juicios por asesinato. Su experiencia y versatilidad en el campo de la medicina forense, se ha visto reflejado en su obra literaria de la mano de su álter ego, la doctora Temperance Brennan. Su primera novela, Testigos del silencio, obtuvo varios premios (entre ellos el Ellis Award canadiense a la Mejor Primera Novela) y un extraordinario éxito de ventas y críticas. La relación con el personaje de la doctora Brennan se ha demostrado fructífera, con otras tres novelas ya publicadas.

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