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Con una vela en la mano, me escabullí de la habitación y bajé por la escalera de servicio que llevaba al sótano. Atravesé las húmedas estancias subterráneas que olían a agua estancada, palpando con una mano las gruesas paredes de piedra. Aminoré el paso al acercarme a la habitación en la que nadie entraba y que todos temían, empujé la arañada puerta y pisé el suelo de tierra apisonada en el que poco antes había estado tendida, sangrando.

Conteniendo el aliento, me acerqué de puntillas al solitario baúl colocado en el otro extremo de la habitación y levanté la tapa. Dentro estaba aquella cosa abominable, el arnés de pesadilla, con sus correas aún rígidas por mi sudor, todavía con la forma de mi cuerpo. Casi dejé caer la tapa al verlo, pero dominé el miedo al fijarme en un pequeño paquete que había en un rincón del baúl. Metí la mano y saqué un pañuelo de hombre doblado en forma de almohadilla.

Levanté una esquina del pañuelo y vi… el frasquito. A la luz de la vela, el pequeño recipiente de plata parecía un adorno de un árbol de Navidad, centelleando con el mismo tipo de brillo apagado. La luz titilaba de un modo inquietante, como si me enviara una especie de advertencia. Pero habiendo llegado hasta allí, no estaba dispuesta a echarme atrás. El frasquito era mío. Cerré el puño sobre él, lo apreté contra el pecho y salí del sótano sin hacer el menor ruido.

31

Provincia de Quebec, en la actualidad

Al otro lado de la ventana de la habitación del motel, el cielo se ha teñido de azul oscuro, del color de la tinta de un bolígrafo. Habían dejado levantada la persiana mientras se revolcaban juntos en la cama, y ahora que ha pasado la urgencia por descubrir el cuerpo del otro, Lanny y Luke están tumbados uno junto a otro, mirando las estrellas del norte a través de la ventana. Luke pasa el dorso de los dedos por el brazo desnudo de ella, maravillado por la luminosidad de su piel, por su perfección, cremosa y salpicada de tenues pecas doradas. Su cuerpo es una serie de curvas suaves de poca altura. Quiere deslizar las manos por ese cuerpo una y otra vez, como si al hacerlo pudiera llevarse una parte de ella. Se pregunta si la magia la habrá hecho más hermosa, realzando su aspecto natural.

No puede creer la buena suerte que ha tenido al llevársela a la cama. Al acariciar su cuerpo, se siente un poco como un viejo verde, ya que no ha abrazado a una mujer tan firme desde mucho antes de casarse. Desde que tenía veintitantos años, a decir verdad, pero no recuerda que el sexo fuera tan bueno, tal vez porque él y sus sucesivas parejas estaban demasiado cohibidos. Puede imaginar lo que dirían su ex mujer o sus amigos si vieran a Lanny; pensarían que Luke estaba sufriendo una crisis de la edad madura épica, ayudando a una mujer casi menor de edad a escapar de la policía a cambio de sexo.

Ella le mira con una sonrisa en su bello rostro, y Luke se pregunta qué puede encontrar de agradable en él. Siempre se ha considerado un hombre corriente: de estatura media, más bien delgado, pero no con una figura digna de admiración; pelo fuerte y ondulado, en la frontera entre castaño pajizo y rubio. Sus pacientes sospechan que es medio hippy, como algunos de los mochileros que se dejan caer por Saint Andrew en verano, pero Luke piensa que se han llevado esa impresión porque tiende al desaliño cuando no hay nadie cerca que lo acicale. Qué puede ver en él una mujer como esa, se pregunta.

Pero antes de que pueda responderse, algo llama su atención en la ventana, unas sombras se mueven al otro lado del cristal, lo que indica movimiento en el sendero. Luke apenas ha tenido tiempo de incorporarse cuando aporrean la puerta con insistencia y una voz ronca de hombre grita: «¡Abran! ¡Es la policía!».

Luke contiene el aliento, incapaz de pensar, de reaccionar, de hacer nada, pero Lanny sale de la cama de un salto, envolviendo su cuerpo en una sábana, aterrizando sin ruido como un gato. Se lleva un dedo a los labios y dobla la esquina que da a la pequeña cocina y el cuarto de baño. Cuando está fuera de la vista, él baja de la cama, enrollándose una manta a la cintura, y abre la puerta.

Dos agentes de policía ocupan el umbral y enfocan una linterna a la cara de Luke.

– Nos han llamado para denunciar que un hombre está manteniendo relaciones sexuales con una menor. ¿Puede encender una luz, señor? -dice uno de los policías, en tono exasperado, como si nada le pudiera gustar más que poner a Luke contra la pared, apretándole el cuello con una porra.

Los dos agentes miran el pecho desnudo de Luke y la manta sujeta a sus caderas. Luke presiona el interruptor más próximo, iluminando la habitación.

– ¿Dónde está la chica que se registró en esta habitación?

– ¿Qué chica? -consigue decir Luke, aunque tiene la garganta tan seca como la arena del desierto-. Debe de ser un error. Esta es mi habitación.

– O sea, ¿que se registró usted para ocupar esta habitación?

Luke asiente.

– Pues yo creo que no. El recepcionista dice que solo hay una habitación ocupada en este lado del edificio. Por una chica. Le dijo al recepcionista que la habitación era para ella y su padre. -Los policías abarcan todo el espacio de la puerta-. Una limpiadora afirma que ha oído como si estuvieran practicando sexo aquí, y como el recepcionista sabía que la habitación estaba ocupada por un padre y una hija…

El pánico se apodera de Luke, que intenta retractarse de su mentira.

– Ah, sí, eso es lo que les decía. La chica está conmigo, por eso les he explicado que esta es mi habitación… pero no es mi hija. No sé por qué le habrá dicho eso a alguien.

– Bien… -No parecen convencidos-. ¿Le importa que entremos a echar un vistazo? Nos gustaría hablar con la chica. ¿Está aquí?

Luke se queda inmóvil, escuchando. No oye nada que le haga pensar que Lanny se ha escapado. En los ojos de los policías, ve indignación apenas contenida; probablemente, nada les gustaría más que derribarlo y patearlo en el suelo en nombre de todas las hijas víctimas de abusos que han visto en sus carreras. Luke está a punto de balbucear una excusa cuando se percata de que los policías están mirando algo que hay detrás de él. Se vuelve, enroscándose la vulgar manta color melocotón alrededor de las piernas.

Lanny está de pie, con la sábana envolviendo todavía su cuerpo desnudo, bebiendo de un viejo vaso de plástico rojo, con una expresión de sorpresa y fingido embarazo en los ojos.

– ¡Ah! Me había parecido oír a alguien en la puerta. Buenas noches, agentes. ¿Pasa algo?

Los dos policías la estudian de pies a cabeza antes de responder.

– ¿Se registró usted para esta habitación, señorita?

Ella asiente.

– ¿Y este hombre es su padre?

Ella parece avergonzada.

– Dios mío, no. No… no sé por qué le dije eso al tipo de la recepción. Supongo que temía que no nos alquilara la habitación porque no estamos casados. Parecía… no sé, de los que juzgan a la gente. No creía que fuera asunto suyo.

– Ya. Van a tener que mostrarnos alguna identificación. -Están procurando ser objetivos, intentando disipar su justa indignación cuando ya no hay ningún pervertido al que llevar ante la justicia.

– No tienen derecho a investigarnos. Lo que hemos hecho ha sido con consentimiento mutuo -dice Luke, rodeando a Lanny con un brazo, atrayéndola hacia él. Quiere que la policía se marche ya, quiere dejar atrás esa embarazosa e irritante experiencia.

– Tenemos que ver pruebas de que no son… Ya sabe… -dice el más joven de los dos policías, agachando la cabeza y haciendo un gesto de impaciencia con su linterna.

No hay más remedio que dejar que los agentes miren el carnet de conducir de él y el pasaporte de ella, confiando en que los boletines policiales de Saint Andrew no hayan llegado a Canadá.