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A. Birkby: Omega; John Morgan: Itzmana; William Glenn Sherman: Rho; Kendall Rollins: Piankhy.

– ¿Pero qué hay de los años anteriores?

Bird no tenía idea.

– Muy bien, volvamos a hacerlo de la otra manera.

Busqué una página en blanco en mi cuaderno de notas. Cada vez que una entrada mostraba la sustitución de un nombre en código por otro, apuntaba la fecha. No me llevó mucho tiempo.

En 1943, líos fue reemplazado por Omega. ¿Podría haber sido ese el año en que Birkby se unió a H amp;F?

En 1949 Narmer reemplazó a Khaffre.

Entra un faraón y sale otro. ¿Acaso se trataba de alguna clase de secta masónica?

Continué adelante, añadiendo el año para cada lista.

Mil novecientos cincuenta y nueve. 1972. 1979. 1986.

Miré los años. Luego busqué mi maletín, saqué otras notas y las comprobé.

– ¡Hijo de puta!

Miré el reloj: 3.20. ¿Dónde diablos estaba Lucy Crowe?

Decir que dormí mal sería como decir que Cuasimodo tenía problemas de espalda. Pasé la noche dando vueltas en la cama, dormitando pero sin alcanzar el verdadero sueño.

Cuando sonó el teléfono ya me había levantado, separado la ropa que tenía que lavar, barrido el patio, recogido las hojas muertas y bebido una taza de café tras otra.

– ¿La consiguió? -dije casi chillando.

– Repite el chiste.

– No puedo mantener ocupada la línea, Pete.

– Tienes la modalidad de llamada en espera.

– ¿Por qué me llamas a las siete de la mañana?

– Debo regresar a Indiana para volver a entrevistar a Itchy y Scratchy.

Me llevó un momento reaccionar.

– ¿Los gemelos Bobbsey?

– Los he bajado de categoría. Te llamo para decirte que mandaré a Boyd al Granbar Kennel.

– ¿Qué? ¿Las toallas son demasiado ásperas aquí?

– No quiere abusar.

– ¿Granbar no es asquerosamente caro?

– Sabe que juego en la primera división del derecho, así que Boyd se ha acostumbrado a esperar cierto estilo de vida.

– Yo podría hacerme cargo de él.

– Te gusta ese perro. -Pete quería engatusarme.

– Ese perro es un retrasado mental. Pero no hay ninguna razón para tirar el dinero cuando aún tengo diez kilos de comida Alpo para perro.

– El personal de Granbar se sentirá fatal.

– Estoy segura de que podrán superarlo.

– Te lo llevaré dentro de una hora.

Estaba limpiando el interior del cubo de la basura cuando volvió a sonar el teléfono. La voz de Lucy Crowe estaba tensa por la frustración.

– El magistrado se sigue negando a emitir la orden de registro. No lo entiendo. Habitualmente Frank es una persona razonable, pero esta mañana se puso tan furioso que creí que iba a sufrir un infarto. No insistí porque no quería matar a esa comadreja.

Le dije lo que había encontrado en el diario de Pat Veckhoff.

– ¿Puede hacer una comprobación de los parlamentarios entre el setenta y dos y el setenta y nueve?

– Sí.

Un largo silencio se extendió desde las tierras altas.

– Cuando estábamos en aquel lugar vi una barra metálica en el suelo, delante del porche delantero.

– ¿Y?

Mi herramienta para entrar en la casa.

Otra pausa.

– Si se descubre algún resto en una propiedad que se encuentra dentro de una relativa proximidad del lugar donde se ha estrellado un avión, mi oficina tiene jurisdicción durante el período de recuperación de los cuerpos.

– Entiendo.

– Sólo por motivos relacionados directamente con el accidente. Para buscar supervivientes que pudieran haberse arrastrado hasta ese lugar, por ejemplo. Tal vez muerto debajo de la casa.

– O en el interior del patio.

– Necesitaría una orden de registro para investigar el origen de cualquier objeto sospechoso encontrado en el interior de la propiedad.

– Por supuesto.

– Aún hay dos pasajeros que no han sido encontrados.

– Sí.

– ¿Le parece que esa barra metálica podría ser uno de los restos del avión?

– Podría ser una pieza del suelo de la cabina.

– Eso mismo pienso yo. Creo que será mejor que eche un vistazo.

– Puedo estar allí a las dos.

– Esperaré.

A las tres, Boyd y yo estábamos en el asiento trasero de un jeep, Crowe iba al volante, uno de sus ayudantes llevaba una escopeta. Otros dos ayudantes viajaban detrás de nosotros en un segundo vehículo.

El chow-chow estaba tan agitado como yo aunque por razones diferentes. Viajaba con la cabeza asomada fuera de la ventanilla, la nariz moviéndose como una veleta durante una tormenta tropical. De vez en cuando le empujaba hacia abajo por los cuartos traseros. Se sentaba y volvía a levantarse un segundo después.

La radio no dejaba de escupir datos mientras recorríamos la carretera del condado. Al pasar junto al Departamento de Bomberos de Alarka observé que en la zona de aparcamiento sólo había un camión frigorífico y unos pocos coches. Un coche patrulla de la policía de Bryson City protegía la entrada, el conductor estaba inclinado sobre una revista apoyada en el volante.

Crowe continuó hasta el final de la carretera asfaltada, luego cogió el camino del Servicio Forestal donde yo había dejado mi coche hacía ahora tres semanas. Ignoró el atajo que llevaba hasta el lugar del accidente, continuó casi un kilómetro y giró en otro camino destinado al transporte de madera. Después de ascender durante lo que parecieron kilómetros, Crowe se detuvo, estudió el bosque a ambos lados del camino, avanzó, repitió el proceso y luego se apartó del camino. El vehículo de apoyo nos seguía de cerca.

El jeep saltaba y se precipitaba hacia adelante mientras las ramas arañaban el techo y los laterales. Boyd escondió la cabeza como si fuese una tortuga y yo aparté rápidamente el brazo del borde de la ventanilla. El perro sacudía la cabeza de derecha a izquierda, salpicando de saliva a todo el mundo. El ayudante sacó un pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y se secó el cuello pero no dijo nada. Traté de recordar su nombre. ¿Era Craig? ¿Gregg?

Luego los árboles parecieron retroceder dando paso a un camino estrecho y cubierto de lodo. Diez minutos más tarde, Crowe frenó, bajó del jeep y abrió lo que parecía ser un matorral muy tupido. Cuando continuamos nuestro camino pude comprobar que se trataba de un portalón, totalmente cubierto de kudzu y hiedra. Un momento más tarde la casa de Arthur apareció ante nosotros.

– Que me cuelguen -dijo el ayudante-. ¿Figura este lugar en el manual 911?

– Figura como abandonado -dijo Crowe-. No sabía que estaba aquí.

Crowe se detuvo delante de la casa e hizo sonar dos veces la bocina. No apareció nadie.

– Hay una especie de patio al lado. -Crowe señaló con la cabeza en esa dirección-. Diles a George y Bobby que cubran esa entrada. Nosotros entraremos por delante.

Ambos salieron del jeep, quitando simultáneamente los seguros de sus armas. Mientras el ayudante se dirigía hacia el segundo vehículo, Crowe se volvió hacia mí.

– Usted se queda aquí.

Quise discutir pero su expresión me dijo que era inútil.

– En el jeep. Hasta que yo la llame.

Puse los ojos en blanco pero no abrí la boca. Sentía que el corazón me golpeaba el pecho y me moví de un lado a otro incluso más que Boyd.

Crowe volvió a hacer sonar largamente la bocina mientras escudriñaba las ventanas superiores de la casa. El ayudante se reunió nuevamente con ella llevaba el Winchester colgado a través del pecho. Se acercaron a la casa y salvaron los pocos escalones del porche.

– Departamento del Sheriff del condado de Swain. -Sus palabras sonaron metálicas en el aire diáfano de la montaña-. Policía. Por favor, respondan.

Golpeó la puerta.

Nadie salió.

Crowe dijo algo. Su ayudante separó las piernas y alzó la escopeta mientras la sheriff comenzaba a golpear la puerta con su bota. Pero no cedió.

Crowe volvió a hablar. Su ayudante le contestó sin apartar el cañón de la escopeta de la puerta cerrada.

La sheriff regresó al jeep, el sudor le humedecía el mechón de color zanahoria que escapaba de su sombrero. Buscó algo en la parte trasera y regresó al porche llevando una palanca en la mano.