—¿Cómo explica lo de su sangre en la bodega de carga?
—La bodega de carga está en el lado externo de los puntos de control de acceso a la estación. Mi opinión es que quien creó ese escenario vino de una de las naves atracadas en ese sector y regresó a ella.
Miles advirtió la elección de palabras de Beclass="underline" quien creó ese escenario, no quien asesinó a Solian. Naturalmente, Bel estuvo presente en cierta espectacular criopreparación de emergencia…
—Todas esas naves eran de su flota —intervino Venn, irritado—. En otras palabras, trajeron ustedes sus propios problemas consigo. ¡Aquí somos pacíficos!
Miles miró a Bel con el ceño fruncido y, mentalmente, cambió su plan de ataque.
—¿Está muy lejos de aquí la bodega de carga en cuestión?
—Está al otro lado de la Estación —dijo Watts.
—Creo que me gustaría verla, y sus zonas asociadas, antes de entrevistar al alférez Corbeau y a los otros barrayareses. ¿Quizás el práctico Thorne sería tan amable de guiarme por esa instalación?
Bel miró al jefe Watts y obtuvo un gesto de aprobación.
—Me sentiré encantado de hacerlo, lord Vorkosigan —dijo.
—¿Ahora mismo, si es posible? Podríamos utilizar mi nave.
—Eso sería muy eficaz, sí —respondió Bel, los ojos brillando de inteligencia—. Podría acompañarlo.
—Gracias. Eso sería muy satisfactorio. «Buena jugada.»
Ansioso como estaba Miles por largarse y exprimir a Bel en privado, tuvo que sonreír mientras pasaba por más formalidades, incluyendo la presentación oficial de la lista de cargos, costes, fianzas y multas que la fuerza de choque de Vorpatril se había ganado.
Tomó el disco de datos que el jefe Watts le envió delicadamente por el aire y dijo:
—Adviertan, por favor, que no acepto estos cargos. Sin embargo, me los llevaré para revisarlos al completo en cuanto me sea posible.
Unos rostros serios recibieron este pronunciamiento. El lenguaje corporal de los cuadrúmanos era una asignatura en sí misma. Hablar con las manos estaba aquí cuajado de posibilidades. Las manos de Greenlaw eran muy controladas, tanto las superiores como las inferiores. Venn cerraba mucho los puños inferiores, pero claro, había ayudado a rescatar a sus camaradas quemados después del incendio.
La conferencia llegó a su fin sin que se llegara a nada parecido a un acuerdo, cosa que Miles consideró una pequeña victoria para su bando. Se marchó sin comprometerse ni comprometer a Gregor, de momento. No veía todavía la manera de desenmarañar aquel desagradable lío a su favor. Necesitaba más datos, mensajes subliminales, a alguien, algún punto de apoyo que no había divisado todavía. «Tengo que hablar con Bel.»
El cumplimiento de ese deseo, al menos, parecía garantizado. Tras la orden de Greenlaw, la reunión se disolvió, y la guardia de honor escoltó a los barrayareses por los pasillos hasta la bodega donde esperaba la Kestrel.
4
Ante la compuerta de la Kestrel, el jefe Watts llevó aparte a Bel para conversar con él en voz baja mientras agitaba ansiosamente las manos. Bel sacudió la cabeza, hizo gestos tranquilizadores y, finalmente, se dio la vuelta para seguir a Miles, Ekaterin y Roic por el flexotubo hasta la diminuta y ahora abarrotada escotilla de la Kestrel. Roic tropezó y pareció un poco aturdido hasta readaptarse al campo gravitatorio y recuperar el equilibrio. Frunció el ceño, receloso del hermafrodita betano con el uniforme cuadri. Ekaterin le dirigió una subrepticia mirada de curiosidad.
—¿De qué demonios iba todo eso? —le preguntó Miles a Bel mientras la compuerta se cerraba.
—Watts quería que me llevara a un guardaespaldas o dos. Para protegerme de los brutales barrayareses. Le dije que no habría espacio a bordo y que, además, era diplomático, no soldado. —Bel, la cabeza ladeada, le dirigió una mirada indescifrable—. ¿Es así?
—Ahora lo es. Hum… —Miles se volvió hacia el teniente Smolyani, que manejaba los controles de la escotilla—. Teniente, vamos a llevar a la Kestrel al otro lado de la Estación Graf, a otra bodega de atraque. Su control de tráfico lo dirigirá. Vaya lo más despacio que pueda sin parecer sospechoso. Haga dos o tres intentos para alinearse con las tenazas de atraque, o algo parecido.
—¡Milord! —dijo Smolyani, indignado. Los pilotos de los correos rápidos de SegImp hacían una religión de sus rápidas y precisas maniobras y de sus suaves y perfectos acoplamientos—. ¿Delante de esta gente?
—Bueno, haga lo que quiera, pero consígame algo de tiempo. Tengo que hablar con este herm. Vamos, vamos. —Indicó a Smolyani que se pusiera en marcha, tomó aire, y añadió para Roic y Ekaterin—. Nos quedaremos en el cuarto de oficiales. Disculpadnos, por favor.
Con eso, les indicó que esperaran en sus camarotes. Apretó la mano de Ekaterin en un breve gesto de disculpa. No se atrevió a decir más hasta que hubiera exprimido a Bel en privado. Había aspectos de seguridad, aspectos políticos, aspectos personales…, ¿cuántos aspectos podían danzar en la cabeza de un alfiler?, y mientras la primera emoción de ver aquel rostro familiar vivo se difuminaba, el acuciante recuerdo de que, la última vez que se vieron, el propósito fue privar a Bel del mando y retirarlo de la flota de mercenarios por su desafortunado papel en la sangrienta debacle de Jackson's Whole. Quería confiar en Bel. ¿Se atrevería a hacerlo?
Roic estaba demasiado bien entrenado para preguntar en voz alta: «¿Está seguro de que no quiere que me quede con usted, milord?» Pero por la expresión de su rostro, hacía todo lo posible por enviar el mensaje telepáticamente.
—Lo explicaré todo más tarde —le prometió Miles a Roic en voz baja, y lo envió a su camarote con lo que esperaba fuese un ligero saludo tranquilizador.
Condujo a Bel hasta la diminuta cámara que hacía las veces de sala de reuniones, comedor y sala de oficiales de la Kestrel, cerró sus puertas y activó el cono de seguridad. Un leve zumbido procedente del proyector del techo y un titilar en el aire que rodeaba la mesa circular para cenas y vids le aseguró que funcionaba. Se volvió para ver que Bel lo observaba, la cabeza un poco ladeada, los ojos interrogantes, los labios torcidos. Vaciló un momento. Entonces, simultáneamente, los dos soltaron una carcajada. Se dieron un abrazo; Bel le dio golpecitos en la espalda, diciendo con voz tensa:
—Maldición, maldición, maldición, pequeño maníaco mestizo…
Miles dio un paso atrás, sin aliento.
—Bel, por Dios. Tienes buen aspecto.
—Más viejo, ¿no?
—Eso también. Pero no creo que yo sea el más indicado para hablar.
—Tienes un aspecto magnífico. Sano. Sólido. Diría que una mujer te ha estado alimentando bien. O haciendo algo bien, al menos.
—¿No estoy gordo? —dijo Miles ansiosamente.
—No, no. Pero la última vez que te vi, justo después de que te descongelaran, parecías un cráneo en un palo. Nos tenías a todos preocupados.
Bel recordaba aquella última reunión con la misma claridad que él, evidentemente. Más, tal vez.
—Me tenías preocupado también. ¿Te… te ha ido bien? ¿Cómo demonios acabaste aquí?
¿Era una pregunta lo suficientemente delicada?
Bel alzó un poquito las cejas, leyendo quién sabía qué expresión en el rostro de Miles.
—Supongo que anduve un poco desorientado al principio, después de separarme de los Mercenarios Dendarii. Entre Oser y tú como comandantes, había servido casi veinticinco años.
—Lo lamenté muchísimo.
—Seguro que ni la mitad que yo, pero fuiste tú quien se murió. —Bel apartó la mirada un instante—. Entre otros. Ninguno de los dos tenía otra elección, en ese momento. No podría haber continuado. Y, a la larga, fue buena cosa. Me había oxidado sin darme cuenta, creo. Necesitaba algo que me sacudiera. Estaba preparado para un cambio. Bueno, preparado no, pero…