– ¿No tienes nada mejor que hacer que venir a incordiarme? -preguntó ella mientras se daba la vuelta.
Al verlo, dejó de respirar, por no decir nada de pensar.
– Incordiarte es un placer inesperado, pero no he venido por eso. Mi abuela vuelve hoy a casa.
– Lo sé. Ya lo he preparado.
– Pensé que debía pasar a visitarla.
– Estoy segura de que si ella hubiera sabido que ibas a venir a visitarla cuatro horas antes de que fuera a salir de aquí, se alegraría tanto que su recuperación se pararía de golpe.
Pasó de largo junto a él e intentó pasar por alto que lo rozó con el brazo y lo abochornada que se sentía. Era lamentable.
– ¿No va a salir después de comer? -preguntó él mientras la seguía a la biblioteca.
– Desgraciadamente, no. Pero ha sido apasionante verle. Siento que no puedas quedarte.
Él se apoyó en el marco de la puerta. Lo hacía a menudo. Debía de saber lo mucho que le favorecía, se dijo Lori con rabia. Seguro que lo ensayaba en su casa.
Sabía que Reid era superficial y que sólo le interesaban las mujeres tan perfectas como él. Entonces, ¿por qué la atraía tanto? Ella era inteligente y debería estar prevenida. Efectivamente, su cabeza lo sabía, el problema estaba en el resto del cuerpo. Era un arquetipo, era la típica mujer inteligente de aspecto normal que perseguía lo inalcanzable. Seguro que en las librerías había estanterías enteras con libros de autoayuda dedicados a su situación.
– ¿No tienes que marcharte? -preguntó ella.
– Por el momento, pero volveré.
– Esperaré ansiosa.
– Seguro -él se quedó donde estaba.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella-. ¿Esperamos algo?
Él esbozó una sonrisa tan sexy que a ella se le paró el pulso por un instante.
– No lees el periódico, ¿verdad? -preguntó él.
– No. Por la mañana voy a correr y oigo música.
– Perfecto -él sonrió más todavía-. Hasta luego.
– Puedes esperar a que venga la enfermera del turno de tarde. ¿No te parece buena idea?
– Pero entonces no me verías y gruñirme te alegra el día. Adiós, Lori.
Reid desapareció.
– ¿Eres la enfermera que va a ocuparse de Gloria Buchanan en su casa? -preguntó una mujer cuando estaba en la sala de enfermeras-. Cómo te compadezco…
Lori estaba mucho más interesada en que su paciente volviera a su casa que en charlar con el personal de rehabilitación, pero sabía que era importante reunir toda la información posible. Cuanto más supiera, mejor podría planificarlo.
– ¿Está irascible por el dolor? -preguntó Lori-. Es muy normal. Su temperamento irá mejorando a medida que vaya curándose.
– No lo creo. Es más que irascible -replicó Vicki-. Se queja por todo. Detesta su habitación, la comida, el tratamiento, el personal, las sábanas, la temperatura, el tiempo. Todos nos alegramos de que se vaya -Vicki se inclinó hacia ella-. Si te ofrecen algún otro trabajo, acéptalo. Aunque te paguen menos. Créeme, hagas lo que hagas, nunca será suficiente.
Lori estaba acostumbrada a pacientes desesperados por su situación.
– Me apañaré.
– ¿La has conocido?
– No…
Lori tenía la costumbre de visitar a sus pacientes antes de llevarlos a casa. Preparar el camino y establecer una buena relación solía facilitar la transición. Sin embargo, las dos veces que había pasado por el servicio de rehabilitación para conocer a Gloria le habían dicho que la señora Buchanan no quería recibir visitas, ni con cita previa.
– Es tu entierro -Vicki sacudió la cabeza-. No has conocido a nadie como esa mujer. Pero tú sabrás… He hecho copias de su informe médico. El doctor ya ha firmado el alta. Él estaba tan contento de librarse de la señora Buchanan como todos los demás. El abogado de ella lo llamó dos veces y lo amenazó con retirarle el título de médico. Espero que le paguen mucho.
Efectivamente, por eso había aceptado el trabajo. Estaba ahorrando para tomarse algunos meses libres el año siguiente. Sin embargo, habría aceptado aunque no le hubieran pagado tanto; sólo para demostrar que todo el mundo se equivocaba con Gloria Buchanan.
Lori tomó la carpeta.
– ¿Está mejorando con la fisioterapia?
– A juzgar por los alaridos -Vicki suspiró-, sí, está mejorando. Ayer le hicimos una radiografía de la cadera y parece que está bien. El ataque al corazón fue leve y la obstrucción ha desaparecido. Con la nueva medicación debería vivir otros veinte años: que Dios se apiade de nosotros.
Lori no sabía casi nada de Gloria, en el terreno personal. Había investigado y se había enterado de que enviudó cuando era joven. Puso un restaurante y, en una época en que las mujeres o se quedaban en sus casas o eran maestras, levantó un imperio. Su hijo único murió a los treinta y pocos años y su nuera falleció en un accidente de coche unos años después. Pese al espantoso dolor, Gloria se hizo cargo de sus cuatro nietos y los crió mientras se ocupaba de cuatro restaurantes. Cualquiera que hubiera pasado por todo eso ganaba el derecho a ser un poco complicado.
– Iré a presentarme -comentó Lori-. La ambulancia ya ha llegado para llevarla a su casa. Recogeré toda la documentación cuando salgamos.
– Claro -Vicki asintió con la cabeza-. Estaré por aquí. Buena suerte.
Lori se despidió con la mano y fue hacia la habitación de Gloria. Pobrecilla. todo el mundo estaba empeñado en considerarla un fastidio. Sin embargo, según lo que había podido descubrir, nadie de su familia había querido saber nada de ella. Gloria estaba lastimada, sola y, seguramente, se sentiría decaída. La soledad no era recomendable en ninguna circunstancia.
Llamó a la puerta antes de entrar.
– Señora Buchanan -Lori sonrió a la mujer de pelo blanco que estaba tumbada en la cama-. Me llamo Lori Johnston. Seré su enfermera de día durante la convalecencia.
Gloria dejó el libro que estaba leyendo y la miró por encima de las gafas.
– Lo dudo. Reid iba a elegir las enfermeras que se ocuparían de mí. Estoy segura de que le parecerá cómico: a él sólo le gustan las mujeres guapas con pechos grandes. Desgraciadamente, tienen un cociente intelectual más pequeño que sus cinturas. Usted no es atractiva ni está bien dotada. Se ha equivocado de habitación.
Lori abrió la boca y volvió a cerrarla. Se quedó atónita ante el insulto, lo cual, seguramente, fue una ventaja.
– No pongo en duda los gustos de su nieto en cuanto a las mujeres. En realidad, encaja perfectamente con todo lo que sé de él. Es posible que no sea su ideal, pero, no obstante, sí me eligió para que la cuidara a usted. Al menos, durante el día. Tendrá otra enfermera de noche.
– No quiero trabajar con usted.
– ¿Por qué?
– Capto a la gente. No me gusta su aspecto. Márchese.
Ése era el tono en el que Lori podía desenvolverse mejor. Sonrió mientras se acercaba a la cama.
– Le expondré la situación. Tengo una ambulancia que está esperándola y hay dos tipos fornidos que van a llevarla a su casa. Allí hay una cama en el piso de abajo, además de una comida y la privacidad que nunca encontrará en un sitio como éste. ¿Por qué no espera a que lleguemos antes de despedirme?
– Está siguiéndome la corriente y no lo soporto.
– No me hace gracia que me insulten, pero voy a aguantarme. ¿Y usted?
Gloria entrecerró los ojos.
– No es una de esas personas que está siempre contenta, ¿verdad?
– No. Soy sarcástica y exigente.
– ¿Se ha acostado con mi nieto?
Lori se rió. Quizá lo hubiera echo en sueños, pero no en la vida real. Al fin y al cabo, ni era atractiva ni estaba bien dotada.
– No he tenido tiempo. ¿Es un requisito?