Lori agarró dos de los floreros y fue al despacho. Acababa de colocarlos cuando Gloria abrió los ojos.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó con una voz sorprendentemente firme.
– Colocando las flores que han mandado tus nietos. Son preciosas, ¿verdad?
– No. Detesto las flores y no veo ningún motivo para que mis nietos me manden nada. Son demasiado egoístas.
Lori estaba de acuerdo, pero siguió sonriendo con alegría.
– Me encanta cómo huelen. ¿No te gusta?
– Claro que no. Las flores cortadas se mueren enseguida y eso me deprime. Llévatelas.
– Lo siento, pero no.
Impasible ante las quejas de Gloria, fue por la jirafa y volvió con ella. Gloria levantó ligeramente la cama y miró con furia al animal de peluche.
– ¿Qué es eso? Es espantoso.
Lori abrazó a la deliciosa criatura.
– Está aquí para que sonrías. Me parece encantadora.
– Tienes el listón muy bajo.
– Creo que no -dejó la jirafa en un rincón-. Muy bien, ya está todo. Te traeré algo de comer. Estarás muriéndote de hambre…
– No tengo nada de hambre. Lárgate.
Lori obedeció, pero fue a la cocina. Metió el plato en el microondas y repasó la bandeja. Todo estaba en su sitio. El microondas dio la señal, ella recogió la comida humeante y la llevó al despacho.
Gloria podría decir que no tenía hambre, pero había levantado la cama para comer mejor. Una buena señal.
– Toma -dijo Lori mientras dejaba la bandeja en la mesa.
Gloria miró fijamente la bandeja y empujó la mesa. Como tenía ruedas, se alejó.
– Es repugnante. No voy a comérmelo. Llévatelo. No tengo hambre.
Lori se puso en jarras. La mayoría de sus pacientes insoportables, al menos habían empezado siendo amables. El miedo y la rabia solían tardar un par de días en aflorar. Tenía que admirar que Gloria empezara como pensaba seguir todo el tiempo.
– Estás demasiado delgada -le explicó sin alterarse-. Hay dos formas de solucionarlo. Puedes comer y recuperar un par de kilos o podemos enchufarte a un tubo para alimentarle. Tengo que avisarte que, según mi experiencia profesional, vas a preferir comer. El tubo es muy desagradable. No obstante, es una posibilidad. Al fin y al cabo, eres rica, ¿no? Sólo tendrás lo mejor.
– Entonces, ¿qué haces aquí?
Lori parpadeó. La capacidad de razonar de Gloria estaba intacta.
– Soy la mejor y muy cara. Deberías tenerlo en cuenta.
Gloria la miró de arriba abajo y olisqueó.
– Eres pobre y miserable. Puedo oler tu pobreza.
– ¿Lo dices por experiencia personal? Al fin y al cabo, saliste de la pobreza. Tu primer trabajo fue de doncella en un hotel, ¿no?
– No voy a hablar contigo de mi pasado -replicó Gloria con indignación.
– ¿Por qué? La verdad es que me interesa saber cómo pasaste de aquello a esto. Dirigías un imperio cuando la mayoría de las mujeres tenía miedo de soñar algo parecido. Eres una precursora y lo admiro.
– ¿Crees que me importa tu opinión? Lori lo pensó un segundo y sonrió.
– Sí. Hay poca gente que te admire, y ellos se lo pierden -Lori volvió a acercar la mesa con la bandeja-. Elegí la comida para los primeros días, pero el servicio de comidas ha dejado un menú. Puedes revisarlo y elegir la comida o, si lo prefieres, contratar a una cocinera.
Gloria no se inmutó, pero a Lori le pareció captar un destello de algo que no supo qué era.
– Te tomas muchas libertades con mi dinero -farfulló Gloria.
Lori se rió aunque sabía que su paciente no había intentado ser graciosa.
– Es uno de los privilegios de mi profesión. ¿Quieres que le corte el pollo?
Gloria la miró con los ojos entrecerrados.
– Sólo si quieres que le clave el tenedor.
– Tengo muchos reflejos. Tendrías que ser muy rápida.
– Podría estar motivada.
Por fin algo parecido al humor. Otra buena señal.
– Muy bien. Te dejaré comer en paz. ¿Quieres ver la television? -le dejo el mando a distancia en la cama-. Llámame si quieres algo.
A las cuatro y media de esa tarde, Lori se sentía como si estuvieran jugando al ratón y al gato. El progreso con Gloria había quedado como un recuerdo lejano cuando la anciana no dejó de quejarse de que la cama era demasiado dura, de que las almohadas eran demasiado blandas, de que las sábanas olían de una forma muy rara y de que la televisión tenía un zumbido.
– Traeré a un electricista lo antes posible.
Lori hizo todo lo posible por mantener la calma y no mirar el reloj. Había sido la tarde más larga de su vida y sólo había pasado media jornada con Gloria. No paraba de decirse que la anciana era infeliz por algún motivo y que todo iría a mejor.
Poco después de las cinco, fue a la cocina y se encontró con una mujer alta, guapa y con grandes pechos que estaba vaciando una bolsa. Su uniforme la identificaba como una enfermera y su físico le dijo claramente quién la había contratado.
– Hola -saludó la mujer con una sonrisa-. Me llamo Sandy Larson, la enfermera del crepúsculo. Normalmente, soy la enfermera de noche. «De servicio en la oscuridad». Vaya, parece al título de un libro o de una película porno -Sandy sonrió-. No sé en cuál de los dos preferiría estar. En un buen día…
Lori hizo un esfuerzo por saludar amablemente a pesar del nudo que tenía en el estómago. ¿Qué le pasaba? Reid había sido coherente con la elección de la otra enfermera. ¿A ella qué le importaba?
– Está cansada y un poco malhumorada, pero no es espantoso -le explicó Lori.
– Puedo manejarla -afirmó Sandy-. Si mi paciente me complica las cosas, empiezo a hablar de mi culebrón favorito. Normalmente, les aburro tanto que se quedan dormidos. Por eso me encanta el turno de noche -se inclinó hacia Lori-. Aunque hay que amar este trabajo. Te pagan doce horas por un turno de ocho.
– Fantástico. Iré a despedirme de Gloria.
– Claro. Hasta mañana.
Lori asintió con la cabeza y volvió al despacho.
– Me marcho -le dijo a Gloria-. Volveré por la mañana.
Gloria dejó de mirar la revista que estaba leyendo y la miró por encima de las gafas.
– No sé por qué crees que me importa que vengas o te vayas. Me da exactamente igual.
– Yo también lo he pasado bien, Gloria -Lori sonrió-. Ha sido un día estupendo.
Reid aparcó el deportivo detrás del Downtown Sports Bar y se bajó. Se quedó un minuto mirando la puerta y se dijo a sí mismo que no iba a ser tan espantoso. Llevaba trabajando en el bar familiar desde que se rompió el brazo y tuvo que retirarse del béisbol. «Trabajar» era una forma de llamar a lo que hacía. En teoría, era el director general. En la práctica, entraba y salía cuando quería, a veces trabajaba detrás de la barra, contaba historias de su carrera como jugador de béisbol y contrataba al personal femenino. Siempre había pensado que ese bar dedicado al deporte era su refugio; un sitio donde recalar cuando era conocido y admirado. Ese día se le caía la cara de vergüenza. Todo el mundo que había dentro lo conocía y apostaría su abultada cuenta bancaria a que todos habían leído el periódico de la mañana.
– A mí qué me importa -farfulló mientras abría la puerta trasera con su llave.
Con la intención de pasar el trago lo antes posible, dejó a un lado la seguridad relativa de su despacho y entró en el bar. Se hizo el silencio y todos los ojos se clavaron en él. Reid siguió adelante.
– Hola… -lo saludó una de las camareras con una mueca que parecía una sonrisa-. Me alegro de verte.
Él asintió con la cabeza y siguió su camino entre el gentío.
– ¡Reid! -gritó un tipo-. ¿Qué se siente al salir en los papeles?
Reid no hizo caso, echó una ojeada y vio dos caras conocidas en un rincón. Fue directamente hacia ellos.
– Reid -Maddie, una de las camareras, lo agarró del brazo-. Es una asquerosa. La noche que pasamos juntos fue maravillosa. ¿Quieres que firme una carta o algo así?