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Esto es recreativo, pero también es un gran negocio. Junto con los primeros visitantes (como llaman a los turistas por aquí) llegaron el Banco Mundial y el FMI. La aprobación de ambas instituciones -unida al respaldo entusiástico del Comité Portland del Tercer Milenio- significa que es probable que esta empresa pionera sea muy copiada en los años y decenios venideros. Sir Jack Pitman, que fue quien concibió la idea de la isla, ocupa hoy en día un lugar subalterno, aun cuando mantiene un ojo avizor desde su encumbrada posición de gobernador, título histórico que se remonta a varios siglos. El portavoz público de Pitman House es actualmente Martha Cochrane, su presidente ejecutivo. La señorita Cochrane, una profesional elegante que se halla en la cuarentena, posee un cerebro de Oxbridge, un agudo ingenio y un vestuario de trajes de diseño, explicó al Wall Street Journal que uno de los problemas que tradicionalmente han tenido los centros turísticos es que los enclaves de cinco estrellas pocas veces están bien conectados entre ellos. «¿Se acuerda de la frustración que representa el transporte de A a B a Z? ¿Se acuerda de esos autobuses turísticos que circulan pegados uno a otro?» Los norteamericanos que visitan los lugares más turísticos de Europa se saben ya la canción: pobre infraestructura, una organización ineficaz, horas de apertura desconsideradas: todo lo que el viajero desea evitar. Aquí hasta las postales vienen ya con su sello de correos. Hubo un tiempo en que esto se llamaba la isla de Wight, pero sus habitantes actuales prefieren una denominación más sencilla y grandiosa: la llaman la isla. Su nombre oficial desde la declaración de independencia, hace dos años, es típica del estilo pícaro y bucanero de Sir Jack Pitman. La llamó «Inglaterra, Inglaterra». Da pie para una canción.

Fue asimismo suyo el singular pensamiento lateral que consiste en concentrar en una sola zona de unos sesenta kilómetros cuadrados todo lo que el visitante desearía conocer de lo que solía considerarse Inglaterra. En esta época de tiempo escaso, sin duda no es poca ventaja poder visitar Stonehenge y el cottage de Anne Hathaway en la misma mañana, desayunar un plato de queso con pan y encurtidos en la cima de los acantilados blancos de Dover y pasar una tarde de ocio en el emporio de Harrods situado dentro de la Torre de Londres (¡los Beefeaters te empujan el carrito de la compra!). Por lo que respecta al transporte entre centros: esos autobuses turísticos que tragan tanta gasolina han sido sustituidos por los ecológicos ponis con carreta. Si empieza a llover, se puede tomar un famoso taxi negro londinense o incluso un gran autobús rojo con imperial. Ambos medios de transporte son inocuos para el medio ambiente, al ser propulsados por energía solar.

La historia de este gran éxito comenzó -merece la pena recordarlo- bajo una lluvia de críticas. Hubo protestas por lo que algunos juzgaron que representaba la destrucción prácticamente absoluta de la isla de Wight. Era, realmente, una exageración. Se ha salvado el principal patrimonio arquitectónico, así como gran parte de la línea costera y zonas de la meseta central. Pero ha sido erradicado el ciento por ciento del inventario urbanístico, descrito por el profesor Ivan Fairchild, de la universidad de Sussex y destacado opositor del Proyecto, como «una serie de bungalows cochambrosos, que datan del periodo de entreguerras y de mitades del siglo, cuya extraordinaria autenticidad y carácter de urna preservadora de otro tiempo compensan su vulgaridad arquitectónica».

Con la salvedad de que -si se desea- aún puede verse esta faceta isleña. En el Valle Bungalow, los visitantes pueden pasear por una calle perfectamente recreada de viviendas típicas de la época anterior. Allí se ven jardines delanteros con rocas recubiertas de aubretia y familias de «gnomos» de yeso (estatuas de enanos). Un sendero de «pavimento demencial» (losas de hormigón reciclado) conduce a una fachada de cristal rizado. Carillones de «talán, talán» resuenan en tus oídos cuando atraviesas un barrio de viviendas de alfombras chillonas. Hay patos volando en el empapelado a rayas, tresillos (sofás con butacas a juego) de diseño sobrio y puertaventanas que dan a un patio de losas. Desde aquí se divisan nuevas matas de aubretia, cestas colgantes, «gnomos» y antenas parabólicas antiguas. Todo es muy mono, pero empalaga enseguida. El profesor Fairchild sostiene que el Valle Bungalow no es tanto una recreación como una parodia que se justifica a sí misma; pero concede que se ha perdido la batalla.

El segundo motivo de protestas fue que la isla estaba pensada para gente de dinero. Aun cuando todos los gastos de las vacaciones se pagan por adelantado, los aduaneros que examinan a los recién llegados no buscan irregularidades en el pasaporte ni sellos de vacunación, sino capacidad de crédito. Han aconsejado a las agencias de viajes que adviertan a sus clientes de que si su tope de crédito no satisface a las autoridades insulares, serán devueltos a sus lugares de origen en el primer vuelo. De no haber en él plazas disponibles, embarcarán a los expulsados en el transbordador siguiente a Dieppe, Francia.

Martha Cochrane defiende este elitismo evidente alegando que se trata de una «buena gestión doméstica». Explica, por otra parte: «Puede que unas vacaciones aquí sean caras, pero es una experiencia que se vive una sola vez en la vida. Además, después de habernos visitado, el turista no necesita conocer la vieja Inglaterra. Y nuestros precios demuestran que visitar los lugares "originales" costaría tres o cuatro veces más. El recargo que cobramos, en suma, resulta a la postre más barato.»

Es despectivo el tono de su voz cuando pronuncia la palabra «originales». Alude a la tercera objeción principal que se opuso al Proyecto, un reparo que en principio fue muy debatido pero que ya está casi olvidado. Consiste en la creencia de que los turistas visitan los parajes primordiales con el fin de degustar no sólo su antigüedad sino asimismo su carácter de únicos. Estudios minuciosos encargados por Pitman House revelaron que este hecho distaba de ser cierto. «Hacia finales del siglo pasado», explica la señorita Cochrane, «la célebre estatua del David de Michelangelo fue retirada de la Piazza della Signoria en Florencia y reemplazada por una copia. Resultó que la copia fue tan popular entre los visitantes como lo había sido el "original". Lo que es más, el noventa y tres por ciento de los encuestados expresaron la opinión de que, tras haber visto esa réplica perfecta, no sentían la necesidad de buscar el "original" en un museo.»

Pitman House extrajo dos conclusiones de estos estudios. La primera, que los turistas habían afluido hasta entonces a los lugares "originales" sencillamente porque no les quedaba otro remedio. En aquellos tiempos, si uno quería ver la abadía de Westminster había que ir donde estaba. Segunda, y más tangencial, que, si les dan a elegir entre un "original" inconveniente o una réplica adecuada, una gran proporción de turistas optaría por la copia. «Además», añade la señorita Cochrane con una sonrisa sardónica, «¿no le parece que es enriquecedor y democrático ofrecer a la gente una elección más amplia, ya sea en lo referente al desayuno o a los lugares históricos? Nos limitamos a seguir la lógica del mercado.»

El Proyecto no podría haber sido una reivindicación más espectacular. Los dos aeropuertos -Tennyson Uno y Tennyson Dos- se acercan a su ocupación máxima. El número de visitantes ha sobrepasado las expectativas más optimistas. La isla gestiona la afluencia de gentes con tranquila eficacia. Siempre hay un amigable bobby (policía) o un Beefeater (guardia de la Torre de Londres) a quien preguntar; a su vez, los cabbies (taxistas) hablan con fluidez al menos una de las principales lenguas del turismo. ¡Casi todos hablan incluso inglés!

Maisie Bransford, de Franklin, Tennessee, de vacaciones con su familia, declaró al Journal: «Habíamos oído decir que Inglaterra era un poco aburrida y anticuada, y que no representaba la vanguardia del mundo moderno. Pero nos ha sorprendido muchísimo. Es como estar realmente en casa.» Paul Harrison, asesor principal de Martha Cochrane y responsable de la estrategia cotidiana, nos explica que «Aquí tenemos dos principios rectores. Uno, la elección del cliente. Dos, eliminar la culpa. No tratamos de empujar a la gente a que se lo pase bien, a pensar que está disfrutando cuando en realidad no lo hace. Simplemente les decimos que si no les gustan estos centros de recreo, disponemos de otros».