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– Claro que sí. No es fácil encontrar a un alquimista, a uno de verdad. En todas las ciudades a las que iba, buscaba a la gente oscura. Ya sabes, personas con inclinaciones extrañas. Y los hay en todas las ciudades, algunos abiertamente, otros clandestinos. -Menea la cabeza-. En Zurich encontré una tienda en un callejón estrecho, justo al lado de la avenida principal. Vendía artefactos raros, calaveras antiguas con inscripciones grabadas a cincel en el hueso, manuscritos encuadernados en piel humana y llenos de palabras que ya nadie entiende. Pensé que si alguien conocía el verdadero arte de la nigromancia, serían los dueños de aquella tienda, que habían dedicado sus vidas al conocimiento de la magia arcana. Pero solo habían oído rumores. Todo se quedó en nada.

»Fue en este siglo, hace unos cincuenta años, cuando por fin oí algo con ciertos visos de verdad. Ocurrió en Roma, durante una cena. Conocí a un profesor, un historiador. Su especialidad era el Renacimiento, pero su vocación personal era la alquimia. Cuando le pregunté si había oído hablar de alguna pócima que confiriera la inmortalidad, me explicó que un auténtico alquimista no necesita un elixir de inmortalidad, porque el verdadero propósito de la alquimia es transformar al hombre, llevarlo a un estado superior de existencia. Como la supuesta búsqueda de una fórmula para transformar los metales inferiores en oro; me dijo que era una alegoría, que lo que pretendían era transformar a un hombre inferior en un ser más puro. -Lanny baja la barbilla y empuja su taza unos centímetros; por delante del platillo se extiende una diminuta onda en el damasco blanco-. Estaba frustrada, como podrás imaginar. Pero después me dijo que había oído hablar de una pócima rara con un efecto similar al que yo describía. Se suponía que transformaba un objeto en… bueno, creo que la mejor palabra es la criatura de un alquimista. Consistía en dar vida a un objeto inanimado, como un gólem, para convertirlo en sirviente del alquimista. La pócima también podía reanimar a los muertos y hacerles volver a la vida.

»Ese profesor suponía que el espíritu que ocupaba la persona muerta o el objeto procedía del mundo de los demonios -dice Lanny, y parece sentir desprecio por sí misma-. Un demonio que tiene que cumplir la voluntad de alguien. Y no quise escuchar nada más… Desde entonces, no he vuelto a buscar explicaciones.

Permanecen sentados en silencio y miran el tráfico a doce pisos por debajo de ellos: coches que se mueven de manera ordenada por la cuadrícula que se ve desde su ventana. El sol de la mañana está empezando a abrirse paso entre las nubes, arrancando destellos de la cubertería y el cuenco plateado. Todo es blanco, plata y cristal, limpio, aséptico, y todo aquello de lo que han estado hablando -tinieblas y muerte- parece estar a un millón de kilómetros de distancia.

Luke coge un cigarrillo, lo hace rodar entre dos dedos y lo deja a un lado sin encenderlo.

– Así que dejasteis a Adair emparedado en la mansión. ¿Y nunca has vuelto a ver… si salió?

– Como es natural, me preocupaba que pudiera salir -contesta ella, asintiendo casi imperceptiblemente-. Pero la sensación, nuestra conexión, había desaparecido. No tenía ninguna pista que seguir. Volví una vez, dos… Tenía miedo de lo que podría encontrar… pero quería ver si la casa todavía seguía en pie. Allí estaba, en efecto. Durante mucho tiempo se utilizó como vivienda. Yo daba la vuelta a la manzana, intentando sentir la presencia de Adair. Pero nada. Después, una vez que volví, la habían transformado en una empresa funeraria, ¿te lo puedes creer? El barrio había decaído. Podía imaginarme las salas donde trabajaban con los cadáveres, en el sótano, a unos pasos de donde estaba sepultado Adair. La incertidumbre era insoportable… -Lanny apaga el cigarrillo consumido que tiene en la mano y de inmediato enciende otro-. Así que hice que mi abogado contactara con la funeraria, con una oferta para comprarla. Como te digo, el barrio iba de capa caída, y el precio que yo ofrecía superaba lo que los dueños podían aspirar a ver en toda su vida… Y aceptaron.

»En cuanto la desalojaron, yo entré, sola. Era difícil imaginar que aquella era la casa que había conocido, de tan cambiada que estaba. La parte del sótano situada bajo la escalera de delante se había reformado. Suelo de cemento, crematorio y calderas de agua caliente. Pero la zona de atrás se había dejado como estaba, y se había ido deteriorando. Allí no llegaba la electricidad. Todo estaba oscuro y húmedo.

»Fui al sitio en el que… en el que habíamos metido a Adair.

No se podía distinguir dónde terminaba la pared original y empezaba la parte que había cerrado Jonathan. Todo se había deteriorado por igual. Y no sentía nada al otro lado de la piedra. Ninguna presencia. No sabía qué pensar. Casi estuve tentada, casi, de hacer que echaran abajo la pared. Es como esa voz perversa que hay dentro de tu cabeza y te dice que saltes del balcón cuando te acercas demasiado al borde… -Sonríe sin ganas-. No lo hice, claro. A decir verdad, mandé que reforzaran la pared con hormigón. Tenía que ser cuidadosa, no quería que la pared resultara dañada durante las obras. Ahora está perfectamente sellada. Y duermo mucho mejor.

Pero no duerme bien. Luke lo ha comprobado en el poco tiempo que llevan juntos.

Tiene que sacarla del sitio en el que la ha metido, el sótano oscuro y húmedo con el hombre al que condenó. Luke extiende el brazo sobre la mesa y le coge la mano.

– Tu historia… todavía no ha terminado, ¿verdad? Tú y Jonathan os marchasteis juntos de casa de Adair… ¿Qué ocurrió después?

Durante un momento, Lanny parece hacer caso omiso de la pregunta, y mira fijamente la colilla de un cigarrillo que tiene en la mano.

– Estuvimos juntos unos cuantos años. Al principio, estábamos juntos porque era lo mejor que podíamos hacer. Podíamos cuidar uno del otro, guardarnos las espaldas, como quien dice. Fueron tiempos de aventura. Viajábamos sin parar porque era preciso, porque no sabíamos cómo sobrevivir. Aprendimos a crearnos nuevas identidades, a mantenernos en el anonimato… aunque era difícil que Jonathan no llamara la atención. La gente siempre se sentía atraída por su notable belleza. Pero después se fue haciendo cada vez más evidente que seguíamos juntos porque era lo que yo quería. Un matrimonio de conveniencia, solo que sin intimidad. Éramos como una pareja de viejos en un pacto sin amor, y yo había obligado a Jonathan a asumir el papel de marido mujeriego.

– No tenía por qué hacerlo.

– Lo llevaba en la sangre. Y las mujeres que se interesaban por él… Aquello no tenía fin. -Resopla lo más delicadamente que puede y echa ceniza en el plato que están utilizando como cenicero-. Los dos sufríamos. Llegó un momento en el que resultaba doloroso estar en presencia del otro. Nos habíamos hecho tanto daño, nos habíamos dicho cosas tan hirientes… Llegó un punto en el que a veces lo odiaba y deseaba que se marchase. Sabía que tendría que ser él quien se marchara, porque yo nunca tendría fuerzas para dejarlo.

»Y por fin, un día me desperté y encontré una nota en la almohada junto a mí. -Sonríe con ironía, como si estuviera acostumbrada a contemplar su dolor desde cierta distancia-. Escribió: "Perdóname. Es por nuestro bien. Prométeme que no vendrás a buscarme. Si cambio de parecer, yo te encontraré. Por favor, respeta mis deseos. Con mucho cariño, J.".

Lanny hace una pausa, aplastando el cigarrillo en el plato. Tiene una expresión seria, pero ligeramente divertida mientras mira por las altas ventanas.

– Por fin encontró el valor para hacerlo. Fue como si me hubiera leído el pensamiento. Claro que perderlo fue una agonía… Quería morirme, segura de que no lo volvería a ver. Pero logré salir adelante, ¿no? De todos modos, no tenía más remedio… Sin embargo, ayuda creer que puedes hacerlo.

Luke recuerda lo que se siente al estar agotado por la tensión, recuerda aquellos días en los que él y Tricia no podían soportar estar en la misma habitación. Cuando él se sentaba en la oscuridad y procuraba imaginar lo que sentiría si se separaran, la paz que experimentaría. No cabía duda de que sería ella la que se marchara -no se podía esperar que él se separara de sus hijas ni del hogar de su infancia-, pero cuando su familia se marchó y Luke se quedó solo en la granja, no fue como quedarse solo sin más. Fue como si todo se lo hubieran arrebatado por la fuerza, como si le hubieran amputado una parte de sí mismo.