Luke no tarda en darse cuenta de que no debería haberse preocupado; los dos agentes están tan confusos y decepcionados que examinan su identificación de la manera más apresurada, posiblemente sin leer siquiera ninguno de los documentos, antes de retroceder arrastrando los pies hasta la puerta, con disculpas apenas audibles por las molestias. En cuanto se han marchado, Luke baja la persiana de la ventana que da al sendero.
– ¡Dios mío! -exclama Lanny antes de dejarse caer en la cama.
– Deberíamos marcharnos. Tendría que llevarte a una ciudad.
– No puedo pedirte que corras más riesgos por mí.
– Y yo no puedo dejarte aquí, ¿no crees?
Luke se viste mientras Lanny está en el cuarto de baño; se oye cómo corre el agua. Se pasa una mano por la barbilla, siente que raspa y cae en la cuenta de que hace unas veinticuatro horas que no se afeita, pero decide asegurarse de que el aparcamiento esté despejado. Engancha la persiana con un dedo y mira hacia fuera. El coche patrulla está aparcado junto al todoterreno.
Deja que la persiana vuelva a caer en su sitio.
– Maldita sea. Siguen ahí fuera.
Lanny levanta la vista de su equipaje.
– ¿Qué?
– Los dos polis, siguen ahí fuera. Comprobando la matrícula, supongo.
– ¿Tú crees?
– Puede que quieran saber si tenemos antecedentes. -Se frota el labio inferior, pensando. Probablemente no puedan tener respuesta inmediata acerca de matrículas o carnets de Estados Unidos. Seguramente tendrán que esperar a que lleguen las respuestas por algún tipo de sistema, servicios de conexión entre policías. Puede que aún haya algo de tiempo antes de que…
Luke agarra a Lanny.
– Tenemos que irnos ahora mismo.
– ¿No intentarán detenernos?
– Deja tu maleta, todo. Solo vístete.
Salen de la habitación del hotel cogidos de la mano y echan a andar hacia su vehículo cuando se baja la ventanilla del coche patrulla.
– ¡Eh! -les grita el policía sentado en el asiento del pasajero-. No pueden marcharse todavía.
Luke suelta la mano de Lanny para que esta pueda quedarse atrás mientras él se acerca al coche patrulla.
– ¿Por qué no podemos marcharnos? No hemos hecho nada malo. Les hemos enseñado nuestra documentación. No tienen motivos para seguir molestándonos. Esto empieza a parecer acoso.
Los dos oficiales ponen mala cara; no les gusta demasiado cómo suena la palabra «acoso».
– Miren -continúa Luke, abriendo las manos para mostrar que están vacías-. Solo salimos a cenar. ¿Parece que vayamos a escaparnos? Hemos dejado el equipaje en la habitación, tenemos pagada esta noche. Si todavía tienen preguntas cuando reciban las comprobaciones de antecedentes, vengan aquí después de cenar. Pero si no van a detenerme, creo que no pueden retenerme aquí. -Luke razona con calma, con los brazos abiertos como un hombre que intenta disuadir a unos ladrones de que le roben.
Lanny se sube al asiento delantero del todoterreno, lanzando una mirada ligeramente hostil a los policías. El la sigue, arranca el motor y sale con suavidad de la plaza de aparcamiento, echando un último vistazo para asegurarse de que el coche patrulla no los sigue.
Cuando se han alejado bastante por la carretera, Lanny saca el ordenador de debajo de la chaqueta y se lo coloca sobre las rodillas.
– No podía dejarlo. Contiene demasiada información que me relaciona con Jonathan, material que podrían utilizar como prueba si quisieran -explica; parece que se siente culpable por haber corrido el riesgo de salvar el ordenador. Un momento después, saca del bolsillo la bolsa de hierba como si estuviera sacando un conejo de la chistera de un mago.
Luke se sobresalta.
– ¿La hierba también?
– Me figuré que, en cuanto decidieran que no íbamos a volver, registrarían la habitación. Esto les daría un motivo para detenernos. -Vuelve a guardarse la bolsa en el bolsillo de la chaqueta, suspirando hasta vaciar los pulmones-. ¿Crees que estamos a salvo?
Luke vuelve a mirar el espejo retrovisor.
– No sé. Ahora tienen el número de matrícula. Si recuerdan nuestros nombres, mi nombre…
Tendrán que abandonar el todoterreno, y ese pensamiento hace que Luke se sienta fatal por haber pedido prestado el coche a Peter. Debe alejar de su mente ese pensamiento.
– Ahora no quiero pensar en ello. Cuéntame más de tu historia.
TERCERA PARTE
32
La autopista a la ciudad de Quebec tiene dos carriles en cada dirección y está tan oscura como una pista de aterrizaje abandonada. A Luke, los árboles sin hojas y el paisaje monótono le recuerdan a Marquette, el pueblecito en el aislado extremo superior de Michigan donde se ha instalado su ex. Luke estuvo allí una vez para ver a las niñas, justo después de que Tricia se instalara con su novio de la infancia. Las dos hijas de Tricia y de Luke viven ahora en la casa del novio, y el hijo y la hija de él también se quedan con ellos un par de noches por semana.
Durante la visita, a Luke no le pareció que Tricia estuviera más feliz con su novio que lo que había estado con él, aunque es posible que le diera vergüenza que la vieran con su ex en aquella casa destartalada, con un Camaro de doce años en el sendero de entrada. Tampoco es que la casa de Luke en Saint Andrew sea mucho mejor.
Las niñas, Winona y Jolene, no estaban contentas, pero aquello era de esperar; acababan de mudarse al pueblo y no conocían a nadie. A Luke casi se le rompió el corazón mientras comía con ellas en la pizzería adonde las había llevado. Estuvieron calladas, y eran demasiado pequeñas para saber a quién echar la culpa y con quién enfadarse. Se enfurruñaron cuando él intentó sacarlas de allí, y no podía soportar la idea de devolvérselas a su madre y despedirse de ellas, cuando todos estaban tan resentidos e incómodos. También sabía que era inevitable: lo que estaban pasando no se podía resolver en una semana.
Al final de su estancia allí, cuando se estaba despidiendo en los escalones de cemento de la entrada de la casa de Tricia, las cosas habían mejorado para él y las niñas. La tensión había disminuido, habían encontrado algo de alivio para sus miedos. Habían llorado cuando él las abrazó al despedirse y habían agitado los brazos cuando Luke se alejó en su coche de alquiler, pero aun así le rompía el corazón dejarlas.
– Tengo dos hijas -dice Luke de pronto, sin poder resistir el impulso de contarle a ella algo de su vida.
Lanny le mira desde su lado del asiento.
– ¿Eran las de aquella foto en tu casa? ¿Qué edad tienen?
– Cuatro y cinco. -Siente que se aviva en él un pequeño rescoldo de orgullo, lo único que le queda de la paternidad-. Ahora viven con su madre. Y con el tío con el que se va a casar… -Otro se ocupará de sus hijas.
Ella cambia de postura. Casi están frente a frente.
– ¿Cuánto tiempo estuviste casado?
– Seis años. Ya estamos divorciados -añade, antes de darse cuenta de que seguramente es innecesario-. Fue un error casarnos, ahora me doy cuenta. Yo acababa de terminar mi residencia en Detroit. Mis padres empezaban a estar achacosos, y yo sabía que tendría que volver a Saint Andrew. Supongo que no quería volver a casa solo. Era inimaginable que allí pudiera encontrar pareja. Conocía a todo el mundo, me había criado allí. Creo… que pensé que Tricia era mi última oportunidad.
Lanny se encoge de hombros; está incómoda, se nota en las arrugas de su frente. Le molesta tanta sinceridad, decide Luke, tanto si es ella la que abre su corazón como si no.
– Y tú, ¿qué? ¿Has estado casada alguna vez? -La pregunta le arranca a Lanny una carcajada.
– No he estado escondida del resto del mundo todo este tiempo, si es eso lo que piensas. No, con el tiempo recuperé el sentido común. Comprendí que Jonathan nunca se comprometería conmigo. Entendí que no estaba en su naturaleza.
Luke piensa en el hombre del depósito de cadáveres. Las mujeres se pelearían por un hombre como aquel. Incesantes reclamos y proposiciones, tanta lujuria y deseo, tanta tentación… ¿Cómo podía nadie esperar que un hombre así se comprometiera con una sola mujer? Era lógico que Lanny quisiera que Jonathan la amara lo suficiente para serle fiel, pero ¿se podía culpar a aquel hombre por haberla decepcionado?