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Dejé la bandeja en una mesa cerca de la puerta y me agaché en el suelo junto a él, enredando suavemente mis dedos en los rizos sueltos de su frente, apartándolos.

– Pensé que podríamos pasar un momento juntos antes de que te fueras. He traído algo para beber.

Adair abrió los ojos, despacio.

– Me alegra que estés aquí. Quería explicarte algo sobre este viaje. Debes de estar preguntándote por qué me voy con Jonathan y no contigo… -Dominé el impulso de decirle que ya lo sabía, y esperé a que continuara-. Sé que no puedes soportar estar separada de Jonathan, pero solo lo tendré apartado de ti unos cuantos días -dijo en tono de burla-. Jonathan volverá, pero yo seguiré el viaje. Puede que esté ausente algún tiempo. Necesito estar una temporada solo. Esta necesidad me asalta de vez en cuando… estar a solas con mis pensamientos y mis recuerdos.

– ¿Cómo puedes dejarme así? ¿No me echarás de menos? -pregunté, procurando parecer coqueta.

El asintió.

– Sí, te echaré de menos, pero no se puede evitar. Y por eso viene Jonathan conmigo, así poder explicarle unas cuantas cosas. Él dirigirá la casa mientras yo no esté. Me ha contado que estaba al frente del negocio de su familia y procuraba que las deudas de sus vecinos no arruinaran al pueblo. Llevar las cuentas de una sola casa debería ser fácil para él. He hecho que transfieran todo el dinero a su nombre. Tendrá toda la autoridad; a ti y a los otros no os quedará más remedio que seguir sus órdenes.

Casi sonaba plausible, y durante un fugaz segundo me pregunté si habría juzgado mal la situación. Pero conocía a Adair demasiado bien para creer que las cosas eran tan simples como él las hacía parecer.

– Te traeré una copa -dije, poniéndome en pie.

Había elegido un brandy fuerte, lo bastante para enmascarar el sabor del fósforo. Abajo, en la despensa, había vertido con cuidado el polvo en la botella con un embudo de papel, añadido casi todo un frasco de láudano, puesto el corcho y agitado suavemente el líquido. El polvo había soltado unas cuantas chispas blancas en el aire mientras yo lo manejaba, y recé por que los residuos no fueran visibles en el fondo de la copa de Adair.

Cuando le serví la pócima a Adair, me fijé en unas cuantas cosas colocadas sobre la cómoda, era de suponer que para el viaje. Había un rollo de papel sujeto con una cinta, papel antiguo y áspero, y yo estaba segura de que había salido de la colección con tapas de madera de la habitación oculta. A su lado había una caja de rapé y un frasquito, similar a un pomo de perfume, que contenía aproximadamente una onza de un líquido pardo y espeso.

– Toma.

Le pasé una copa llena a Adair y me serví otra para mí, aunque no tenía intención de bebérmela toda. Solo un sorbo para convencerle de que no había nada anormal. Él parecía muy embriagado por el opio, pero yo sabía que el opio solo no tenía potencia suficiente para hacerle dormir.

Volví a ocupar mi sitio junto a sus pies y miré hacia arriba con lo que esperaba que él tomara por adoración y preocupación.

– Has estado muy alterado estos días. Es por el problema con Uzra. No lo niegues. Es normal que estés dolido por lo que ocurrió, la habías tenido contigo desde hace cientos de años. Tenía que importarte algo.

Él suspiró y dejó que yo le ayudara a alcanzar la boquilla. Sí, estaba ansioso de distracción. Parecía enfermo, lento de movimientos e hinchado. Puede que estuviera sufriendo por haber matado a la odalisca; puede que le asustara dejar aquel cuerpo para ocupar el siguiente. Al fin y al cabo había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había hecho. Puede que el tránsito fuera doloroso. Puede que tuviera miedo de las consecuencias de otra mala acción, añadida a la larga lista de pecados que ya había cometido, de que se le pedirían cuentas algún día.

Después de un par de bocanadas, me miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Tienes miedo de mí?

– ¿Porque mataste a Uzra? Tendrías tus razones. No soy quién para discutirlas. Así son las cosas aquí. Tú eres el amo.

Cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en el alto respaldo del sillón.

– Siempre has sido la más razonable, Lanore. Con los otros es imposible vivir. Me acusan con la mirada. Son fríos, se esconden de mí. Debería matarlos y empezar de nuevo.

Por el tono de su voz supe que no se trataba de una amenaza vacía. En otro tiempo había hecho lo mismo con otro grupo de secuaces. Los había aniquilado en un arrebato de furia. Para tener una vida que supuestamente duraría una eternidad, nuestra existencia era precaria.

Procuré no temblar mientras seguía acariciándole la frente.

– ¿Qué había hecho Uzra para merecer su castigo? ¿Quieres contármelo?

Adair me apartó la mano y volvió a aspirar de la boquilla. Yo cogí la botella y le serví otra copa. Le dejé que me acariciara torpemente la cara con sus manos asesinas y seguí sosegando su conciencia con insinceras declaraciones de que estaba en su derecho al matar a la odalisca.

En cierto momento, él retiró mi mano de su sien y empezó a acariciarme la muñeca, siguiendo las venas.

– ¿Te gustaría ocupar el puesto de Uzra? -preguntó con cierta ansiedad.

La idea me sobresaltó, pero procuré que él no lo notara.

– ¿Yo? No te merezco. No soy tan bella como Uzra. Nunca podría darte lo que ella te daba.

– Puedes darme algo que ella no me daba. Nunca me lo dio, nunca. Me despreció todos los días que estuvimos juntos. En ti siento… Hemos pasado momentos felices juntos, ¿verdad? Casi diría que ha habido momentos en los que me amabas. -Acercó la boca a mi muñeca, su fuego a mi pulso-. Yo haría que te resultara más fácil amarme, si tú quisieras. Serías solo mía. No te compartiría con nadie. ¿Qué me dices?

Siguió acariciándome la muñeca mientras yo intentaba pensar una respuesta que no sonara a falsa. Al final, él respondió por mí:

– Es Jonathan, ¿verdad? Puedo sentirlo en tu corazón. Quieres estar disponible para Jonathan, por si él te quisiera. Yo te quiero y tú quieres a Jonathan. Bueno… todavía puede que exista una manera de que esto funcione, Lanore. Quizá haya un modo de que los dos consigamos lo que queremos.

Parecía una confesión de todo lo que yo sospechaba, y la sola idea me heló la sangre.

La gran habilidad de Adair para elegir almas enfermas iba a ser su perdición. Ya ves, me había elegido bien. Me había escogido entre la multitud, sabiendo que yo era la clase de persona que, sin vacilar, sería capaz de servirle una copa tras otra de veneno a un hombre que acababa de declararme su amor. ¿Quién sabe? Es posible que si solo se hubiera tratado de mí, si solo hubiera estado en juego mi futuro, hubiera decidido otra cosa. Pero Adair había incluido a Jonathan en su plan. A lo mejor Adair pensaba que yo sería feliz, que era lo bastante superficial para amarle y quedarme con él, con tal de poder admirar el bello cuerpo vacío de Jonathan. Pero tras el familiar rostro de mi amado estaría la personalidad asesina de Adair, que resonaría en cada palabra suya, y al pensar en ello, ¿qué otra cosa podía hacer yo?