Tiré mi horquilla al suelo, me quité los guantes y empecé a caminar en dirección al bosque.
El iba a mi lado, conduciendo su caballo con la rienda floja.
– Bueno, hace bastante que no nos vemos, ¿eh? -empezó, de un modo poco convincente.
– No tengo tiempo para cortesías -le dije-. Tengo trabajo que hacer.
Él abandonó por completo su pretexto.
– Ah, Lanny, nunca he podido engañarte. He echado de menos tu compañía, pero no es por eso por lo que he venido aquí hoy. Necesito tu consejo. No se me da bien juzgar mis propios problemas y tú siempre parece que ves las cosas claras, se trate de lo que se trate.
– Puedes dejar de intentar halagarme -dije, limpiándome la frente con una manga sucia-. No soy el rey Salomón. Hay en el pueblo personas mucho más inteligentes a las que podrías recurrir, así que el hecho de que hayas venido a mí significa que tienes algún tipo de problema que no te atreves a comentar con nadie más. Vamos, suéltalo. ¿Qué has hecho esta vez?
– Tienes razón. No puedo acudir a nadie más que a ti. -Jonathan volvió su bello rostro hacia otro lado, avergonzado-. Es Sophia. Eso ya lo habrás adivinado, seguro, y sé que el suyo es el último nombre que querrías oír…
– No tienes ni idea -murmuré, enrollándome la cintura de la falda para que no rozara el suelo.
– La nuestra ha sido una relación bastante feliz durante estos meses, Lanny. Nunca lo habría imaginado. Somos tan diferentes… Y sin embargo, he llegado a disfrutar inmensamente con su compañía. Tiene una mentalidad abierta y no le da miedo explicarse. -Hablaba sin darse cuenta de que yo me había detenido en seco, con la boca abierta. ¿No le había contado yo todo lo que me pasaba por la cabeza? Bueno, tal vez no se lo había contado todo en algunas cuestiones, pero ¿no habíamos conversado como iguales, como amigos? Era desquiciante que la conducta de Sophia le pareciera tan singular y notable-. Y es aún más extraordinario si consideramos la familia de la que procede. Cuenta unas cosas de su padre: que es borracho y jugador, que pega a su mujer y a sus hijas…
– Tobey Ostergaard -dije yo. Me sorprendía que Jonathan no conociera la mala reputación de Tobey, pero aquello solo demostraba lo aislado que estaba del resto del pueblo. Los problemas de Ostergaard eran bien conocidos. Nadie tenía buena opinión de él como padre y cabeza de familia. Tobey era mal granjero y cavaba tumbas los fines de semana para ganar dinero extra, que solía gastar en bebida-. Su hermano se escapó de casa hace un año -le dije a Jonathan-. Se peleó con su padre y Tobey le pegó en la cara con la pala de cavar tumbas.
Jonathan parecía sinceramente horrorizado pensando en Sophia.
– Esa infancia tan violenta ha endurecido a Sophia, y sin embargo no se ha vuelto insensible ni amargada, ni siquiera después de su deplorable matrimonio. Lamenta mucho haber accedido al casamiento, sobre todo ahora que… -No concluyó la frase.
– Ahora que… ¿qué? -quise averiguar, con el miedo atenazándome la garganta.
– Me ha dicho que está embarazada -soltó Jonathan, volviéndome la espalda-. Jura que el niño es mío. No sé qué hacer.
Su expresión era una máscara de terror y, sí, de aprensión por tener que contarme aquello. Le habría abofeteado si no fuera tan evidente que en realidad no deseaba hacerme daño. Aun así, yo quería echárselo en cara: había estado tonteando con aquella mujer durante meses. ¿Qué esperaba? Tenía suerte de que no hubiera ocurrido antes.
– ¿Qué vas a hacer? -pregunté.
– Sophia lo ha dejado claro. Quiere que nos casemos y criemos al niño juntos.
Una risa amarga brotó de mis labios.
– Debe de estar loca. Tu familia jamás lo permitirá.
Me dirigió una mirada fugaz e irritada que me hizo arrepentirme de mi estallido. Lo intenté de nuevo en un tono más conciliador.
– ¿Qué es lo que tú quieres hacer?
Jonathan meneó la cabeza.
– Te lo aseguro, Lanny, no sé qué pensar de este asunto.
Pero yo no estaba segura de creerle. Algo en su tono de voz me decía que ocultaba pensamientos que no se atrevía a expresar. Parecía muy cambiado respecto al Jonathan que yo conocía, el granuja que tenía planeado permanecer sin ataduras el mayor tiempo posible.
Si tan solo supiera lo mucho que me afectaba su problema… Por una parte, parecía tan desdichado y tan incapaz de ver claro el camino que me daba pena. Por otra parte, mi orgullo escocía como la piel recién desollada. Di vueltas a su alrededor, con un puño apretado contra los labios.
– Bueno, vamos a pensar en ello con claridad. Seguro que sabes tan bien como yo que hay remedios para este tipo de situaciones. Tiene que ir a ver a la comadrona… -Me acordé de Magda; seguro que ella sabía cómo ocuparse de aquella desgracia, que siempre era una posibilidad en su trabajo-. He oído que con una tintura de hierbas o con algún otro método puede resolverse el problema.
Ruborizado, Jonathan negó con la cabeza.
– Ella no quiere. Desea tener el niño.
– ¡Es que no puede! Sería una locura proclamar de ese modo su mala acción.
– Si portarse así es un signo de locura, entonces es verdad que no está en su sano juicio.
– ¿Y qué me dices de… tu padre? ¿No has pensado en pedirle consejo a él? -La sugerencia no era del todo disparatada. Charles Saint Andrew tenía fama de acosar a sus sirvientas y probablemente se había encontrado en la situación de Jonathan una o dos veces.
Jonathan resopló como un caballo arisco.
– Supongo que tendré que decírselo al viejo Charles, aunque no me entusiasma la idea. Él sabrá qué hacer con Sophia, pero me da miedo el posible resultado.
Aquello quería decir, supuse yo, que Charles obligaría a su hijo a cortar todos los lazos con Sophia y, con niño o sin niño, no se volverían a ver. O peor aún, podría insistir en contárselo a Jeremiah, y este quizá solicitara el divorcio de su adúltera esposa e iniciara un proceso contra Jonathan. También cabía la posibilidad de que extorsionara a los Saint Andrew, accediendo a criar al niño como propio si se le pagaba por su silencio. No se podía saber qué ocurriría una vez que Charles Saint Andrew interviniera.
– Querido Jonathan… -murmuré, rebuscando en mi mente para encontrar un consejo que darle-. Lamento tu desgracia. Pero antes de que acudas a tu padre, déjame que me lo piense un día. Puede que se me ocurra una solución.
– Queridísima Lanny… -dijo él, mirando por encima del hombro hacia mis hermanas, que en ese momento estaban ocultas de nuestra vista detrás de un montón de heno-. Como siempre, eres mi salvación.
Antes de que pudiera darme cuenta, me agarró por los hombros y me atrajo hacia él, casi levantándome de puntillas, para besarme. Pero no fue un besito fraternal; lo forzado de su beso era un recordatorio de que podía utilizar mi deseo a voluntad, de que yo era suya. Me apretó con fuerza contra él, pero también él temblaba; los dos estábamos jadeando cuando me soltó.
– Eres mi ángel -susurró con voz ronca en mi oído-. Sin ti, estaría perdido.
¿Sabía lo que hacía al decirle aquellas cosas a alguien desesperadamente enamorada de él? Aquello hizo que me preguntara si se proponía involucrarme para que me ocupara de aquel desagradable asunto suyo, o si simplemente había acudido en busca de apoyo moral a la única chica de la que podía estar seguro de que le amaría hiciera lo que hiciera. Me gustaba pensar que una parte de él me amaba de un modo tan puro y que lamentaba haberme decepcionado. La verdad es que no puedo decir que conociera entonces las verdaderas intenciones de Jonathan; dudo que lo supiera él mismo. Al fin y al cabo, era un joven que se veía en un grave apuro por primera vez; es posible que Jonathan se hiciera la ilusión de que, si Dios podía perdonarle su pecado, él se enmendaría y se daría por satisfecho con una chica que le amaría ciegamente.