Выбрать главу

– Por amor de Dios -dice Luke, sacudiendo la cabeza en dirección a la frágil muchacha-. Es difícil que pueda conmigo y se escape. Si tanto te preocupa, que se quede Henderson.

Los dos miran con disimulo a Henderson. El corpulento agente está apoyado en un mostrador, hojeando un viejo Sports Illustrated que han dejado en la sala de espera, con un vaso de café de la máquina en la mano. Tiene la figura de un oso de dibujos animados y es, como corresponde, simpático y tontorrón.

– No te servirá de mucha ayuda en el bosque. No pasará nada -dice Luke con impaciencia, dándole la espalda al sheriff como si el asunto estuviera ya zanjado. Siente que Duchesne le taladra la espalda con la mirada, mientras decide si discute con Luke.

Y entonces el sheriff se aleja de pronto en dirección a la doble puerta corredera.

– ¡Quédate aquí con la detenida! -le grita a Henderson, encasquetándose en la cabeza el grueso gorro con forro de piel-. Yo regreso para ayudar a Boucher. Ese idiota no se encontraría el culo ni con las dos manos y un mapa.

Luke y la enfermera atienden a la mujer atada a la cama. Luke coge unas tijeras.

– Voy a tener que cortarte la blusa -le avisa.

– Haga lo que quiera. Está echada a perder -dice ella con voz suave y un acento que Luke no es capaz de situar. La blusa es evidentemente cara. Es el tipo de prenda que sale en las revistas de moda y que nunca se vería llevar a alguien de Saint Andrew.

– No eres de por aquí, ¿verdad? -dice Luke, dándole conversación para relajarla.

Ella escruta de nuevo su rostro, considerando si fiarse de él, o eso supone Luke.

– Pues la verdad es que he nacido aquí. Eso fue hace mucho tiempo.

Luke resopla.

– Será mucho tiempo para ti. Si hubieras nacido aquí, yo te conocería. He vivido en esta zona casi toda mi vida. ¿Cómo te llamas?

Ella no cae en la pequeña trampa.

– No me conoce -dice de manera tajante.

Durante unos minutos, solo se oye el sonido de la tela mojada que se está cortando con dificultad; las pequeñas puntas de las tijeras se mueven torpemente por el tejido empapado. Cuando termina, Luke se echa atrás para dejar que Judy limpie a la chica con una gasa mojada en agua caliente. Las manchas rojas de sangre se disuelven, revelando un pecho pálido y fino sin un solo arañazo. La enfermera deja caer ruidosamente en una bandeja metálica las pinzas que sujetan la gasa y sale deprisa de la sala de reconocimientos como si hubiera sabido desde el primer momento que no iban a encontrar nada y, aun así, Luke hubiera demostrado una vez más su incompetencia.

Él desvía la mirada mientras cubre con una sábana de papel el torso desnudo de la muchacha.

– Le habría dicho que no estaba herida si me lo hubiera preguntado -le explica a Luke en un murmullo.

– Pero no se lo has dicho al sheriff -responde Luke, echando mano a una banqueta.

– No. Pero se lo habría dicho a usted. -Le hace un gesto con la cabeza al médico-. ¿Tiene un cigarrillo? Me muero por fumar.

– Lo siento, no tengo. No fumo -responde Luke.

La muchacha le mira, escrutándole la cara con sus ojos azules como el hielo.

– Lo dejó hace tiempo, pero ha vuelto a fumar. No se lo reprocho, teniendo en cuenta todo lo que le ha pasado últimamente. Pero tiene un par de cigarrillos en su bata de laboratorio, si no me equivoco.

Luke se lleva la mano al bolsillo de manera instintiva y nota el tacto del papel de los cigarrillos, allí donde los ha dejado. ¿Ha sido un palo de ciego afortunado o se los ha visto en el bolsillo?

¿Y qué ha querido decir con «todo lo que le ha pasado últimamente»? Solo estaba fingiendo que le leía el pensamiento, intentando introducirse en su cabeza como haría cualquier chica lista que se encontrara metida en un lío. Últimamente, lleva sus problemas escritos en la cara. Todavía no ha dado con la manera de poner en orden su vida; sus problemas están interconectados, amontonados. Tendría que saber cómo solucionarlos todos para ocuparse de uno de ellos.

– En este sitio no se fuma, y por si se te ha olvidado, estás atada a una cama. -Luke aprieta el extremo de su bolígrafo y coge una libreta-. Esta noche estamos un poco escasos de personal, así que necesitaré que me des algo de información para los registros del hospital. ¿Nombre?

La muchacha mira con aprensión la libreta.

– Prefiero no decirlo.

– ¿Por qué? ¿Te has escapado de casa? ¿Por eso no quieres decirme tu nombre?

La observa: está tensa, alerta, pero se controla. Luke ha estado con pacientes implicados en muertes accidentales y suelen estar histéricos: lloran, tiemblan, gritan. Esa joven está temblando un poco bajo la sábana y mueve nerviosamente las piernas, pero Luke sabe por su cara que está en estado de shock.

También siente que está empezando a confiar en él; percibe una química entre ellos, como si ella quisiera que él le preguntara por eso tan terrible que ocurrió en el bosque.

– ¿Quieres contarme lo que ha pasado esta noche? -pregunta, acercando la silla a la cama-. ¿Estabas haciendo autoestop? Tal vez alguien te recogió, ese hombre del bosque… ¿Te ha atacado y tú te has defendido?

Ella suspira y se aprieta contra la almohada, mirando al techo.

– No ha sido nada de eso. Nos conocíamos. Llegamos juntos al pueblo. Él… -Se detiene, no encuentra las palabras-. Él me pidió que lo ayudara a morir.

– ¿Eutanasia? ¿Se estaba muriendo? ¿Cáncer? -Luke es escéptico. Los que quieren matarse suelen elegir algo tranquilo y seguro, como veneno, pastillas o el motor de un coche parado y una manguera de jardín. No piden que los maten a puñaladas. Si su amigo quería morirse de verdad, podría haberse limitado a sentarse bajo las estrellas toda la noche hasta congelarse.

Mira a la mujer, que tiembla bajo la sábana de papel.

– Te voy a traer una bata de hospital y una manta. Debes de tener frío.

– Gracias -dice ella, bajando la mirada.

Luke regresa con una bata de franela rosa desteñida y una manta acrílica despeluchada de color azul bebé. Colores de maternidad. Le mira las manos, atadas a la camilla con correas de nailon.

– A ver, primero una mano y luego la otra -dice Luke, y desata la correa de la mano más cercana a la mesita donde están colocados los utensilios de reconocimiento: pinzas, tijeras ensangrentadas, bisturí.

Rápida como un conejo, ella se lanza a por el bisturí y su mano delgada se cierra a su alrededor. Lo apunta hacia él, con mirada salvaje y los orificios de la nariz rosados y abiertos.

– Tranquila -dice Luke, dando un paso atrás desde la banqueta, fuera del alcance de su mano-. Hay un policía en el pasillo. Si le llamo, se acabó, ¿sabes? No puedes dominarnos a los dos con ese bisturí. Así que ¿por qué no lo dejas?

– No le llame -dice ella, pero con el brazo todavía estirado-. Necesito que usted me escuche.

– Estoy escuchando.

La cama está entre Luke y la puerta. Ella puede soltarse la otra mano en el tiempo que él tardaría en llegar a la puerta.

– Necesito su ayuda. No puedo dejar que me detengan. Tiene que ayudarme a escapar.

– ¿Escapar? -De pronto, a Luke no le preocupa que la joven le haga daño con el bisturí. Está avergonzado por haber bajado la guardia, dejando que ella saque ventaja-. ¿Estás loca? No voy a ayudarte a escapar.

– Escúcheme…

– Has matado a alguien esta noche. Lo has dicho tú misma. No puedo ayudarte a escapar.

– No fue un asesinato. Él quería morir, ya se lo he dicho.

– ¿Y vino a morir aquí porque también él se crió aquí?

– Sí -dice ella, un poco aliviada.

– Pues dime quién es. A lo mejor le conozco…

Ella niega con la cabeza.

– Ya se lo he dicho. No nos conoce. Aquí nadie nos conoce.

– Eso no lo sabes con seguridad. A lo mejor alguno de vuestros familiares… -La obstinación de Luke sale a relucir cuando se irrita.

– Mi familia no vive en Saint Andrew desde hace mucho, mucho tiempo. -Suena cansada. Después estalla-. Cree que sabe, ¿verdad? Muy bien. Me llamo McIlvrae. ¿Le suena ese apellido? Y el hombre del bosque se llama Saint Andrew.