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En aquel momento hubo un alboroto al otro lado del salón, y Jonathan se levantó bruscamente de su butaca.

– Ya he tenido bastante de esta tontería. No puedo soportarlo más -dijo.

Siguió a Dona y dejó plantado al desilusionado artista, que veía cómo su buena suerte salía de la habitación. Al final, no se pintó ningún retrato al óleo de Jonathan, y Adair se vio obligado a conformarse con un dibujo a carboncillo que enmarcó con cristal y colocó en su despacho. Lo que Adair no sabía era que Jonathan iba a ser el último de sus favoritos inmortalizado en un retrato y que todas las exigencias y las maquinaciones de Adair se iban a torcer por completo.

41

Tras el éxito de la primera noche, Adair se hizo acompañar por Jonathan a todas partes. Además de las habituales diversiones nocturnas, empezó a buscar actividades que pudieran hacer juntos, dejándonos a los demás a nuestro aire. Adair y Jonathan fueron a carreras de caballos en el campo, a cenas y debates en un club de caballeros, y a conferencias en la Universidad de Harvard. Me enteré de que Adair había llevado a Jonathan al burdel más exclusivo de la ciudad, donde eligieron a media docena de chicas para entretenerlos a los dos. La orgía parecía una especie de ritual pensado para unirlos, como un juramento de sangre. Con impaciencia, Adair introdujo a Jonathan en todas sus aficiones favoritas: amontonó novelas en la mesita de noche junto a la cama de Jonathan (las mismas que me había hecho leer a mí cuando me acogió en su seno) e hizo preparar comidas especiales para él. Incluso se habló devolver al viejo continente para que Jonathan pudiera conocer las grandes ciudades. Era como si Adair estuviera empeñado en crear una historia que los dos pudieran compartir. Convertiría su vida en la vida de Jonathan. Daba miedo verlo, pero aquello distraía a Jonathan. Este no había hablado de sus preocupaciones por su familia y el pueblo desde que nos marchamos, aunque a buen seguro pensaba en ello. Puede que no lo hablara conmigo por amabilidad, ya que no había natía que pudiéramos hacer para cambiar nuestra situación.

Después de una temporada así, con los dos hombres pasando la mayor parte del tiempo en compañía mutua, Adair me llevó aparte. Estábamos todos holgazaneando en el solano, los otros tres enseñando a Jonathan las complejidades del faro y Adair y yo sentados en un diván, mirando, como unos padres satisfechos que admiran a su prole jugando armoniosamente.

– Ahora que he estado en compañía de tu Jonathan, he llegado a formarme una opinión de él. ¿Te interesa saber cuál es? -me dijo Adair en voz baja, para que no le oyeran. Su mirada no se apartaba de Jonathan mientras hablaba-. No es el hombre que tú crees que es.

– ¿Cómo sabes lo que pienso de él? -Intenté sonar segura, pero no pude evitar que me temblara la voz.

– Sé que piensas que algún día recuperará el sentido y se dedicará por completo a ti -dijo con sarcasmo, y comprendí lo poco que le gustaba la idea.

Y renunciar a todas las otras… ¿Acaso Jonathan no le había jurado ya aquello a una mujer, aunque de poco le había valido a ella? Probablemente, no le había sido fiel a Evangeline ni un mes después de haberse casado con ella. Forcé los labios en una sonrisa. No pensaba darle a Adair la satisfacción de saber que me había herido.

Adair cambió de postura en el diván, cruzando despreocupadamente una pierna sobre la otra.

– No te tomes muy a pecho su inconstancia. No es capaz de ese tipo de amor, por ninguna mujer. No puede sentir una emoción que se fije en su propia conciencia, en sus querencias y deseos. Por ejemplo, me ha contado que le preocupa haberte hecho tan desdichada…

Me clavé las uñas en el dorso de una mano, pero no había dolor que me distrajera.

– … pero no tiene ni idea de qué hacer al respecto. Para la mayoría de los hombres, el remedio sería obvio: o le das a la mujer lo que ella quiere, o rompes del todo con ella. Pero él todavía anhela tu compañía y por eso no puede romper contigo. -Suspiró de manera un poco teatral-. No desesperes. No se ha perdido toda la esperanza. Puede que llegue el día en que sea capaz de amar a una sola persona, y existe una posibilidad, por pequeña que sea, de que esa persona seas tú. -Y al decir esto se echó a reír.

Me habría gustado abofetearlo. Echarme encima de Adair, rodear su cuello con mis dos manos y estrangularlo hasta arrancarle la vida.

– Estás enfadada conmigo, puedo sentirlo. -Mi rabia impotente parecía divertirle también-. Enfadada conmigo porque te digo la verdad.

– Estoy enfadada contigo -repliqué-. Pero es porque me estás mintiendo. Intentas destruir mis sentimientos por Jonathan.

– He conseguido irritarte bastante, ¿me equivoco? Sí, reconozco que por lo general sabes cuándo estoy mintiendo, y eres la única que parece tener esa capacidad, querida… Pero esta vez no te miento. Casi desearía estar haciéndolo. Entonces no estarías tan dolida, ¿a que no?

Era más de lo que podía soportar, que Adair se compadeciera de mí en el mismo momento en que intentaba ponerme contra Jonathan. Miré a Jonathan, que contemplaba sus cartas en medio de la mesa, absorto en la partida de faro. Yo había empezado a sentir la presencia de Jonathan, un gran consuelo, como un zumbido que resonaba dentro de mí. Pero últimamente, había notado que Jonathan estaba un tanto taciturno; yo suponía que sentía tristeza por haber abandonado a Evangeline y a su hija. Si lo que Adair decía era verdad, ¿no podía ser melancolía por la infelicidad que me causaba? Aquello hizo que me preguntara por primera vez si el obstáculo para nuestro amor -el defecto, por decirlo así- estaría en Jonathan y no en mí. Porque parecía casi inhumano ser incapaz de entregarte por completo a una persona.

La peculiar risa de Tilde interrumpió mis pensamientos cuando tiró victoriosa sus cartas con gesto triunfal. Jonathan le dirigió una mirada, y comprendí que ya se había acostado con ella, aunque él sabía que si yo lo descubría aquello me destrozaría. La desesperación prendió en mí como un papel, desesperación por lo que no tenía poder para cambiar.

– Qué desperdicio. -Adair me habló al oído al instante, como la serpiente del Paraíso-. Tú, Lanore, eres capaz de un amor tan perfecto, un amor como no he visto nunca. Y mira que decidir malgastarlo en alguien tan indigno como Jonathan…

Su susurro era como un perfume en el aire de la noche.

– ¿Qué dices? ¿Te estás ofreciendo como un objeto más digno de mi amor? -pregunté, buscando la respuesta en sus ojos de lobo.

– Ojalá pudieras amarme, Lanore. Si de verdad me conocieras, podrías saber si soy indigno de tu amor. Pero algún día, tal vez me mires como miras a Jonathan, con el mismo fervor. Ahora parece imposible, dada tu devoción por él, pero ¿quién sabe? Cosas imposibles suceden a veces, lo he visto, aunque solo de vez en cuando.

Sin embargo, cuando quise pedirle que se explicara, se limitó a fruncir la nariz y se echó a reír. Acto seguido se levantó del diván y pidió que le dieran cartas en la siguiente ronda de faro.

Como me habían dejado de lado, fui al despacho a buscar un libro con el que entretenerme. Al pasar junto al escritorio de Adair, la luz de mi vela iluminó una pila de papeles puestos sobre el secante, y mi mirada se posó, como por arte de magia, en el nombre de Jonathan, escrito con la letra de Adair.

¿Por qué demonios habría escrito Adair acerca de Jonathan? ¿Era una carta a un amigo? Dudaba de que tuviera algún amigo en el mundo. Acerqué los papeles a la vela.

Instrucciones para Pinnerly (el nombre del abogado, según supe después).

Cuenta que debe abrirse para Jacob Moore (el seudónimo de Jonathan) en el Banco de Inglaterra, por la suma de ocho mil libras (una fortuna) transferidas de la cuenta de… (un nombre que no reconocí).