Encendí la lámpara de la mesilla de noche, busqué el fax de Delaware que me había dejado McMahon y regresé a la cama tiritando. Me metí debajo de las mantas y releí la lista de nombres.
W. G. Davis, F. M. Payne, C. A. Birkby, F. L. Warren, P. H. Rollins, M. P. Veckhoff.
El único nombre que me resultaba remotamente familiar era el de Veckhoff. Un tío de Charlotte llamado Pat Veckhoff había sido senador de Carolina del Norte durante dieciséis años. Murió súbitamente el pasado invierno. Me pregunté si habría alguna relación con el M. P. Veckhoff que figuraba en la lista.
Apagué la luz y permanecí en la oscuridad buscando alguna conexión entre las cosas que sabía. Era inútil. Las imágenes de Primrose seguían alterando mi concentración.
Primrose sentada delante de su ordenador, con las gafas en la punta de la nariz. Primrose en el aparcamiento. Primrose en el escenario de un accidente aéreo, 1997, Kingston, Carolina del Norte. Primrose al otro lado de una mesa de cartas, jugando al póquer. Primrose en Charlotte. La cafetería del Hospital Presbiteriano. Yo estaba comiendo una pizza vegetal hecha con guisantes y espárragos de lata. Recordaba que la pizza sabía fatal, pero no por qué había conocido a Primrose allí.
Primrose metida en una bolsa de plástico.
¿Por qué, Dios mío?
¿Fue cuidadosamente escogida, investigada, acechada y luego asesinada como parte de un complicado pían? ¿O fue elegida por casualidad? El impulso de alguna mente enferma. El primer Honda azul. La cuarta mujer que salga del centro comercial. El próximo negro. ¿La muerte formaba parte del plan o las cosas se complicaron, fuera de control hasta alcanzar una situación irreversible?
La violencia contra las mujeres no es un fenómeno reciente. Los huesos de mis hermanas cubren la historia y la prehistoria. La tumba masiva en Cahokia. El cenote sagrado en Chichén Itzá. La muchacha de la edad de hierro en la ciénaga, el pelo rapado, con los ojos vendados y atada.
Las mujeres están acostumbradas a ser precavidas. Caminar más rápido al oír pasos a su espalda. Mirar a través de la mirilla antes de abrir la puerta. Colocarse junto a los botones en un ascensor vacío. Temer a la oscuridad. ¿Fue Primrose simplemente una más del desfile de víctimas femeninas?
¿A quién intentaba engañar? Conocía el motivo. No tenía absolutamente ninguna duda.
Primrose había sido asesinada porque respondió a una solicitud. Mi solicitud. Ella había aceptado un fax, tomado medidas y proporcionado datos. Ella me había ayudado y, al hacerlo, había amenazado a alguien.
Yo la había implicado en la investigación y alguien la había asesinado por ello. La culpa y la pena me pesaban físicamente, me aplastaban el pecho.
¿Pero de qué modo había representado Primrose una amenaza? ¿Había descubierto alguna cosa que yo ignoraba? ¿Había comprendido la importancia de ese hallazgo o no se había dado cuenta de su importancia? ¿La habían silenciado por lo que sabía o por lo que alguien temía que pudiese descubrir?
¿Y qué pasaba conmigo? ¿Representaba yo también una amenaza para algún chiflado homicida?
Mis pensamientos fueron interrumpidos por un suave gemido que llegaba desde abajo. Aparté las mantas, me puse tejanos y una camiseta y las náuticas. Luego recorrí la casa de puntillas y salí por la puerta trasera.
Boyd estaba sentado junto a su perrera, la nariz apuntaba hacia el cielo estrellado. Al verme se levantó de un salto y comenzó a menear la mitad posterior del cuerpo. Luego corrió hacia la valla metálica y adoptó una postura de bípedo. Apoyándose en las patas delanteras estiró el cuello y lanzó una serie de aullidos.
Extendí la mano y le acaricié la cabeza. Me lamió la mano, mareado de excitación.
Cuando entré en su recinto y le puse la correa, Boyd se volvió hiperactivo, girando sobre sí mismo y levantando tierra con las patas.
– Tranquilo. -Apunté un dedo hacia su hocico-. Esto va contra las reglas.
Me miró con la lengua colgando, las cejas bailaban sobre los ojos brillantes. Le llevé a través del prado y entramos en la casa.
Momentos más tarde ambos yacíamos en la oscuridad, Boyd en la alfombra junto a mi cama. Le oí suspirar cuando apoyó el hocico sobre las patas delanteras.
Me dormí con la mano apoyada en su cabeza.
Capítulo 21
A la mañana siguiente me desperté temprano, sintiéndome fría y vacía pero sin saber muy bien por qué. Llegó a mí en una oleada densa y horrible.
Primrose estaba muerta.
La angustiosa combinación de pérdida y culpa era casi paralizante y me quedé inmóvil durante largo rato, sin querer tener nada que ver con el mundo.
Entonces Boyd me rozó la cadera con el hocico. Me giré en la cama y le rasqué detrás de las orejas.
– Tienes razón. La autocompasión no es buena.
Me levanté, me vestí y salí a dar un paseo con Boyd. Durante mi ausencia una nota apareció en la puerta de Magnolia. Ryan pasaría otro día con McMahon y no necesitaría el coche. Las llaves que había dejado en su casillero ahora estaban en el mío.
Cuando encendí el teléfono, tenía cinco mensajes. Cuatro periodistas yP amp;T. Llamé al taller y borré el resto.
La reparación estaba llevando más tiempo del previsto. El coche debería estar listo para mañana.
Habíamos pasado de «podría estar» a «debería estar». Me sentí animada.
¿Pero ahora qué?
Una idea surgió desde las profundidades de mi pasado. El refugio preferido de una niña preocupada o inquieta. No podía hacer daño y podría descubrir algo útil.
Y al menos durante algunas horas sería alguien anónimo e inaccesible.
Después de las tostadas y los cereales con leche conduje hasta la biblioteca pública Black Marianna, una caja de ladrillo rojo de una sola planta que se alzaba en la esquina de Everett con Academy. Esqueletos de cartón flanqueaban la entrada, cada uno con un libro entre las manos.
En el mostrador de la entrada principal había un hombre negro, alto y delgado, con varios dientes de oro. Una mujer mayor trabajaba a su lado, estaba grapando una ristra de calabazas anaranjadas encima de sus cabezas. Ambos se volvieron cuando entré.
– Buenos días -dije.
– Buenos días.
El hombre exhibió una amplia sonrisa de metal precioso. Su compañera de pelo color lila me miró con suspicacia.
– Me gustaría consultar algunos ejemplares atrasados del periódico local.
Sonreí de un modo realmente encantador.
– ¿El Smoky Mountain Times? -preguntó la bibliotecaria, dejando su grapadora.
– Sí.
– ¿Como cuánto de atrasados?
– ¿Tienen material de los años treinta y cuarenta?
La arruga de su ceño se hizo más pronunciada.
– La colección comienza en 1895. Entonces era el Bryson City Times. Un semanario. Las publicaciones más antiguas están en microfilm, por supuesto. No puede ver los originales.
– El microfilm será suficiente.
El bibliotecario comenzó a abrir y apilar libros. Vi que tenía las uñas pulidas y la ropa inmaculada.
– El proyector está en la habitación del fondo, junto a la sección de genealogía. Sólo puede utilizar una caja a la vez.
– Gracias.
La bibliotecaria abrió uno de los dos armarios metálicos que había detrás del mostrador y sacó una pequeña caja gris.
– Será mejor que le explique cómo funciona la máquina.
– Por favor, no es necesario que se moleste. Estoy familiarizada con los proyectores de microfilmes. No tendré problemas.
Leí la expresión de su rostro cuando me dio la caja con los microfilmes. Una civil perdida entre las estanterías. Era su peor pesadilla.
Me instalé delante de la máquina y comprobé la etiqueta de la caja: «1931-1937».
Una imagen de Primrose cruzó por mi cabeza y las lágrimas me empañaron los ojos.
Basta. Nada de lamentos.
Pero, ¿por qué estaba aquí? ¿Cuál era mi objetivo? ¿Tenía alguno o simplemente me estaba escondiendo?
No. Tenía una meta.
Aún estaba convencida de que la propiedad con el recinto amurallado era el centro de mis problemas y quería saber más acerca de quién había estado asociado con ella. Arthur me había dicho que le había vendido la tierra a un tal Prentice Dashwood. Pero aparte de eso, y de los nombres que constaban en el fax de McMahon, no estaba segura de qué buscaba.