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– Por supuesto, lo de que el Papa sea o no sea, fuese o no fuese católico, sigue siendo, a pesar de que se use como argumento, supuestamente concluyente, de una charla de bar -y aquí el Dr. Max lanzó una mirada feroz a Mark-, materia de seria inquietud para los historiadores. Por un lado, la popular aunque confusa opinión de que todo lo que haga el Pontífice constituye ipso facto un acto católico, de que la Papalidad o la Papidad es, por definición, catolicismo. Por otro, el criterio algo más enjundioso que sostienen mis colegas de que un problema cardinal de la Iglesia católica a lo largo de los siglos, que ha condimentado con excesiva frecuencia la sopa eclesiástica e histórica, es precisamente que los Papas no han sido lo bastante católicos, y ello en el supuesto de que lo hayan sido…

– Corte el rollo, Dr. Max -dijo Sir Jack, aunque su tono era indulgente-. Ilústrenos con su pensamiento, Martha.

– No sé si «pensamiento» no es mucho decir -empezó Martha-. Pero yo…

– Exacto -dijo Jeff-. Es demasiado tarde para esas reacciones viscerales. Sólo ha habido dinero minoritario en ese terreno. Todo el mundo conoce a Robin Hood. No se puede andar jugueteando con Robin Hood. Quiero decir…

Alzó la vista, exasperado.

Martha no estaba preparada para el ataque de Jeff. Normalmente era muy sólido y literal, y aguardaba pacientemente a que los demás decidieran para luego ejecutar lo decidido.

– Simplemente pensaba -dijo ella, comedidamente- que parte de nuestra tarea, parte del desarrollo del Proyecto, consistía en recrear mitos para los tiempos modernos. No veo en qué se diferencia el mito de Robin Hood. De hecho, que ocupe el puesto número siete debería empujarnos a examinarlo con mayor atención.

– ¿Puedo glosar un p-ar de las frases dis-plicen-tes, si se me permite decirlo, de Jeff? -El Dr. Max se había repantigado, con los dedos laxamente enlazados en la nuca y ahuyentado con los codos a los descreídos, ya en pleno humor didáctico. Martha miró a Sir Jack al otro lado de la mesa, pero la presidencia hoy se mostraba tolerante, o quizá maliciosa-. Todo el mundo conoce a Robin Hood, es una fórmula miope que hace que un historiador se muera de risa. Todo el mundo conoce, ay, sólo lo que conoce todo el mundo, como mis investigaciones en pro del Proyecto han demostrado tan tristemente. Pero la perla más grande es No se puede andar jugueteando con Robin Hood. ¿Qué cree que es la historia, mi querido Jeff? ¿Una lúcida, poliocular transcripción de la realidad? Vamos, vamos. Los anales históricos de mitad a finales del siglo xiii no son una corriente clara en la que podamos zambullirnos alegremente. En cuanto al patrimonio común de los mitos, sigue siendo ingentemente administrado por varones. La historia, por decirlo sin rodeos, es un tío cachas. Más bien como usted, Jeff, en realidad.

»Ahora bien, lo que primero se piensa del a-sunto. La señorita Cochrane ha suscitado, muy pertinentemente, la cuestión de por qué todos los "pandilleros" eran hombres. Sabemos que uno de ellos, Maid Marian, era a todas luces una mujer completa. De forma que hay una presencia femenina establecida desde el principio. Además, el nombre del propio cabecilla, Robin, es sexualmente ambiguo, una ambigüedad refrendada por la pantomima tradicional inglesa, en que una muchacha interpreta el papel del proscrito. El nombre "Hood", a este respecto, designa una vestimenta que es ambisexual. Cabría, por tanto, si uno quisiera ser provocativo y algo anti-Jeff, aventurar una recreación del mito de Robin Hood encarnada por el corpus genuinamente femenino del bandolerismo. Los nombres de Moll Cutpurse, Mary Read y Grace O'Malley podrían acudir a algunas mentes, si no a todas, en esta materia.

Sir Jack estaba disfrutando de la turbación de Jeff.

– Bueno, Jeff, ¿qué replica a eso?

– Verá, yo sólo me ocupo del desarrollo del concepto. Desarrollo conceptos. Si el comité decide convertir a Robin Hood y a sus secuaces en una banda de… mariquitas, comuníquenmelo. Pero puedo decirles una cosa: la libra marica no pasa por el mismo torniquete que el superdólar.

– A lo mejor le gustaría estrujarse -dijo el Dr. Max.

– Caballeros. Basta por ahora. Piensen en lo que ha dicho el Dr. Max, que el lunes próximo nos informará en una sesión de urgencia del comité. Oh, y Jeff, que paren las obras en el dormitorio de momento. Por si necesitamos construir más habitaciones para chicas.

La mañana del lunes siguiente, el Dr. Max presentó su informe. A los ojos de Martha estaba tan peripuesto y remilgado como siempre, pero tenía un aire más resuelto. Se vaticinó a sí misma que quizá esta vez desapareciesen sus titubeos preliminares; se preguntó también si Paul lo notaría. El Dr. Max carraspeó, como si, en lugar de Sir Jack, presidiera él la asamblea.

– Por deferencia a la conocida opinión de nuestro presidente sobre la roca sedimentaria y las puntas de flecha de pedernal -comenzó-, les ahorraré la por otra parte fascinante historia inicial de la leyenda de Robin, sus paralelismos arturianos y su posible origen en el gran mito del sol ario. Parejamente, Piers Plowman, Andrew of Wyntoun, Shakespeare. Meras puntas de flecha. Les ahorraré asimismo los resultados de mi sondeo electrónico del Pepe Común, que en el caso presente podría rebautizar Jeff Común. Sí, efectivamente todo el mundo «conoce» a Robin Hood, y conocen justamente lo que cabría esperar. Cero patatero, como se suele decir.

»Dejando aparte todo esto, ¿cómo "actuaría" la banda, por decirlo así? El Jeff Común aplaudiría, creo, la leyenda del luchador de la libertad no sólo por sus actos liberadores y su política de redistribución económica, sino también por su forma democrática de elegir a sus compañeros. Fray Tuck, Little John, Will Scarlet y Much, el hijo del molinero. ¿Qué tenemos aquí? Un cura rebelde con una gula desmedida; una persona que sufre de crecimiento retardado o de gigantismo, según lo irónico que se juzgue que ha sido la mente medieval; un posible caso de pityriasis rosea, si bien no es de descartar la dipsomanía; y un productor de harina cuya identidad personal depende de la posición social de su padre. Luego tenemos a Allan-a-dale, cuyo corazón desbordante podría aludir alegóricamente a una dolencia cardíaca.

»En otras palabras, un grupo de marginados dirigido por un empresario que practicaba la igualdad de oportunidades y que era, lo supiese él o no, uno de los que primero aplicaron un programa de derechos positivos.

Martha miraba al Dr. Max con una incredulidad teñida de reservas. No era posible que creyese todo aquello: le estaba tomando el pelo a Jeff. Pero una elegante autoparodia era muy propia del talante normal del Dr. Max, y la mirada inquisitiva de Martha resbaló sobre el reluciente caparazón del orador.

– Lo que nos lleva inevitablemente a considerar las tendencias sexuales de la banda, y a si podrían haber sido una comunidad de homosexuales, subrayando y justificando de este modo su condición de forajidos. Véanse passim diversos reyes ingleses, pero así y todo. Se habló en nuestra última asamblea de la ambigüedad sexual de los nombres, siendo Robin y Marian los principales ejemplos, a los que podría añadirse el caso del hijo del molinero, que textualmente aparece como Much, lo cual podría indicar cierta virilidad corpulenta o jeffneidad, y como Midge, que es un término bien conocido de afecto aplicado a las mujeres de baja estatura.

»En términos generales, debemos tener presente que en las comunidades bucólicas donde el número de varones superan con creces al de hembras, las prácticas entre personas del mismo sexo, sin ninguna cortapisa, constituyen la norma histórica. Tales actividades entrañarían un cierto grado de travestismo, en ocasiones ritualizado y en otras… pues no. Me gustaría asimismo señalar, aun cuando entendería perfectamente que el comité declinase desarrollarlo en forma de concepto, que las comunidades bucólicas de esta índole se entregaban con toda seguridad al bestialismo. Si tomamos la situación actual, los ciervos y los gansos parecen los más proclives a confraternizar; los cisnes, muy poco; el cerdo, en general, prácticamente nunca.