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– Ha sido realmente un día horrible, Brennan. Te pido disculpas por mi pésimo comportamiento.

Aunque no tenía mucho tiempo para pensar en ello, nuestra confrontación del mediodía me había hecho tomar una decisión. Estaba completando el cúmulo de desastres que había sido mi relación con Ryan. En lo sucesivo nuestra relación sería estrictamente profesional.

– Cuéntame.

Ryan movió ligeramente el columpio.

Me acerqué a él pero permanecí de pie.

– ¿Por qué una explosión?

– Siéntate.

– Si se trata de un cebo, ya puedes…

– Hay indicios de cratering y penetración de fibras.

Bajo la tenue luz de la bombilla que oscilaba sobre nuestras cabezas, el rostro de Ryan parecía sin vida. Dio una profunda calada y luego arrojó la colilla hacia los helechos de Ruby. Observé las chispas que lanzaba el diminuto cometa al surcar el aire a través de la oscuridad, imaginando la caída a plomo del vuelo 228 de TransSouth Air.

– ¿Quieres oírlo?

Coloqué la mochila entre ambos y me senté en el columpio. – ¿Qué es cratering?

– Es un fenómeno que se produce cuando un sólido o un líquido se convierte súbitamente en un gas.

– Como en una detonación.

– Sí. Una explosión eleva la temperatura miles de grados y provoca ondas expansivas que crean un efecto de barrido de gas en las superficies metálicas. Así es como lo describieron los expertos del grupo de explosivos. En la reunión de hoy nos mostraron numerosas diapositivas. Es como una piel de naranja.

– ¿Han encontrado pruebas de eso?

– Han descubierto rastros en numerosos fragmentos. Y también bordes enrollados, que es otro de los indicadores.

Movió nuevamente el columpio impulsándolo con el pie apoyado en la barandilla.

– ¿Qué es penetración de fibras?

– Han encontrado fibras de algunos materiales lanzadas a través de otros materiales que no han sufrido daños. Todo esto con microscopios muy potentes, por supuesto. También están encontrando fracturas y fundición provocadas por el calor en los extremos de algunas fibras.

Otra oscilación del columpio y sentí nuevamente el sabor de la ensalada griega que había comido después de salir del depósito.

– No muevas el columpio.

– Algunas de las ampliaciones son realmente asombrosas. Cerré la cremallera de la cazadora y hundí las manos en los bolsillos. Aunque los días aún eran cálidos, las noches comenzaban a ser más frías.

– O sea, que las perforaciones y los bordes enrollados de los trozos metálicos y la fundición por el calor y la penetración de fibras, significan que hubo una explosión. Las heridas en las pantorrillas coinciden con ese diagnóstico.

– Y también el hecho de que una gran parte del fuselaje llegase a tierra intacto.

Apoyé un pie en la barandilla para detener el movimiento del columpio.

– Todo indica que se produjo una explosión.

– ¿Provocada por qué?

– Una bomba. Un misil. Un fallo mecánico. La Unidad de Seguridad de Explosivos Aéreos de la FAA realizará un análisis cromatográfico a fin de determinar qué productos químicos podrían estar presentes, y también radiofotografía y difracción de rayos X para identificar las especies moleculares. Y una cosa más. ¡Ah, sí! Espectrofotometría por infrarrojos. No estoy seguro de para qué sirve, pero tiene un bonito nombre. Es decir, si pueden realizar el trabajo lejos del laboratorio criminal del FBI.

– ¿Un misil?

Era la primera vez que se mencionaba esa posibilidad.

– No es probable pero se ha sugerido. ¿Recuerdas el follón que se produjo cuando se habló de que tal vez un misil había sido el responsable del desastre del vuelo 800 de la TWA? Pierre Salinger apostó sus pelotas a que la marina era la responsable de la caída del aparato.

Asentí.

– Y estas montañas albergan numerosos grupos de milicias paramilitares. Tal vez los chicos de la basura blanca de Eric Rudolph visitaron el mercado de armas y compraron un juguete nuevo.

Se buscaba a Rudolph por su relación con una serie de ataques contra clínicas abortistas, y era sospechoso del atentado con explosivos durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. Los rumores insistían en que había huido y había buscado refugio en estas montañas.

– ¿Alguna idea de dónde se produjo la explosión?

– Es demasiado pronto para decirlo. El grupo de documentación del interior de la cabina está confeccionando un gráfico de los daños en los asientos que ayudará a establecer el lugar exacto de la explosión.

Ryan empujó con los pies, pero mantuve el columpio en su sitio.

– Nuestro grupo está haciendo lo mismo con heridas y fracturas. En este momento todo parece indicar que las peores heridas se produjeron en la parte posterior del avión. -Los antropólogos y los patólogos estaban realizando un diagrama con la distribución de los traumas por asiento-. ¿Qué hay del grupo del radar?

– Nada fuera de lo común. Una vez que hubo despegado, el avión se dirigió hacia el nordeste desde el aeropuerto hacia Athens. El centro de control de tráfico aéreo de Atlanta se hace cargo de los vuelos hasta Winston-Salem, desde ahí es la torre de control de Washington la que lo asume, de modo que el avión jamás abandonó el control de tráfico aéreo de Atlanta. El radar muestra una llamada de emergencia hecha por el piloto a los veinte minutos y treinta segundos de haber despegado. Aproximadamente noventa segundos más tarde se rompió en dos, posiblemente en tres piezas y desapareció de la pantalla.

Unos faros aparecieron en la base de la montaña. Ryan y yo observamos mientras ascendían a través de la oscuridad, giraban en el camino de entrada a la posada y se dirigían hacia el prado que había a la izquierda de la casa. Un momento después, una figura se materializó en el sendero. Cuando cruzó delante de nosotros, Ryan rompió el silencio.

– ¿Un día duro?

– ¿Quién está ahí?

El hombre era apenas una mancha difusa contra el negro del cielo.

– Andy Ryan.

– Hola, buenas noches, señor. Había olvidado que usted también se alojaba aquí.

La voz sonaba como si llevase años bebiendo whisky. Todo lo que podía discernir de su dueño era que se trataba de un hombre fornido que llevaba una gorra.

– El gel de ducha con fragancia a lilas es mío.

– Lo tendré en cuenta, detective Ryan.

– Le invitaría a una cerveza, pero el bar acaba de cerrar.

El hombre subió al porche, acercó una silla hasta colocarla delante del columpio, dejó una bolsa de deportes junto a ella y se sentó. La tenue luz reveló una nariz carnosa y mejillas moteadas de finas venitas rotas.

Cuando nos presentaron, el agente especial Byron McMahon del FBI se quitó la gorra y se inclinó ligeramente. Tenía el pelo blanco y espeso, levantado en el centro como la cresta de un gallo.

– Ésta corre de mi cuenta.

McMahon abrió la bolsa y sacó una caja de seis latas de cerveza.

– Licor del demonio -dijo Ryan, cogiendo una cerveza de la caja.

– Sí -convino McMahon-. Bendito sea.

Agitó una lata ofreciéndomela.

Hacía tiempo que no había deseado tanto algo. Recordé la sensación de la bebida filtrándose a través de mis venas, la ola de calor creciendo en mi interior a medida que las moléculas de alcohol se mezclaban con las mías. La sensación de alivio, de bienestar.

Pero había aprendido unas cuantas cosas acerca de mí misma. Me había llevado años, pero ahora comprendía que esos momentos eran como un reto a Baco. Aunque anhelaba ese momento de liberación, sabía que la euforia sería sólo temporal, mientras que la ira y la recriminación durarían mucho tiempo. No podía beber.

– No, gracias.

– Hay muchas en el lugar de donde vienen estas latas.

– Ése es el problema.

McMahon sonrió, abrió una lata y dejó las otras en su bolsa.

– ¿Qué piensa el FBI? -preguntó Ryan.

– Algún hijo de puta voló el avión en el aire.

– ¿A quién apunta el FBI?

– Tus muchachos motoristas cotizan alto en muchas apuestas. El tal Petricelli era un rufián de mala muerte que tenía serrín en el cerebro, pero tenía buenos contactos.

– ¿Y?

– Podría tratarse de un golpe dado por profesionales.

La brisa hizo balancear las cestas de mimbre de Ruby y las sombras negras danzaron sobre las barandillas y las tablas del suelo.