Su voz se quebró y se pasó el dorso de la mano por los labios. Luego bajó la vista y se alejó, avergonzado de no haber podido reprimir su emoción.
No me sorprendió el comportamiento del ayudante del sheriff. Los policías y miembros de los equipos de rescate más duros y capaces, no importa el grado de entrenamiento o experiencia que puedan tener, nunca están preparados psicológicamente para su primer major [1].
Majors. Así es como el Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte califica a estas catástrofes. Yo no estaba segura de qué es lo que se necesita para merecer esa calificación, pero había trabajado en muchas de ellas y había algo que sabía con certeza: todas eran terribles. Tampoco yo estaba preparada para ese espectáculo y compartía la angustia que sentía ese hombre. La diferencia estaba en que yo había aprendido a ocultarla.
Mientras iba hacia el fuselaje del avión, pasé junto a otro ayudante del sheriff que estaba cubriendo un cadáver.
– Quite eso -ordené.
– ¿Qué?
– No cubra los cadáveres.
– ¿Quién lo dice? -Volví a sacar mi credencial-. Pero están al descubierto. -Su voz sonaba plana, como la grabación de un ordenador.
– Todo debe permanecer en su sitio.
– Tenemos que hacer algo. Está oscureciendo. Los osos percibirán el olor de esta… -se interrumpió buscando la palabra adecuada- gente.
Yo había visto lo que un Ursus era capaz de hacer con un cadáver y comprendí la preocupación de aquel hombre. Sin embargo, no podía dejar que cubriese los restos de las víctimas.
– Todo debe ser fotografiado y clasificado antes de que se pueda tocar y mover.
Apretó la manta con ambas manos y una expresión de dolor se dibujó en su rostro. Yo sabía exactamente cómo se sentía en aquel momento. La necesidad de hacer algo, la incertidumbre de no saber qué. La sensación de impotencia en medio de aquella abrumadora tragedia.
– Por favor, haga correr la voz de que nada debe moverse de su sitio. Luego busque supervivientes.
– Debe estar de broma. -Sus ojos recorrieron la escena que nos rodeaba-. Nadie podría haber sobrevivido a esto.
– Si alguien está vivo tiene más motivos para temer a los osos que esta gente. -Señalé el cadáver que estaba a sus pies.
– Y a los lobos -añadió con voz hueca.
– ¿Cómo se llama el sheriff?
– Crowe.
– ¿Cuál de ellos es?
El hombre desvió la mirada hacia el grupo que se encontraba junto al fuselaje.
– Es la persona más alta del grupo, la que lleva la chaqueta verde.
Dejé al ayudante y me dirigí rápidamente hacia Crowe.
El sheriff estaba examinando un mapa con media docena de bomberos voluntarios cuya vestimenta sugería que habían llegado desde varias jurisdicciones diferentes. Incluso con la cabeza inclinada, Crowe era la persona más alta del grupo. Bajo la chaqueta sus hombros se adivinaban anchos y fuertes, lo que indicaba sesiones regulares de gimnasia. Esperaba no encontrarme con el típico sheriff macho de las montañas.
Cuando me acerqué al grupo, los bomberos dejaron de prestar atención y desviaron la vista hacia mi.
– ¿Sheriff Crowe?
Crowe se volvió y comprendí que la cuestión del macho no sería un problema. Crowe era una mujer.
Sus pómulos eran altos y marcados, la piel color canela. El pelo que escapaba por debajo de su sombrero de ala ancha era rizado y de un rojo zanahoria. Pero lo que me llamó poderosamente la atención fueron sus ojos. El iris era del mismo color del vidrio de las viejas botellas de Coca-Cola. Realzado por el naranja de las pestañas y las cejas, el verde pálido era extraordinario. Calculé que rondaría los cuarenta años.
– ¿Y usted es? -La voz era grave y profunda y sugería con claridad que su dueña no estaba para tonterías.
– Doctora Temperance Brennan.
– ¿Y tiene alguna razón para estar aquí?
– Trabajo con el DMORT.
Nuevamente la credencial. Crowe estudió la tarjeta y me la devolvió.
– Viajaba en mi coche de Charlotte a Knoxville cuando escuché por la radio un boletín que informaba de un accidente aéreo. Llamé a Earl Bliss, el jefe del equipo de la Región Cuatro, y me pidió que me desviara de mi ruta y acudiese para ver si necesitaban ayuda.
Fui algo más diplomática de lo que había sido Earl.
La mujer no dijo nada. Luego se volvió hacia los bomberos, les dio unas breves instrucciones y los hombres se dispersaron. Acortando la distancia que nos separaba, Crowe me tendió la mano. El apretón podía causar daños.
– Lucy Crowe.
– Por favor, llámeme Tempe.
La sheriff separó los pies, cruzó los brazos y me miró con sus ojos de botella de Coca-Cola.
– No creo que ninguno de estos desdichados vaya a necesitar atención médica.
– Soy antropóloga forense, no médico. ¿Ha buscado supervivientes?
Asintió con un breve movimiento de cabeza, el tipo de gesto que había visto en la India.
– Pensaba que de estas cosas se encargaba el forense.
– De estas cosas nos encargamos todos. ¿Ha llegado el NTSB?
Yo sabía que el Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte nunca tardaba demasiado en presentarse en el lugar de los hechos.
– Están en camino. He tenido noticias de todas las agencias del planeta. NTSB, FBI, Oficina de Tráfico Aéreo (ATF), Cruz Roja, Agencia Federal de Aviación (FAA), Servicio Forestal, Agencia del Valle del Tennessee (TVA), Ministerio de Gobierno. No me extrañaría en absoluto que se presentara el papa en persona.
– ¿Ministerio del Gobierno y TVA?
– Los federales son los dueños de la mayor parte de este condado; alrededor de un ochenta y cinco por ciento como parque nacional, un cinco por ciento como reserva. -Extendió la mano a la altura del hombro y la movió describiendo un círculo en el sentido de las agujas del reloj-. Nos encontramos en lo que se conoce como Big Laurel. Bryson City está hacia el noroeste, el Parque Nacional de las Great Smoky Mountains se extiende más allá de Bryson. La reserva india de los cherokee está en el norte y el Nantahala Game Land y el National Forest se extienden hacia el sur.
Tragué saliva para aliviar la presión en los oídos.
– ¿A qué altura estamos?
– A un poco más de mil doscientos metros.
– Sheriff, no es mi intención decirle cómo debe hacer su trabajo, pero hay un par de sujetos a los que quizá le gustaría mantener apartados de…
– El tío de la compañía de seguros y el abogado listillo. Puede que Lucy Crowe viva en las montañas, pero ha hecho algunos viajes.
No tenía ninguna duda con respecto a eso. También estaba segura de que nadie se pasaba de la raya con Lucy Crowe.
– Probablemente sea una buena idea mantener a la prensa fuera de esto.
– Probablemente.
– Tiene razón en cuanto al forense, sheriff. Llegará en cualquier momento. Pero el plan de emergencia diseñado por Carolina del Norte requiere la actuación del DMORT cuando se produce una catástrofe de esta magnitud.
En ese momento oí un estallido apagado, seguido de órdenes impartidas a gritos. Crowe se quitó el sombrero y se pasó la manga de la chaqueta por la frente.
– ¿Cuántos fuegos siguen ardiendo?
– Cuatro. Los estamos sofocando pero resulta complicado. En esta época del año la montaña está muy seca. -Golpeó ligeramente el sombrero contra un muslo casi tan musculoso como sus hombros.
– Estoy segura de que su equipo está haciendo todo lo que puede. Han acordonado el área y están combatiendo los incendios. Si no hay supervivientes, no se puede hacer nada más.
– La verdad es que no están entrenados para este tipo de cosas.
Por encima del hombro de Crowe vi que un hombre mayor con una chaqueta de los Voluntarios Cherokee del Departamento de Policía removía unos desechos con un palo. Decidí actuar con discreción.
– Estoy segura de que le ha advertido a su gente de que la escena de un accidente debe tratarse como si fuese la escena de un crimen. No deben tocar nada.
Repitió su gesto característico asintiendo con la cabeza.
– Probablemente se sienten frustrados, quieren ser útiles pero no saben qué hacer. Pero recordárselo nunca hace daño.
Hice una señal en dirección al tío que hurgaba entre los desechos.
Crowe maldijo en voz baja, luego se dirigió hacia el voluntario con unas zancadas propias de una velocista olímpica. El hombre se alejó y un momento después la sheriff volvió a reunirse conmigo.
[1] En Estados Unidos se refieren con este término a los grandes acontecimientos deportivos, como los torneos abiertos de golf o las finales de las ligas de béisbol. En español no existe un término que tenga una equivalencia exacta, de modo que se ha decidido conservarlo en su idioma original para no restarle significado. (N. del T.)