Выбрать главу

En realidad tenía pocas esperanzas de encontrar alguna información útil, pero me había quedado sin ideas. Se habían presentado cargos contra mí y era necesario que hiciera algo al respecto. No podía regresar a Charlotte hasta que mi coche estuviese reparado y me habían excluido de cualquier otra clase de investigación. Qué importaba. La historia siempre podría enseñarme algo.

Durante su servicio militar, un póster había decorado la oficina de Pete, palabras adoptadas por los abogados no comprometidos con el sistema militar: «La indecisión es la clave de la flexibilidad».

Si la máxima era lo bastante buena para los abogados-oficiales del Cuerpo de Infantes de Marina de Estados Unidos, parecía buena para mí. Buscaría cualquier cosa.

Inserté el microfilm y comencé a pasarlo por el proyector. La máquina era un antiguo modelo accionado a manivela, fabricado probablemente antes de que los hermanos Wright levantaran el vuelo en Kitty Hawk. El texto y las fotografías entraban y salían de la pantalla continuamente. A los pocos minutos sentí que se estaba preparando una buena jaqueca.

Pasé de una bobina a otra, hice varios viajes al mostrador principal. Al llegar a finales de la década de los cuarenta, la bibliotecaria se apiadó de mí y me permitió llevar media docena de cajas a la vez.

Examiné superficialmente actos de beneficencia, lavados de coches, reuniones religiosas y sucesos locales. Los delitos eran en su mayoría insignificantes, infracciones de tráfico, embriaguez y desórdenes públicos, objetos desaparecidos y vandalismo. Se anunciaban nacimientos, fallecimientos y bodas junto con anuncios de ventas de garajes y graneros.

La guerra cobró un generoso tributo en el condado de Swain. Desde 1942 hasta 1945 las páginas del periódico estaban llenas de nombres y fotografías. Cada muerte era una historia destacada.

Algunos ciudadanos se las habían ingeniado para morir en la cama. En diciembre de 1943, el fallecimiento de Henry Arlen Preston fue noticia de primera página. Preston había vivido toda su vida en el condado de Swain, abogado, juez y periodista de media jornada. Su carrera estaba narrada con todo lujo de detalles, destacaban sobre los demás un período en Raleigh como senador del estado y la publicación de una obra en dos volúmenes sobre los pájaros de Carolina del Norte. Preston murió a los ochenta y nueve años, dejó una viuda, cuatro hijos, catorce nietos y veintitrés bisnietos.

Una semana después de la muerte de Preston, el Times informó de la desaparición de Tucker Adams. Una noticia a dos columnas en la página seis. Sin foto.

Esa oscura y pequeña noticia accionó algún resorte dentro de mí. ¿Se había alistado Adams en secreto, para morir luego en el extranjero como uno de nuestros numerosos desconocidos? ¿Había regresado, sorprendiendo a sus vecinos con historias de Italia o Francia, para irse luego a vivir su vida? ¿Se había despeñado? ¿Marchado a Hollywood? Aunque busqué más información sobre esa noticia no encontré ningún otro dato sobre la desaparición de Adams.

El escarpado terreno también había reclamado sus víctimas. En 1939 una mujer llamada Hilda Miner salió de su casa para llevarle a su nieta un pastel de fresas. Nunca llegó a su destino y el recipiente del pastel fue encontrado junto al crecido río Tuckasegee. Hilda fue declarada ahogada, si bien su cuerpo jamás fue hallado. Diez años más tarde, las mismas aguas se tragaron al doctor Sheldon Brodie, un biólogo de la Universidad Estatal de los Apalaches. Un día después de que el cuerpo del profesor apareciera en la orilla, Edna Farrell, aparentemente, se cayó al río. Al igual que Miner, los restos de Farrell jamás fueron recuperados.

Me apoyé en el respaldo de la silla y me froté los ojos. ¿Qué era lo que había dicho el anciano sobre Farrell? Ellos deberían haber hecho algo por ella. ¿Quiénes eran «ellos»? ¿Algo en qué sentido? ¿Se estaba refiriendo acaso al hecho de que el cuerpo de Edna Farrell no había sido recuperado? ¿O no estaba conforme con la calidad del funeral oficiado por Thaddeus Bowman?

En 1959 la fauna reclamó al indio cherokee de setenta y cuatro años llamado Charlie Wayne Tramper. Dos semanas después de su desaparición, el rifle de Charlie Wayne apareció en un remoto valle dentro del territorio de la reserva.

Las huellas de un oso sugirieron la causa de la muerte. El anciano fue enterrado en medio de una gran ceremonia tribal.

Yo había trabajado con víctimas atacadas por osos y sabía qué era lo que había quedado de Charlie Wayne. Aparté su imagen de mi cabeza.

La lista de peligros medioambientales cortesía de la Madre Naturaleza continuaba. En 1972 una niña de cuatro años abandonó un lugar de acampada en Maggie Valley. El pequeño cuerpo fue sacado de un lago al día siguiente. El invierno siguiente dos esquiadores de fondo murieron congelados al ser sorprendidos por una tempestad de nieve. En 1986 un cultivador de manzanas, llamado Albert Odell, salió en busca de hierba mora y nunca regresó.

No encontré ninguna referencia a Prentice Dashwood, a la propiedad de Arthur o a los integrantes del Grupo de Inversiones H amp;F. El dato más actual era una noticia de mayo de 1959 sobre un terrible accidente de circulación en la Autopista 19. Seis heridos, cuatro muertos. Las fotografías mostraban los restos retorcidos de los vehículos. El doctor Anthony Alien Birkby, sesenta y ocho años, de Cullowhee, murió tres días más tarde debido a las múltiples heridas. Tomé nota. Aunque el apellido no era raro, un C. A. Birkby figuraba en la lista del fax de McMahon.

Al mediodía me estallaba la cabeza y el azúcar en sangre había descendido a un nivel incapaz de mantener a un ser vivo. Saqué una barra de chocolate con cereales de mi bolso, le quité el envoltorio y lo comí en silencio mientras seguía pasando una bobina tras otra por el proyector.

Los sucesos de años recientes aún no habían sido microfilmados y, hacia media tarde, pude acceder a las fotocopias. Pero el dolor de cabeza había pasado de una ligera molestia a un dolor importante que cruzaba a través de mis lóbulos frontal, temporal y occipital y latía en un epicentro localizado detrás del ojo derecho.

Mierda.

Estaba examinando diarios del año en curso, leyendo atentamente los titulares y estudiando las fotografías, cuando un nombre me llamó la atención. George Adair. El pescador desaparecido.

La cobertura de la desaparición de Adair era minuciosa, proporcionaba el momento y el lugar exactos de la fatal excursión de pesca, una descripción de la víctima y un relato pormenorizado de la ropa que llevaba, incluyendo su anillo de graduación del instituto y su medalla de San Blas.

Otro relámpago del pasado. El sacerdote de la parroquia. La bendición de las gargantas el día de San Blas. ¿Cuál era la historia? Blas era famoso por haber impedido que un niño muriese asfixiado por una espina de pescado. La medalla tenía sentido. Crowe había dicho que Adair se quejaba de problemas de garganta.

Habían entrevistado al compañero de Adair, al igual que a su esposa, amigos, ex jefe y sacerdote. Una fotografía granulada estaba impresa junto a la historia, la medalla era claramente visible alrededor del cuello.

¿Quién era la otra persona desaparecida que había mencionado Crowe? Busqué en mi dolorido cerebro. Jeremiah Mitchell. Febrero. Retrocedí casi ocho meses e inicié una lectura más cuidadosa. Algunos detalles comenzaron a conectarse.

Se informaba de la desaparición de Jeremiah Mitchell en un breve párrafo. El 15 de febrero un hombre negro de setenta y dos años abandonó el Mighty High Tap y se perdió en el olvido. Cualquier persona que tuviese información bla, bla, bla…

Algunas cosas no cambian, pensé, sintiendo una punzada de ira. Un hombre blanco desaparece: historia de primera página. Un hombre negro desaparece: una breve nota en la página diecisiete. O tal vez se tratase de una ley de vida. George Adair tenía un trabajo, amigos, familia. Jeremiah Mitchell era un alcohólico en paro que vivía solo.

Pero alguna vez Mitchell tuvo parientes. A comienzos de marzo apareció una nueva noticia, otra vez un simple párrafo, buscando información y citando el nombre de su abuela, Martha Rose Gist. Me quedé mirando el nombre. ¿Dónde lo había visto antes?

Volví a las cajas y revisé los microfilms por semanas. La necrológica apareció el 16 de mayo de 1952, junto con una breve nota en la columna dedicada a arte. Martha Rose Gist había sido una importante ceramista local. El artículo incluía una fotografía de una pieza de cerámica bellamente decorada, pero ninguna de la artista.