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Su taza tembló en el platillo cuando la dejó sobre la mesilla.

– Pero Prentice tenía también un lado oscuro. Él estaba convencido de que algunos seres humanos eran más valiosos que otros.

Su voz se quebró.

– Los intelectualmente superiores -dije.

– Sí. A medida que Prentice se iba haciendo mayor, su concepción del mundo se vio poderosamente influida por sus lecturas acerca de cosmología y canibalismo. Su contacto con la realidad se fue debilitando.

Hizo una pausa, seleccionando las cosas que podía decir.

– Comenzó como una blasfemia frívola. Nadie creía realmente en eso.

– ¿Creer qué?

– Que el hecho de comerse a los muertos negase el carácter irrevocable de la muerte. Que comer la carne de otro ser humano permitiese la asimilación de su alma, personalidad y sabiduría.

– ¿Era eso lo que creía Dashwood?

Midkiff encogió uno de sus hombros huesudos.

– Tal vez lo creyese. Quizá simplemente utilizó la idea, y el acto concreto dentro del círculo interno, como una manera de mantener el club unido e intacto. La indulgencia colectiva en lo prohibido. El concepto de grupo interno, grupo externo. Prentice entendía que los rituales culturales existen para reforzar la unidad de quienes los celebran.

– ¿Cómo comenzó?

– Un accidente.

Suspiró.

– Un desgraciado accidente. Un verano apareció un joven en la casa de la montaña. Sólo Dios sabe lo que estaba haciendo por esos parajes. Corrió el alcohol, hubo una pelea y el muchacho murió. Prentice propuso que todos…

Sacó un pañuelo y se lo pasó por los ojos.

– Eso sucedió antes de la guerra. Yo me enteré años más tarde cuando escuché una conversación que no debía.

– Sí.

– Prentice procedió a cortar tiras de músculo del muslo de aquel pobre muchacho y exigió que todos comieran. En aquella época no existía esa distinción entre círculo interno y externo. Fue un pacto. Cada uno de ellos era un participante e igualmente culpable. Nadie hablaría jamás de la muerte del muchacho. Enterraron el cuerpo en el bosque, al año siguiente se formó el círculo interno y Tucker Adams fue asesinado.

– ¿Hombres inteligentes aceptando esta locura? ¿Hombres educados con esposas y familias y trabajos responsables?

– Prentice Dashwood era un hombre extraordinariamente carismático. Cuando hablaba todo parecía tener sentido.

– ¿ Canibalismo?

Traté de mantener la voz tranquila.

– ¿Tienes idea de cuan importante es el tema de seres humanos que se comen a otros seres humanos en la cultura occidental? Los sacrificios humanos se mencionan en el Antiguo Testamento y en el Rig Veda. La antropofagia es fundamental en el argumento de muchos mitos griegos y romanos; es la base de la misa católica. Echa un vistazo a la literatura. Modesta proposición [21] de Jonathan Swift y la historia de Sweeney Todd de Tom Prest. Películas como Cuando el destino nos alcance; Tomates verdes fritos; El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante; Weekend, de Jean-Luc Goddard. Y no nos olvidemos de los niños: Hansel y Gretel, Gingerbread Man, y las diferentes versiones de Blancanieves, Cenicienta y Caperucita Roja. ¡Abuela, qué dientes tan grandes tienes! -Respiró temblorosamente-. Y, naturalmente, están los participantes por necesidad. El grupo de Donner; el equipo de rugby uruguayo perdido en los Andes; la tripulación del yate Mignonette; Marten Hartwell, el piloto de avión aislado en el Ártico. Nos sentimos fascinados por sus historias. Y escuchamos incluso con mayor curiosidad a nuestros asesinos en serie caníbales que han buscado sus quince minutos de gloria.

Simon volvió a inspirar profundamente y luego expulsó el aire lentamente.

– No puedo explicarlo, ni tampoco tolerarlo. Prentice conseguía que todo sonara exótico. Éramos una pandilla de chicos traviesos que compartían un mismo interés por un tema ciertamente oscuro y perverso.

– Fay ce que voudras.

Recité las palabras cinceladas sobre la entrada del túnel subterráneo. Durante mi convalecencia había aprendido que esa cita de Rabelais en francés del siglo XVI también adornaba el arco abovedado y los hogares en la Abadía de Medmenham.

– «Haz lo que quieras» -tradujo Midkiff, luego se echó a reír con tristeza-. Es irónico. Los clubes Hell Fire empleaban esa cita para excusar su indulgencia licenciosa, pero Rabelais atribuye de hecho esas palabras a san Agustín. «Ama a Dios y haz lo que quieras. Porque si un hombre ama a Dios con el espíritu de la sabiduría, entonces, siempre procurando satisfacer la voluntad divina, lo que él desee será lo correcto.»

– ¿Cuándo murió Prentice Dashwood?

– En mil novecientos sesenta y nueve.

– ¿Asesinaron a alguien?

Sólo habíamos encontrado ocho víctimas.

– No había nadie que pudiese reemplazar a Prentice. Después de su muerte nadie fue elevado al círculo interno. El número de sus miembros se redujo a seis y así permaneció.

– ¿Por qué no figuraba Dashwood en el fax que me enviaste?

– Escribí lo que era capaz de recordar. La lista no estaba completa ni mucho menos. No sé prácticamente nada de los que se unieron al grupo después de mi marcha. En cuanto a Prentice, simplemente no pude… -Apartó la vista-. Fue hace tanto tiempo.

Ninguno de los dos habló durante varios minutos.

– ¿Realmente no sabías lo que estaba pasando?

– Comprendí lo que estaba ocurriendo después de que Mary Francis Rafferty muriese en 1972. Fue entonces cuando abandoné el grupo.

– Pero no dijiste nada.

– No. No tengo excusa.

– ¿Por qué pusiste a la sheriff Crowe sobre la pista de Ralph Stover?

– Stover se unió al club después de que yo me marchara. Por esa razón se mudó al condado de Swain. Siempre he sabido que era un sujeto inestable.

Recordé la pregunta que se me había ocurrido al llegar.

– ¿Fue Stover quien trató de atropellarme en Cherokee?

– Me enteré de que había sido un Volvo negro. Stover tiene un Volvo negro. Ese incidente acabó de convencerme de que era un hombre realmente peligroso.

Señalé las cajas.

– Estás excavando aquí, ¿verdad, Simon?

– Sí.

– Sin autorización de Raleigh.

– Este lugar es crucial para la secuencia de montaje lítico que estoy construyendo.

– Por eso me mentiste cuando me dijiste que estabas trabajando para el Departamento de Recursos Culturales.

Asintió.

Dejé mi taza sobre la mesa y me puse de pie.

– Lamento que las cosas no hayan salido como esperabas.

Lo sentía realmente, pero no podía perdonarle por lo que sabía y no había informado.

– Cuando se publique el libro la gente reconocerá finalmente el valor de mi trabajo.

Fuera, el día aún estaba claro y frío, sin rastros de neblina en los valles o en las montañas.

Las doce y media. Tenía que darme prisa.

Capítulo 34

La concurrencia a los funerales por Edna Farrell fue más numerosa de lo que yo esperaba, considerando que llevaba muerta más de medio siglo. Además de los miembros de su familia, gran parte de los habitantes de Bryson City y muchos agentes de los departamentos del sheriff y la policía se habían congregado para darle el último adiós. Lucy Crowe estaba allí y también Byron McMahon.

Las historias del Hell Fire Club eclipsaban ahora los relatos del accidente del avión de TransSouth Air y habían llegado periodistas de todo el sureste del país. Ocho ancianos asesinados en rituales y enterrados en el sótano de una casa en la montaña, el vicegobernador del estado desacreditado y más de una docena de eminentes ciudadanos entre rejas. Los medios de comunicación los llamaban los Asesinos Caníbales y yo caí en el olvido igual que el escándalo sexual del año anterior. Aunque lamentaba no haber podido proteger a la señora Veckhoff y a su hija de la publicidad y de la humillación pública, me sentía aliviada de haber escapado del centro de atención.

Durante el servicio religioso junto a la tumba permanecí rezagada, pensando en las distintas salidas que pueden tomar nuestras vidas al abandonar el mundo. Edna Farrell no había muerto en la cama pero se había marchado a través de una puerta mucho más melancólica. Lo mismo había hecho Tucker Adams, quien descansaba debajo de la gastada placa que había a mis pies. Sentía una gran tristeza por todas estas personas, muertas desde hacía tanto tiempo. Pero encontraba consuelo en el hecho de que había contribuido a traer sus cuerpos a esta colina. Y la satisfacción de que, finalmente, los asesinatos hubiesen acabado.

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[21] El título completo de esta obra de Swift es Modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país. (N. del T.)