El sillón produjo otra nota.
– Y sea discreta. Si el resto del cuerpo aún está ahí fuera y alguien es el responsable, no queremos darle ninguna pista para que acaben el trabajo que empezaron los coyotes.
– No había pensado en eso -dijo con voz grave.
– Lo siento.
Nuevamente el movimiento de cabeza.
– Sheriff, ¿sabe quién es el dueño de una propiedad que se encuentra a medio kilómetro al oeste del lugar donde se estrelló el avión? ¿Una casa con un jardín amurallado?
Crowe me miró fijamente, los ojos como canicas verde pálido.
– Nací en estas montañas y hace siete años que trabajo como sheriff. Hasta que usted llegó no sabía que en aquel valle hubiese otra cosa que pinos.
– Supongo que no podríamos conseguir una orden y echar un vistazo dentro de la casa.
– No lo suponga.
– ¿No le parece extraño que nadie sepa nada de ese lugar?
– Por aquí la gente es muy reservada.
– Y mueren en sus camas.
Cuando regresé a High Ridge House, llevé a Boyd a dar un largo paseo. O mejor dicho, él me llevó a mí. El chow-chow estaba excitado y olisqueaba y bautizaba todas y cada una de las plantas y piedras del camino. Me deleité con la vista desde la ladera de la colina, impresionada por la cadena de montañas que se extendía hacia el horizonte como un paisaje de Monet. El aire era frío y húmedo, olía a pino y tierra negra y vestigios de humo. Los árboles escuchaban el trino de los pájaros que se preparaban para la noche.
El paseo colina arriba fue otra historia. Boyd, con su entusiasmo intacto, continuaba tirando de la correa como Colmillo Blanco tiraba del trineo a través del Ártico. Cuando llegamos a su redil, mi brazo derecho estaba muerto y me dolían las pantorrillas.
Estaba cerrando la puerta cuando oí la voz de Ryan.
– ¿Quién es tu amigo?
– Boyd. Y es tremendamente arisco. -Aún estaba sin aliento y las palabras salieron entrecortadamente de mi boca.
– ¿Te estás entrenando para travesías extremas con perros?
– Buenas noches, chico -le dije al perro.
Boyd se concentró en masticar ruidosamente unas pequeñas pelotillas marrones que parecían carne petrificada.
– ¿Hablas con los perros pero no con tu viejo compañero?
Me volví y le miré.
– ¿Cómo te va, colega?
– Ni se te ocurra rascarme las orejas. Estoy bien. ¿Y tú?
– Excelente. Nunca fuimos compañeros.
– ¿Has resuelto esa cuestión de la edad?
– Estaba en lo cierto.
Comprobé la cerradura del refugio de Boyd y luego volví a mirar a Ryan.
– La sheriff Crowe tiene a tres personas mayores desaparecidas. ¿Alguna noticia del Motel Bates [6]?
– Nada. Nadie conoce ese lugar. Si alguien lo está usando, debe entrar y salir sin que le vean. Eso o nadie quiere hablar de ello.
– Examinaré los registros de impuestos tan pronto como abra el tribunal mañana por la mañana. Crowe seguirá investigando a esas personas desaparecidas.
– Mañana es sábado.
– Mierda.
Evité el impulso de golpearme la frente.
Preocupada por el hecho de que Larke me hubiese despedido, había perdido la noción del tiempo. Los edificios del gobierno cierran los fines de semana.
– Mierda -repetí para acentuar mi decepción, y me dirigí hacia la casa. Ryan echó a andar a mi lado.
– La reunión informativa de hoy fue muy interesante.
– ¿Ah, sí?
– El NTSB ha recopilado unos datos sobre daños preliminares. Pásate mañana por el cuartel general y te los daré.
– ¿Mi presencia no te causará problemas?
– Puedes llamarme chiflado.
La investigación había cubierto gran parte del área de Bryson City. En Big Laurel, el trabajo continuaba en el centro de mando del NTSB y en el depósito provisional instalado en el lugar del accidente. El proceso de identificación de las víctimas se realizaba en el depósito del Departamento de Bomberos de Alarka, y en el Sleep Inn del Veterans Boulevard se había instalado un centro de asistencia a los familiares.
Además, el gobierno federal había alquilado un gran espacio en el Departamento de Bomberos de Bryson City y había asignado espacios al FBI, NTSB, ATF y otras organizaciones. A la mañana siguiente, a las diez en punto, Ryan y yo estábamos sentados ante un ordenador en uno de los diminutos despachos que llenaban la planta superior del edificio. Estábamos entre Jeff Lowery, del grupo del NTSB encargado de la documentación del interior de la cabina, y Susan Katzenberg, del grupo de estructuras.
Mientras Katzenberg explicaba el diagrama preliminar de los restos terrestres realizado por su grupo, yo me mantenía ojo avizor ante la eventual presencia de Larke Tyrell. Aunque me encontraba acompañada por los agentes federales, y no estaba violando el destierro al que me había enviado Tyrell, no quería una confrontación.
– Aquí está el triángulo que delimita el área con los restos del accidente. El centro se encuentra en el lugar del choque del aparato contra el suelo, luego el rastro se extiende a lo largo de la trayectoria de vuelo durante casi ocho kilómetros. Esta estimación se basa en un descenso parabólico desde una altitud de ocho mil metros a aproximadamente siete kilómetros por minuto hasta una caída vertical.
– He examinado cuerpos que fueron recuperados a más de dos kilómetros de distancia del campo de restos principal -dije.
– La presión abrió el casco en el aire, permitiendo que los cuerpos cayeran en pleno vuelo.
– ¿Dónde estaban las grabadoras de vuelo? -pregunté.
– Se encontraron junto a piezas del fuselaje de popa, aproximadamente a mitad de camino de la zona principal de la colisión contra el suelo. -Katzenberg señaló la pantalla-. En el F-100, las grabadoras están colocadas en el fuselaje despresurizado de popa, detrás de la zona presurizada. Dejaron de funcionar prematuramente cuando algo voló esa parte del aparato.
– ¿O sea que el modelo de distribución de los restos coincide con una secuencia de desintegración en el aire?
– Sí. Cualquier objeto que carezca de alas, es decir, sin una generación de elevación aerodinámica, cae describiendo una trayectoria balística, la parte más pesada se desplaza horizontalmente a mayor velocidad.
Katzenberg indicó un grupo numeroso de objetos y luego movió el dedo a lo largo de la zona de los restos.
– Los primeros restos en tierra serían los correspondientes a materiales pequeños y ligeros.
Se apartó de la pantalla del ordenador y se volvió hacia nosotros.
– Espero que les sirva de ayuda. Ahora debo irme pitando.
Cuando se hubo marchado, Lowery tomó la palabra. El brillo del monitor acentuó las arrugas de su rostro cuando se inclinó sobre el teclado. Pulsó algunas teclas y un nuevo diagrama ocupó la pantalla, parecido a una pintura de Seurat en colores primarios.
– En primer lugar, establecimos una serie de pautas generales para describir el estado de las filas de asientos y los asientos recuperados.
Señaló unos colores en el diagrama.
– Los asientos que habían sufrido daños mínimos están marcados en azul claro, aquellos con un daño moderado en azul oscuro y los asientos muy dañados en verde. Los asientos clasificados como «destruidos» se muestran en amarillo, aquellos clasificados como «fragmentados» están señalados en rojo.
– ¿Qué significan las categorías? -pregunté.
– Azul claro significa que las patas, el respaldo, las sujeciones y los brazos están intactos, al igual que el mecanismo del cinturón de seguridad. Azul oscuro significa que se ha producido una deformación menor en uno o más de esos componentes. Verde significa que hay roturas y deformaciones. Amarillo indica un asiento con, al menos, dos de sus cinco componentes rotos o desaparecidos, y el color rojo indica daños en tres o más de los componentes del asiento.
El diagrama mostraba el interior de un avión con lavabos, cocinas y armarios detrás de la cabina de los pilotos, ocho asientos en primera clase y dieciocho filas en clase turista, dobles en el lado de babor y triples en el lado de estribor. Detrás de la última fila, que era doble a ambos lados del pasillo, había otro grupo de cocinas y lavabos.
Hasta un niño hubiese podido interpretar el diseño. Los colores cambiaban de azul frío a rojo brillante a medida que se extendían desde la cabina hasta la cola, indicando que los asientos más próximos a la cabina de los pilotos estaban intactos en su gran mayoría, los de la zona central de la cabina de pasajeros estaban más dañados y los que se encontraban detrás de las alas estaban prácticamente destrozados. La mayor concentración de rojo ocupaba la zona posterior izquierda del avión.
Lowery pulsó algunas teclas y en la pantalla apareció un nuevo diagrama.
– Este diagrama muestra en qué asiento estaba cada pasajero, aunque, como el avión no estaba lleno es posible que la gente se hubiera cambiado de asiento. La grabadora de voz de la cabina de los pilotos indica que el capitán no había apagado la señal de «Ajustar el cinturón de seguridad», de modo que la mayoría de los pasajeros debía de estar sentada con los cinturones de seguridad abrochados. La grabadora de voz indica también que el capitán había autorizado a las azafatas y sobrecargos que iniciaran el servicio de cabina, de modo que podían estar en cualquier punto del avión.
– ¿Podrá llegar a determinar quién estaba sentado y quién no?
– Los asientos recuperados serán examinados en busca de evidencias de sujeción del cinturón, cosas como carga del cinturón, cortes y deformaciones relacionadas con el ocupante. Con los datos obtenidos por el grupo médico-antropológico intentaremos relacionar los daños en los asientos con la fragmentación de los cuerpos.
Yo escuchaba atentamente las explicaciones, sabía que los cuerpos serían clasificados, del mismo modo que habían hecho con los asientos. Verde: cuerpo intacto. Amarillo: cabeza aplastada o pérdida de una de las extremidades. Azuclass="underline" pérdida de dos extremidades con o sin cabeza aplastada. Rojo: pérdida de tres o más extremidades o corte transversal completo del cuerpo.
– El informe de la autopsia también mostrará en qué lugar de la cabina estaban sentados los pasajeros que tienen materiales incrustados, quemaduras térmicas o quemaduras químicas -continuó Lowery-. También intentaremos establecer una correlación entre modelos de heridas del lado derecho con las del lado izquierdo y deformaciones de los asientos de la derecha y de la izquierda.
– ¿Y qué información obtendrá de ello? -preguntó Ryan.
– Un alto grado de correlación sugeriría que los pasajeros permanecieron sentados durante la mayor parte de la caída del aparato. Una correlación pobre significaría que no se encontraban en los asientos que tenían asignados o bien que fueron separados violentamente de sus asientos en los primeros momentos de la caída.
Sentí un escalofrío al pensar en los terroríficos momentos finales de esos pasajeros.
– Los médicos también nos suministrarán datos sobre heridas anteriores y posteriores, que nos ayudarán a relacionar la deformación de los asientos de proa con la de los de popa.
– ¿Por qué? -preguntó Ryan.
– Se supone que el movimiento hacia adelante del avión, combinado con el efecto protector del asiento en la espalda del ocupante, provoca heridas predominantemente anteriores.
– A menos que el pasajero sea separado del asiento.
– Exacto. Además, en los accidentes frontales, los asientos orientados hacia delante se deforman en esa dirección. En las explosiones que se producen en el aire, es posible que no se repita esa pauta ya que algunas partes del aparato pueden haberse desintegrado antes del impacto.
– ¿Y?
– De los asientos recuperados hasta el momento, más del setenta por ciento muestran una deformación apreciable en dirección proa-popa. De ellos, menos del cuarenta por ciento presentaban deformaciones en dirección frontal.
– Lo que significa la destrucción durante el vuelo.
– Sin ninguna duda. El grupo de Susan aún está estudiando la forma en que se produjo la desintegración. Tratarán de reconstruir la secuencia exacta del fallo, pero está meridianamente claro que se produjo un suceso súbito y catastrófico en el aire. Eso significa que partes del fuselaje cayeron a tierra antes del impacto del avión contra el suelo. Me sorprende que no haya una mayor variación entre las diferentes secciones, pero estas cosas nunca siguen el manual. Lo que está claro es que los asientos en cada sección muestran una carga de impacto casi idéntica.
Pulsó unas teclas y el diagrama original ocupó la pantalla.
– Y hay pocas dudas en cuanto al lugar donde se produjo la explosión.
Lowery señaló la concentración de rojo brillante en la parte posterior izquierda de la cabina de pasajeros.
– Una explosión no significa necesariamente una bomba.
Nos giramos y vimos que Magnus Jackson estaba en la entrada del despacho. Me miró largamente pero, no dijo nada. La pantalla brillaba como un arco iris a nuestras espaldas.
– La hipótesis del misil ha cobrado protagonismo -dijo Magnus.
Todos nos quedamos esperando.
– Ahora hay tres testigos que afirman haber visto un objeto disparado hacia el cielo.
– He hablado con los reverendos Claiborrie y Bowman y he calculado que juntos tienen el cociente intelectual de un gusano lanudo -dijo Ryan mientras apoyaba un brazo en el respaldo de la silla.
Me pregunté cómo era posible que Ryan supiese nada acerca de los gusanos lanudos pero no dije nada.
– Los tres testigos dan horas y descripciones que son prácticamente idénticas.
– Como sus códigos genéticos -se mofó Ryan.
– ¿Cree que esos testigos se someterían voluntariamente al detector de mentiras? -pregunté.
– Esos tíos probablemente piensan que un microondas les freirá los genitales -dijo Ryan.
Jackson esbozó una sonrisa, pero las bromas de Ryan comenzaban a ponerme nerviosa.
– Tiene razón -dijo Jackson-. En las zonas rurales existe una saludable reticencia ante la autoridad y la ciencia. Los testigos se niegan a someterse al detector con el argumento de que el gobierno podría utilizar la tecnología para alterar sus cerebros.
– ¿Mejorarlos?
Jackson sonrió. Luego el investigador a cargo del caso volvió a mirarme fijamente y se marchó sin añadir comentario alguno.
– ¿Podemos volver al diagrama de los asientos? -pregunté.
Lowery volvió a pulsar una serie de teclas y el diagrama reapareció en la pantalla.
– ¿Puede superponer a ese diagrama el de los daños sufridos por los asientos?
Los dedos de Lowery se movieron sobre el teclado y apareció el Seurat.
– ¿Dónde estaba sentada Martha Simington?
Lowery señaló la primera fila de primera clase:
– Uno A.
Azul claro.
– ¿Y el estudiante de intercambio de Sri Lanka?
– Anurudha Mahendran, Doce F, justo delante del ala derecha.
Azul oscuro.
– ¿Dónde se sentaban Jean Bertrand y Rémi Petricelli?
El dedo de Lowery se movió hasta la última fila a la izquierda.
– Veintitrés A y B.
Rojo brillante.
Justo en el lugar de la explosión.