Bel vaciló.
—¿Tienen que saber que soy de SegImp? ¿Aquí?
—Deberían saberlo, por si hay una emergencia.
—Me gustaría bastante que los cuadris no supieran que he estado vendiendo información a los planetarios, ¿sabes? Tal vez resulte más seguro que tú y yo seamos simples conocidos.
Miles se le quedó mirando.
—Pero Bel, ella sabe perfectamente bien quién eres. O quién eras, al menos.
—¿Qué, le has estado contando a tu esposa batallitas de operaciones encubiertas? —Claramente desconcertado, Bel frunció el ceño—. Una de esas reglas que siempre se aplican a los demás, ¿no?
—Se ganó el derecho a estar informada, no se le dio sin más —dijo Miles, un poco envarado—. ¡Pero Bel, te enviamos una invitación de boda! O… ¿la recibiste? SegImp me notificó que fue entregada…
—Oh —dijo Bel, confundido—. Eso. Sí. La recibí.
—¿Llegó demasiado tarde? Incluía un billete de viaje… Si alguien se lo quedó, lo mandaré despellejar…
—No, el billete llegó también. Hace como año y medio, ¿verdad? Podría haber ido, si me hubiera esforzado un poquito. Llegó en un momento embarazoso para mí. Una especie de momento bajo. Acababa de dejar Beta por última vez y estaba en mitad de un trabajito para SegImp. Buscar un sustituto habría sido difícil. Era un esfuerzo en una época en que más esfuerzos… Pero te deseé lo mejor, con la esperanza de que por fin fueras feliz —sonrió sin alegría—. Otra vez.
—Encontrar a la lady Vorkosigan adecuada… fue la suerte más grande y más rara que nunca tuve —suspiró Miles—. Elli Quinn tampoco vino a la boda. Aunque envió un regalo y una carta. —Ambos inexplicablemente tarde.
—Hum —dijo Bel, con una leve sonrisa. Y añadió, con un poco de picardía—: ¿Y la sargento Taura?
—Ella sí que asistió. —Miles sonrió a su pesar—. Espectacularmente. Tuve un golpe de genialidad y puse a mi tía Alys a cargo de vestirla de civil. Las mantuvo a las dos felizmente ocupadas. Todo el viejo contingente Dendarii te echó de menos. Elena y Baz estuvieron allí, con su nuevo bebé, ¿te lo imaginas? También vino Arde Mayhew. Así que el principio de toda la aventura estuvo muy bien representado. Fue buena cosa que la boda no fuera multitudinaria. Ciento veinte invitados son pocos, ¿no? Era la segunda boda de Ekaterin, ¿sabes?… Ella era viuda.
Y estaba tremendamente nerviosa. Su estado, la noche antes de la boda, recordó a Miles la tensión nerviosa previa al combate que había visto en los soldados que se enfrentaban no a su primera, sino a su segunda batalla. La noche después de la boda… Bueno, eso fue mucho mejor, gracias a Dios.
El anhelo y el pesar habían ensombrecido el rostro de Bel durante esta descripción de viejos amigos alzando una copa por nuevos comienzos. Luego la expresión del herm se endureció.
—¿Baz Jesek, de vuelta en Barrayar? —dijo—. Alguien debió de resolver sus problemillas con las autoridades militares barrayaresas, ¿no?
Y si Alguien podía resolver los problemas de Baz con SegImp, tal vez ese mismo Alguien podría resolver los de Bel. Bel ni siquiera tuvo que decirlo en voz alta.
—Los viejos cargos por deserción resultaban una tapadera demasiado buena cuando Baz estaba activo en operaciones especiales para retirarlos, pero la necesidad de tapadera había quedado obsoleta —dijo Miles—. Baz y Elena están los dos fuera de los Dendarii también. ¿No te has enterado? Todos vamos a ser historia.
«Todos los que salimos con vida, al menos.»
—Sí —suspiró Bel—. Hay una cierta cordura en dejar atrás el pasado y seguir adelante. —El herm alzó la cabeza—. Si el pasado te deja, claro. Así que no compliquemos esto con tu gente, ¿quieres?
—Muy bien —accedió Miles, reacio—. Por ahora, mencionaremos el pasado, pero no el presente. No te preocupes: ellos serán, ah, discretos.
Desactivó el cono de seguridad situado sobre la pequeña mesa de conferencias y abrió las puertas. Tras llevarse la muñeca a los labios, murmuró:
—Ekaterin, Roic, podéis entrar en la sala de oficiales, por favor.
Cuando los dos llegaron, Ekaterin sonriendo expectante, Miles dijo:
—Hemos tenido buena suerte. Aunque el práctico Thorne trabaja ahora para los cuadrúmanos, es un viejo amigo mío de una organización en la que trabajé en mis días de SegImp. Podéis confiar en lo que Bel tenga que decir.
Ekaterin le tendió la mano.
—Me alegro de conocerlo por fin, capitán Thorne. Mi marido y sus viejos amigos me han hablado muy bien de usted. Creo que le echaron mucho de menos.
Con aspecto decididamente desconcertado, pero aceptando el saludo, Bel le estrechó la mano.
—Gracias, lady Vorkosigan. Pero no uso ese viejo rango de capitán aquí. Práctico Thorne, o llámeme sólo Bel.
Ekaterin asintió.
—Y, por favor, llámame Ekaterin. Oh… en privado, supongo —miró a Miles, interrogándolo en silencio.
—Muy bien —dijo Miles. Su gesto incluyó a Roic, que observaba atentamente—. Bel me conoció bajo otra identidad. Por lo que se refiere a la Estación Graf, acabamos de conocernos. Pero nos caemos estupendamente, y el talento de Bel para tratar con planetarios difíciles tiene su compensación.
Roic asintió.
—Comprendido, milord.
Miles los condujo hasta la bodega de atraque, donde el jefe de máquinas de la Kestrel esperaba para llevarlos de vuelta a la Estación Graf. Advirtió que otro motivo más para que el nivel de acceso de seguridad de Ekaterin fuera tan alto como el suyo era que, según los informes históricos de varias personas y su propio testimonio, él hablaba en sueños. Hasta que Bel se tranquilizara con respecto a la situación, decidió que probablemente lo mejor era no mencionar este detalle.
Dos cuadris de seguridad de la Estación les esperaban en la bodega de carga. Como aquélla era la sección de la Estación Graf que contaba con campos gravitatorios generados artificialmente para la comodidad y la salud de sus visitantes y de los residentes planetarios, la pareja ocupaba asientos personales flotantes con el escudo de Seguridad de la Estación en los costados. Los flotadores eran gruesos cilindros, de diámetro apenas mayor que la anchura de los hombros de un hombre, lo que causaba el efecto de que las personas cabalgaran en bañeras levitatorias o, tal vez, en el mortero volador mágico de la Baba Yaga del folklore barrayarés.
Bel hizo un gesto al sargento cuadrúmano y murmuró un saludo mientras desembocaban en la resonante caverna de la bodega de atraque. El sargento devolvió el saludo, evidentemente tranquilizado, y dedicó toda su atención a los peligrosos barrayareses. Como los peligrosos barrayareses miraban tan boquiabiertos como cualquier otro turista Miles esperó que el tipo se mostrara pronto menos receloso.
—Esta compuerta de personal de aquí —Bel señaló el lugar por el que acababan de entrar— fue la que abrió la persona no autorizada. El reguero de sangre acababa aquí, en un charco. Empezaba —Bel cruzó la bodega hacia la pared de la derecha— a unos metros de distancia, no lejos de la puerta de la siguiente bodega. Ahí es donde se encontró el charco de sangre más grande.
Miles caminó detrás de Bel, estudiando la cubierta. La habían limpiado, puesto que habían pasado varios días desde el accidente.
—¿Lo vio usted mismo, práctico Thorne?
—Sí, aproximadamente una hora después de que la encontraran. La multitud se había congregado ya, pero Seguridad se portó muy bien y consiguió mantener la zona sin contaminar.
Miles hizo que Bel le mostrara toda la bodega, detallando todas las salidas. Era un lugar estándar, utilitario, sin decoración, práctico: unos cuantos aparatos de carga permanecían silenciosos en el extremo opuesto, cerca de una cabina de control hermética y oscura. Miles pidió a Bel que la abriera y le permitiera echar un vistazo a su interior. Ekaterin también deambuló por la bodega, visiblemente satisfecha de poder estirar las piernas después de varios días encogida en la Kestrel. Su expresión, mientras observaba el espacio frío y resonante, era pensativamente nostálgica, y Miles sonrió orgulloso.