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Había otro pasajero, uno de los leñadores de Saint Andrew que se había herido y volvía a Camden para recuperarse en compañía de su familia. Llevaba la mano abultada por los vendajes hechos con trapos limpios. Mientras la carreta arrancaba y avanzaba, lloré a mares, devolviendo los desesperados gestos de despedida de mi madre y de mis hermanas a través de las lágrimas.

Mientras las carretas rodaban traqueteando y alejándose del pueblo, el dolor en mi garganta y mi corazón se intensificó al ver cómo el único lugar que conocía se iba encogiendo en la distancia y me despedí de todos -y del único- los que había querido.

13

Carretera de Fort Kent, en la actualidad

El paso fronterizo no está muy lejos. Aunque Luke no ha estado allí desde hace años, desde que llevó a la familia a unas cortas y nada memorables vacaciones, está bastante seguro de que aún puede encontrarlo sin consultar un mapa. Va por carreteras secundarias que resultan más lentas y le llevarán más tiempo, pero supone que así tendrá menos posibilidades de toparse con patrullas de tráfico u otros cuerpos de policía; son demasiado escasas para vigilar las carreteras secundarias o molestarse mucho en los pueblos pequeños. En la autopista es donde están los problemas, los excesos de velocidad y los camiones con demasiada carga, las infracciones que dan dinero y aportarán algunos ingresos al Estado.

Agarra el volante por el mismo centro y conduce con una sola mano. Su pasajera mira con obstinación la carretera que tienen delante, mordiéndose el labio inferior. Parece más que nunca una adolescente, disimulando la preocupación bajo un velo de impaciencia.

– Bueno -dice él, intentando atemperar el ambiente entre los dos-. ¿Te importa que te haga un par de preguntas?

– Adelante.

– Bien, ¿puedes decirme qué se siente al ser… lo que eres?

– No se siente nada especial.

– ¿De verdad?

Ella se echa hacia atrás en su asiento y coloca el codo en el apoyabrazos.

– No siento nada diferente, al menos nada que pueda recordar. No noto ningún cambio, ni en el día a día ni en las cosas que importan. No es como si tuviera superpoderes o algo así. No soy un personaje de cómic. -Sonríe para hacerle saber que no le ha parecido una pregunta tonta.

– Eso que hiciste en urgencias, lo de cortarte, ¿te dolió?

– Pues no. El dolor es muy ligero, solo se siente una especie de hormigueo, puede que como lo que sentirías en una operación quirúrgica si solo te suministraran una dosis pequeña de anestesia. Únicamente la persona que te hizo así puede hacerte daño, puede hacerte sentir dolor de verdad. Ha pasado tanto tiempo que ya se me ha olvidado cómo es el dolor… casi.

– ¿Una persona te hizo eso? -pregunta Luke, incrédulo-. ¿Cómo ocurrió?

– Ya llegaré a eso -responde ella, sin dejar de sonreír-. Ten paciencia.

La revelación de que ese milagro es obra del hombre casi marea a Luke, como mirar de pronto un paisaje desde un punto de vista diferente. Parece aún más inverosímil, imposible, lo más probable es que eso sea un engaño contado por una joven guapa y manipuladora.

– El caso es -continúa ella- que soy más o menos como era antes, excepto… que no me canso de verdad. No me agoto físicamente. Pero sí que me canso emocionalmente.

– ¿Te deprimes?

– Sí, debe de ser eso. Supongo que hay muchas razones. Sobre todo, lo que se me viene encima de vez en cuando es la futilidad de la vida, no tener más opción que vivir cada día, día tras día. Me pregunto qué sentido tiene aguantar todo este tiempo sola, excepto para hacerme sufrir, para que me recuerden las cosas malas que he hecho, o la manera en que he tratado a la gente. Claro que no puedo hacer nada al respecto. No puedo retroceder en el tiempo y corregir los errores que cometí.

No es esa la respuesta que Luke esperaba. Vuelve a colocar la mano sobre el volante, que le vibra con fuerza en la palma al pasar por una zona de asfalto en mal estado.

– ¿Quieres que te recete algo?

Ella se echa a reír.

– ¿Antidepresivos, por ejemplo? No creo que me sirvieran de mucho.

– ¿La medicación no te hace efecto?

– Digamos que he desarrollado una tolerancia bastante alta. -Deja de mirarle y vuelve la cara hacia la ventanilla-. La obliteración es la única manera de escapar de tu mente, a veces.

– ¿Obliteración? ¿Quieres decir alcohol, drogas?

– ¿Podemos dejar de hablar de esto? -Le tiembla la voz al final.

– Claro. ¿Tienes hambre? Debe de hacer mucho que no comes. ¿Quieres que paremos a tomar algo? Hay un sitio que tiene buenos donuts cerca de Fort Kent.

Ella niega con la cabeza sin mucho convencimiento.

– Ya no tengo hambre nunca. Puedo pasar semanas sin pensar en comer. Ni en beber.

– Y de dormir, ¿qué? ¿Quieres echar un sueñecito?

– Tampoco duermo mucho. Me olvido de hacerlo. Al fin y al cabo, lo mejor de dormir es tener a alguien a tu lado, ¿no? Un cuerpo caliente, notar su peso apoyado en ti. Muy reconfortante, ¿no te parece? Cómo las respiraciones van cogiendo el mismo ritmo, se sincronizan. Es celestial.

¿Quiere eso decir que no ha tenido un hombre en su cama desde hace mucho tiempo?, se pregunta Luke. Y el muerto del depósito, las sábanas revueltas de la cabaña, ¿qué significan? También es posible que esté jugando con él, ocultando cómo es en realidad.

– ¿Echas de menos tener a tu mujer a tu lado en la cama? -pregunta ella al cabo de un rato, sondeándole.

Pues claro que lo echa de menos, aunque su mujer tenía el sueño muy ligero e inquieto, y con frecuencia le despertaba cuando intentaba ponerse cómoda o se movía en sueños. Por la misma razón, a él le gustaba verla dormida en su cama cuando llegaba a casa después de una larga noche en el hospitaclass="underline" su esbelto y elegante cuerpo envuelto por las sábanas, todo curvas que subían y bajaban con suavidad. La mata de pelo dorado enroscada en su cabeza, la boca entreabierta. Había algo cuando la miraba sin que ella fuera consciente que la hacía bella para él, y el recuerdo de aquellas escenas íntimas le crea un nudo en la garganta. Es mucho para contárselo a una desconocida, su soledad y su pena, así que no dice nada.

– ¿Cuánto tiempo hace que se fue tu mujer? -pregunta Lanny.

Luke se encoge de hombros.

– Casi un año. Va a casarse con el novio de su infancia. Volvió a Michigan y se llevó a nuestras dos hijas.

– Es terrible. Lo siento.

– No malgastes tu simpatía conmigo. Parece que tú tienes que afrontar algo muchísimo peor.

Tiene otra vez aquella sensación, la que ha sentido a la puerta del depósito, desorientación ante el impacto de lo que ella dice frente al mundo que él conoce. ¿Cómo puede estar diciendo la verdad?

Y justo entonces, cree ver los destellos de un coche patrulla blanco y negro en el retrovisor al hacer un giro a la derecha. Se pregunta si los han estado siguiendo todo el tiempo y él no se ha dado cuenta. ¿Los estará persiguiendo la policía? La idea conlleva una aprensión especial para un hombre que nunca ha tenido problemas con la ley.

– ¿Qué pasa? -pregunta de pronto Lanny, enderezándose-. Ha ocurrido algo, lo noto en la expresión de tu cara.

Luke no aparta la vista del espejo retrovisor.

– Tómatelo con calma. No quiero que te alarmes, pero creo que nos están siguiendo.

SEGUNDA PARTE

14

Boston, 1817

El viaje hacia el sur en la carreta de las provisiones duró dos semanas. Rodeamos el límite oriental de los grandes bosques del norte, nos alejamos del monte Katahdin lo suficiente para dejar de ver la cumbre cubierta de nieve y encontramos el río Kennebec, que seguimos corriente abajo hasta Camden. Fue un viaje solitario por aquella parte del estado, no muy colonizada, que por entonces estaba prácticamente desierta. Nos cruzamos con tramperos y algunas veces acampamos con ellos para pasar la noche, ya que los carreteros estaban ansiosos por tener a alguien con quien compartir una botella de whisky.