– Abre tu indigna boca -ordenó el físico mientras sostenía el tapón sobre los labios de Adair-. Estás a punto de recibir un regalo precioso. Muchos hombres matarían por este regalo, o pagarían sumas inmensas. ¡Y yo voy a malgastarlo en un patán como tú! Haz lo que te digo, perro ingrato, antes de que cambie de parecer.
No sirvió de nada resistirse. La aguja era lo bastante fina para deslizarse entre los apretados labios de Adair y clavarse en su lengua.
Fue más el susto que el dolor lo que hizo que Adair forcejeara con el físico, el susto provocado por un extraño entumecimiento que se apoderaba de su cuerpo. El corazón del joven se paralizó de terror con la repentina sensación de que estaba en manos de algo demoníaco. Cuando descendió la tensión en su cuerpo, el corazón empezó a palpitar cada vez más deprisa, en un intento desesperado de bombear el menguante suministro de sangre a los sedientos miembros, el cerebro, los pulmones. Mientras tanto, el anciano lo apretaba contra la cama, pesado como una piedra, murmurando palabras ininteligibles, sin duda en el idioma del diablo, mientras realizaba otro extraño acto sobre él, esta vez con agujas y tinta. Adair intentó desembarazarse del anciano, pero no pudo moverlo, y al cabo de un minuto ya no tenía fuerzas para intentarlo. Se le vaciaron los pulmones y ya no podía aspirar aire. Convulsionado, asfixiándose, forcejeando con la manta, en el umbral de la muerte y poniéndose azul y frío… Adair se sintió como si lo estuvieran enterrando vivo, atrapado en un cuerpo que caía en espiral, desfalleciendo.
Una férrea voluntad dentro de Adair se resistía a la muerte. Si moría, el viejo nunca sería castigado y, por encima de todo, Adair quería ver aquel día.
El físico estudió las facciones de Adair al borde de la muerte.
– Qué fuerza. Tienes un deseo intenso de sobrevivir, y eso es bueno. Mírame con odio… Es lo que espero, Adair. Tu cuerpo va a pasar por las fases finales de la muerte, eso ocupará tu atención durante un rato. Quédate quieto.
Cuando el cuerpo de Adair ya no pudo salvarse, empezó a morir. Comenzó a ponerse rígido, atrapando en su interior la consciencia de Adair. Mientras él seguía tumbado, el físico contaba cómo se había sentido atraído por la alquimia -no esperaba que Adair, un campesino, comprendiera el atractivo de la ciencia-, cómo sus conocimientos de la ciencia le habían abierto la puerta. Pero, superando la alquimia, él se había convertido en uno de los pocos, los más sagaces, los que dejan atrás los secretos del mundo natural, pasando al mundo sobrenatural. Transformar los metales inferiores en oro era una alegoría. ¿Comprendía Adair aquello? Los verdaderos visionarios no pretenden transformar los materiales de la tierra en cosas más valiosas, sino cambiar la naturaleza misma del hombre. Mediante la purificación mental y dedicándose exclusivamente al conocimiento de la alquimia, el físico se había unido a las filas de los hombres más sabios y más poderosos del mundo.
– Puedo controlar el agua, el fuego, la tierra y el aire. Tú mismo lo has visto, sabes que es verdad -se jactó-. Puedo hacer invisibles a los hombres. Tengo la fuerza de mi juventud. Eso te ha sorprendido, ¿a que sí? En realidad, soy más fuerte que antes; a veces me siento tan fuerte como veinte hombres. Y también tengo poder sobre el tiempo. El regalo que te he dado… -Su rostro hizo gala de una horrible mueca de superioridad y satisfacción-. Es la inmortalidad. Tú, mi casi perfecto sirviente, jamás dejarás de servirme. Jamás me fallarás. Jamás morirás.
Adair oía las palabras mientras moría y confió en haberlas entendido mal. ¡Servir al físico eternamente! Rogó que la muerte se lo llevara. Estaba tan asustado que dejó de prestar atención a lo que el físico le decía, pero aquello no importaba.
Solo oyó un único fragmento más, antes de que las tinieblas lo reclamaran. El físico estaba diciendo que solo existía una manera de escapar de la eternidad. Solo había una forma de morir, y era a manos del que lo había transformado. A manos de su hacedor: el físico.
24
Cuando despertó, Adair vio que todavía estaba en la cama del físico, y que el anciano estaba tumbado a su lado, sumido en un sueño semejante a la muerte. Era como si todo hubiera cambiado mientras él dormía, pero no podía decir cómo exactamente. Algunas transformaciones eran evidentes: la visión, por ejemplo. Podía ver en la oscuridad. Vio ratas royendo en los rincones de la habitación, trepando unas sobre otras mientras corrían a lo largo de la pared. Podía oír cada sonido como si estuviera junto a la fuente de origen, cada ruido separado y distinto. Pero lo más dominante era el olfato: los olores llamaban su atención, y sobre todo algo dulce y suculento, con un toque de cobre, que flotaba en el aire. No pudo identificarlo, por mucho que le molestara.
A los pocos minutos, el físico se removió y se despertó de golpe. Se percató del estupor de Adair y se echó a reír.
– Eso es parte del regalo, ya ves. Es maravilloso, ¿a que sí? Tienes los sentidos de un animal.
– ¿Qué es ese olor? Lo huelo por todas partes. -Adair se miró las manos y miró la ropa de cama.
– Es sangre. Las ratas están llenas de ella, y se encuentran por todas partes. Marguerite, que duerme arriba. También puedes oler los minerales en las rocas, en las paredes que te rodean. La tierra dulce, el agua clara. Todo es mejor, más nítido. Es el regalo. Te eleva por encima de los hombres.
Adair se dejó caer de rodillas en el suelo.
– ¿Y vos? ¿Sois también como yo? ¿De ahí sacáis vuestros poderes? ¿Lo podéis ver todo?
El anciano sonrió misteriosamente.
– ¿Si soy igual que tú? No, Adair, yo no me he sometido a la transformación que tú has experimentado.
– ¿Por qué no? ¿No queréis vivir para siempre?
El viejo meneó la cabeza como si le estuviera hablando a un tonto.
– No es tan sencillo como conceder un deseo. Puede que esté más allá de tu comprensión. En cualquier caso, soy un hombre viejo y sufro las indignidades de la edad. No querría vivir toda la eternidad de esta forma.
– Si es así, entonces ¿cómo os proponéis retenerme ahora, anciano? Ahora que me habéis hecho fuerte, no habrá más palizas. Y Dios sabe que no habrá más violaciones. ¿Cómo esperáis retenerme en vuestra compañía?
El anciano echó a andar hacia la escalera, mirando de soslayo por encima del hombro.
– Nada ha cambiado entre nosotros, Adair. ¿Crees que te daría la clase de poder que te haría libre? Sigo siendo el más fuerte. Puedo apagar tu vida como la llama de una vela. Soy el único instrumento de tu destrucción. Recuérdalo. -Y el físico desapareció en la oscuridad.
Adair se quedó de rodillas, temblando, sin saber en aquel momento si creer lo que el viejo le había dicho, si creer en el extraño poder que recorría sus miembros. Miró el punto de su brazo donde había visto trabajar al físico con agujas y tinta, pensando que lo había soñado, pero no, allí había un curioso diseño: dos círculos bailando uno alrededor del otro. El dibujo le resultaba extrañamente familiar, pero no pudo recordar dónde lo había visto.
Tal vez el físico tuviera razón y Adair era demasiado estúpido para entender algo tan complejo. Pero la vida eterna… En aquel momento, eso era lo que menos le interesaba. Le daba igual vivir o morir. Lo único que quería era convencer al monje de llevar a cabo su plan, y no le importaba perder la vida en el empeño.
Adair encontró al monje rezando en la capilla a la luz de las velas. De pie ante la puerta, se preguntó si su condición aparentemente sobrenatural le impediría entrar en un lugar consagrado. Si intentaba cruzar el umbral, ¿sería rechazado por ángeles y se le negaría la entrada? Después de respirar hondo, pasó por el umbral de roble sin problema. Al parecer, Dios no tenía dominio sobre la criatura en que Adair se había convertido.