– ¿Tiene prisa? -pregunta el agente, disimulando su interés con un aire de indiferencia mientras extiende la mano para que el doctor le entregue la documentación-. Por lo general, hacemos pasar a la primera persona de la cola cuando abrimos un nuevo carril.
– Lo siento -dice Luke bruscamente-. No sabía…
– Pues para la próxima vez, ya lo sabe, ¿vale? -responde el agente en tono amistoso, sin levantar siquiera la mirada mientras examina el permiso de conducir de Luke y el pasaporte de Lanny.
El agente es un hombre maduro, con uniforme azul oscuro y un chaleco con bolsillos de los que asoman walkie-talkies, bolígrafos y otros objetos. En las manos tiene una tablilla con sujetapapeles y un aparato electrónico que parece una especie de escáner. Su compañera, una mujer joven, recorre el perímetro del todoterreno con un espejo al extremo de un largo palo, como si esperara encontrar una bomba sujeta a los bajos del vehículo. Luke observa a la policía por el retrovisor, y le entra un nuevo ataque de ansiedad sin razón alguna.
Entonces cae en la cuenta: si le piden los papeles del vehículo, va a tener problemas. Porque no está registrado a su nombre. «¿Este vehículo no es suyo?», preguntará el agente.
La gente pide coches prestados todos los días, se dice Luke para tranquilizarse. No es ningún delito.
«Voy a tener que comprobarlo en el ordenador, para asegurarnos de que no es robado…» «No pidas los papeles, no pidas los papeles», piensa, como si dirigiendo este mantra al agente pudiera evitar que el guardia piense en ello. Si el nombre de Luke aparece en alguna base de datos -«buscado para interrogar»-, sus posibilidades de escapar serán muy escasas. Este fallo en sus planes pone a Luke aún más nervioso, porque nunca se ha metido en problemas, nunca, ni cuando era un chaval, y no está preparado para engañar a las personas con autoridad. Tiene miedo de ponerse colorado, de sudar, de parecer demasiado ansioso y…
– ¿Así que es médico? -pregunta el agente por la ventanilla, y Luke vuelve a prestarle atención de golpe.
– Sí. Cirujano. -«Idiota», se reprende. «A él no le importa tu especialidad.» Es su vanidad de médico, haciéndose notar como un niño mimado y aburrido que reclama atención.
– ¿Por qué razón viaja a Canadá?
Antes de que Luke pueda responder, Lanore se echa hacia delante, para que la vea el agente de fronteras.
– En realidad, me está haciendo un favor. He estado viviendo en su casa y ya es hora de que vaya a gorronearle al próximo pariente durante algún tiempo. Y en lugar de meterme en un autobús, ha insistido generosamente en llevarme.
– Ah, ¿y dónde vive el primo? -pregunta el agente, con una suave pulla oculta en la pregunta.
– En Lac-Benne -responde la chica como si nada-. Bueno, hemos quedado con él en Lac-Benne. En realidad vive más cerca de Quebec. -Se sabe el nombre de una población cercana, lo que le parece un milagro a Luke. El médico se relaja un poco.
El agente entra en la cabina y Luke le observa a través de la rayada ventanilla de plexiglás, encorvado sobre una terminal de ordenador, sin duda alimentando una base de datos. Es lo único que puede hacer para contenerse y no pisar a fondo el acelerador. No hay nada que pueda detenerlo, ninguna barrera automática a rayas, ninguna cadena de pinchos que le destroce los neumáticos e impida su huida.
De pronto, el agente aparece en su ventanilla, con el permiso de conducir y el pasaporte en la mano extendida.
– Aquí tienen. Que lo pasen bien -dice, haciendo un gesto para que sigan y mirando ya el siguiente coche de la cola.
Luke no consigue respirar de nuevo hasta que el puesto fronterizo se ve muy pequeño en el espejo retrovisor.
– ¿Por qué estabas tan preocupado? -Lanny ríe, mirando por encima del hombro-. No es que seamos terroristas o intentemos pasar cigarrillos de contrabando por la frontera. Somos solo buenos ciudadanos americanos que van a Canadá a comer.
– No, no lo somos -dice Luke, pero también está riendo, aliviado-. Lo siento, no estoy acostumbrado a estas situaciones de película de espías.
– Perdona. No pretendía reírme. Ya sé que no estás acostumbrado. Lo has hecho muy bien. -Y le aprieta la mano.
Se detienen en un motel a las afueras de Lac-Benne, un establecimiento discreto que no forma parte de una cadena. Luke espera en el vehículo mientras Lanore entra en la oficina. La ve charlar con el anciano caballero sentado tras el mostrador, que se mueve despacio, aprovechando su única oportunidad de hablar con una chica guapa esa mañana. Lanny vuelve a subir al todoterreno y conducen hasta un bungalow de la parte de atrás, con vistas a una franja de árboles y al extremo de un campo de béisbol vecinal. El suyo es el único vehículo en el aparcamiento.
Una vez en la habitación, Lanny es un torbellino de actividad, deshaciendo su equipaje, inspeccionando el cuarto de baño, quejándose de la calidad de las toallas. Luke se sienta en la cama, de repente demasiado cansado para mantenerse erguido. Se tumba sobre la colcha de poliéster, mirando al techo. A su alrededor, todo gira como un tiovivo.
– ¿Qué pasa? -Lanny se sienta en el borde de la cama, junto a él, y le toca la frente.
– Agotamiento, supongo. Cuando tengo el turno de noche, suelo meterme en la cama en cuanto llego a casa.
– Pues adelante, duerme un poco. -Le quita los zapatos al médico sin desatar los cordones.
– No, debería volver. Solo es media hora de viaje -protesta Luke, pero sin moverse-. Tengo que devolver el todoterreno…
– Tonterías. Además, dar la vuelta y regresar a casa de ese modo despertaría sospechas en el puesto fronterizo.
Lo cubre con una manta, y después busca en su bolsa y saca una bolsita hermética de plástico llena con los cogollos de marihuana más apetecibles que Luke ha visto en su vida.
Lanny se sienta en la esquina de la cama y se pone a trabajar. A los pocos minutos, ha liado con habilidad un generoso canuto, lo enciende y da una larga y ansiada calada. Cierra los ojos al exhalar el humo y su rostro se relaja de satisfacción. Luke piensa que le gustaría provocar alguna vez esa expresión en el rostro de esta mujer.
Lanny le pasa el porro. Tras vacilar un segundo, Luke lo coge y se lo lleva a los labios. Aspira y retiene el humo; siente cómo llega a los lóbulos de su cerebro, siente que los oídos se le taponan. Santo Dios, qué material más potente. Qué rápido.
Tose y le devuelve el canuto a Lanny.
– Hace mucho que no hago esto. ¿Dónde has conseguido esta hierba?
– En el pueblo. En Saint Andrew. -Su respuesta le alarma y sorprende un poco, le recuerda que existen otros mundos que no se ven y que están delante de sus narices. Se alegra de no haber sabido que ella llevaba ese cargamento cuando cruzaron la frontera, pues se habría puesto aún más nervioso.
– ¿Fumas esto muy a menudo? -Señala el canuto con la cabeza.
– No podría pasar sin ello. Tú no sabes los recuerdos que llevo en la cabeza. Vida tras vida de cosas que lamentas haber hecho, de cosas que has visto hacer a otros. Cosas de las que no puedes escapar… de no ser por esto. -Mira el canuto que tiene en la mano-. Hay ocasiones en las que he deseado quedarme inconsciente durante, digamos, una década. Echarme a dormir y que todo se detenga. No hay manera de borrar los malos recuerdos. Lo difícil no es hacer, sino vivir con lo que has hecho.
– Como el hombre de la morgue…
Ella aprieta un dedo contra la boca de Luke para impedirle que diga una palabra más. Ya habrá tiempo para eso más adelante, imagina él; en realidad, ella no tiene más que tiempo por delante para asimilar el acto irreversible que ha cometido con su amor verdadero, resonando en su cabeza cada minuto de cada día. No hay bastante marihuana en el mundo para hacer olvidar eso. El infierno en la tierra.