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– No.

– ¿Descubrió alguna cosa en su habitación del motel?

– Esa mujer era una aficionada a los Post-its. Números de teléfono. Horas. Nombres. Un montón de notas, la mayoría de ellas relacionadas con su trabajo.

– Primrose siempre estaba perdiendo las gafas. Las llevaba colgando de un cordel alrededor del cuello. Le preocupaba olvidarse de las cosas. -Sentí una punzada helada en el pecho-. ¿Alguna pista de su paradero el sábado por la tarde?

– Nada.

Uno de los ayudantes entró y dejó un papel sobre el escritorio de la sheriff. Crowe le echó un vistazo y luego volvió su atención hacia mí.

– Veo que ha recuperado el coche.

Mi Mazda era la comidilla del condado de Swain.

– Me marcho a Charlotte pero quiero mostrarle un par de cosas antes de irme.

Le entregué la fotografía robada de los funerales de Tramper.

– ¿Reconoce a alguno de los presentes?

– Que me cuelguen. Parker Davenport, nuestro venerable vicegobernador. Parece que ese idiota tenga quince años. -Me devolvió la foto-. ¿Qué significa?

– No estoy segura.

Luego le entregué el informe de Laslo y esperé mientras lo leía.

– De modo que la fiscal de distrito tenía razón.

– O yo tenía razón.

– ¿Cómo?

– Consideremos este argumento. Jeremiah Mitchell murió después de haberse marchado del Mighty High Tap en febrero pasado. Supongamos que su cuerpo fue conservado en un congelador o una nevera, luego sacado de allí y colocado en el exterior.

– ¿Por qué?

Crowe intentó que el escepticismo no tiñese el tono de su voz.

Saqué las notas que había tomado en la biblioteca, inspiré profundamente y comencé.

– Henry Arlen Preston murió aquí en 1943. Tres días más tarde desapareció un granjero llamado Tucker Adams. Tenía setenta y dos años. El cuerpo de Adams jamás fue hallado.

– ¿Qué tiene eso que ver con…

Levanté una mano.

– En 1949 un profesor de biología llamado Sheldon Brodie murió ahogado en el río Tuckasegee. Un día más tarde Edna Farrell desapareció. Tenía alrededor de ochenta años. Jamás encontraron su cuerpo.

Crowe cogió una pluma, apoyó la punta en el papel secante del escritorio y la deslizó entre los dedos.

– En 1959 Alien Birkby se mató en un accidente de tráfico en la Autopista 19. Dos días después de ese hecho desapareció Charlie Wayne Tramper. Tramper tenía setenta y cuatro años. Su cuerpo fue recuperado, pero estaba gravemente mutilado y le faltaba la cabeza. La identificación de los restos fue estrictamente circunstancial. -La miré.

– ¿Eso es todo?

– ¿Qué día desapareció Jeremiah Mitchell?

Crowe dejó la pluma, abrió un cajón y sacó un archivo.

– El quince de febrero.

– Martin Patrick Veckhoff murió en Charlotte el doce de febrero.

– Mucha gente muere en febrero. Es un mes horrible.

– El nombre «Veckhoff» está en la lista de componentes de H amp;F.

– ¿El grupo de inversiones que es dueño de esa extraña propiedad cerca de Running Goat Branch?

Asentí.

– Al igual que «Birkby».

Se reclinó en el sillón y se frotó un ojo. Saqué el frasco con el hallazgo de Laslo y lo coloqué delante de ella.

– Laslo Sparkes encontró esto en la tierra que recogimos junto a la pared de piedra en la casa de Running Goat.

Crowe lo estudió sin coger el frasco.

– Es un fragmento de diente. Lo llevo a Charlotte para hacerle la prueba del ADN a fin de establecer si se corresponde con el pie.

En ese momento sonó su teléfono. Crowe lo ignoró.

– Necesita conseguir una muestra de Mitchell.

Dudó un momento. Luego:

– Puedo investigarlo.

– Sheriff.

Los ojos color kiwi se encontraron con los míos.

– Esto puede ser más grande que Jeremiah Mitchell.

Tres horas más tarde, Boyd, y yo cruzábamos Little Rock Road en dirección norte por la I- 85. A lo lejos se levantaba la línea del cielo de Charlotte, como un puesto de saguaro en el desierto de Sonora.

Le señalé a Boyd los edificios más notables. El falo gigante del Bank of America Corporate Center. El edificio de oficinas en forma de jeringa en la plaza que albergaba el Charlotte City Club, con la cubierta verde circular a modo de terrado y las antenas emergiendo desde el centro. El contorno de gramola del One First Union Center.

– Mira eso, muchacho. Sexo, drogas y rock and roll.

Boyd alzó las orejas pero no dijo nada.

Mientras que los barrios de Charlotte pueden ser lugares agradables de una ciudad pequeña, el centro es una ciudad de piedra pulida y cristales coloreados y su actitud ante el crimen es la habitual. El Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg se encuentra en el Centro de Aplicación de la Ley, una enorme estructura de hormigón en la Cuarta con Mac-Dowell. El DPCM emplea aproximadamente a 1 900 oficiales y a 400 miembros de personal de apoyo, y dispone de su propio laboratorio criminal, sólo superado por el del SBI. No está mal para una población que no alcanza los 600 000 habitantes.

Salí de la autopista, atravesé el centro de la ciudad y aparqué en la zona destinada a los visitantes en el Centro de Aplicación de la Ley.

Los policías entraban y salían del edificio, todos ellos con uniformes azul oscuro. Boyd gruñó levemente cuando uno pasó junto al coche.

– ¿Ves el emblema que llevan en el hombro? Es el nido de un avispón.

Boyd hizo un sonido similar al de un cantante tirolés pero siguió con el hocico pegado al cristal.

– Durante la Revolución, el general Cornwallis encontró unos focos de resistencia tan fuertes en Charlotte que bautizó la zona como un nido de avispones.

Sin comentarios.

– Debo entrar, Boyd. Pero tú tienes que quedarte aquí.

A pesar de no estar de acuerdo, Boyd se quedó en el coche.

Le prometí que regresaría antes de una hora, le di la última barra de chocolate con cereales para emergencias, cerré las ventanillas y lo dejé.

Encontré a Ron Gillman en su oficina de la esquina en el cuarto piso.

Ron era un hombre alto, de pelo gris con un cuerpo que sugería baloncesto o tenis. El único defecto era un agujero en la dentadura superior.

Me escuchó sin interrumpir mientras le hablaba de mi teoría acerca de Mitchell y el pie. Cuando terminé de hablar, extendió una mano.

– Echémosle un vistazo.

Se colocó unas gafas con una montura de concha y examinó el diminuto fragmento, haciendo girar el frasco entre los dedos. Luego cogió el teléfono y habló con alguien en la sección de ADN.

– Las cosas se mueven más rápido si la solicitud procede de aquí -dijo, colgando el teléfono.

– Cuanto más rápido, mejor -dije.

– Ya he examinado tu muestra ósea. Eso está hecho y el perfil ha sido incorporado a la base de datos que creamos para las víctimas del accidente. Si obtenemos algún resultado de esto -dijo, señalando el frasco-, también lo incorporaremos a la base de datos y buscaremos algún rasgo común.

– No puedo decirte cuánto te agradezco lo que estás haciendo.

Se reclinó en su sillón y entrelazó las manos detrás de la cabeza.

– Realmente le has metido el dedo en el ojo a alguien importante, doctora Brennan.

– Supongo que sí.

– ¿Alguna idea de quién puede ser?

– Parker Davenport.

– ¿El vicegobernador?

– El mismo.

– ¿Cómo conseguiste irritar a Davenport?

Levanté las palmas y me encogí de hombros.

– Es difícil evitarlo si no eres amable.

Le miré, apesadumbrada. Yo había compartido mi teoría con Lucy Crowe. Pero aquello era el condado de Swain. Aquí estaba en mi casa. Ron Gillman dirigía el segundo laboratorio criminal más importante del estado. Mientras que el cuerpo de policía recibía fondos locales, el dinero llegaba al laboratorio a través de subvenciones federales administradas en Raleigh.

Como el departamento del forense. Como la universidad.

¡Qué diablos!

Le di una versión resumida de lo que le había explicado a Lucy Crowe.

– ¿De modo que el M. P. Veckhoff de tu lista es el senador del estado Pat Veckhoff de Charlotte?

Asentí.

– ¿Y Pat Veckhoff y Parker Davenport están relacionados de alguna manera?