Mientras la exquisita comida iba apareciendo fluidamente, presentada por el bien entrenado y silencioso personal del lugar, la charla fue tratando de música, jardinería y de las técnicas de bioreciclado de la estación, que llevaron a una discusión sobre la dinámica de la población cuadri y los métodos técnicos, económicos y políticos para poblar el creciente anillo que rodeaba el cinturón de asteroides. Sólo las viejas historias de guerra, por tácito y mutuo acuerdo, no asomaron a la conversación.
Cuando Bel acompañó a Ekaterin al lavabo entre el último plato y el postre, Nicol esperó a que no la oyera y luego se inclinó hacia delante y le murmuró a Miles:
—Me alegro por ti, almirante Naismith.
Él se llevó brevemente un dedo a los labios.
—Alégrate por Miles Vorkosigan. Desde luego, yo me alegro —vaciló, y entonces preguntó—: ¿Debería alegrarme también por Bel?
La sonrisa de Nicol se arrugó un poquito.
—Sólo Bel lo sabe. He dejado de viajar por el Nexo. He encontrado mi hogar, por fin. Bel parece feliz aquí también, la mayor parte del tiempo, pero… bueno, Bel es planetario. Dicen que tiene «pies nerviosos». Bel habla de comprometerse con la Unión, pero… por un motivo u otro, nunca presenta la solicitud.
—Estoy seguro de que Bel está interesado en hacerlo.
Ella se encogió de hombros y apuró su bebida de limón; en previsión de su actuación posterior, no había probado el vino.
—Tal vez el secreto de la felicidad es vivir el hoy y nunca mirar adelante. O tal vez es sólo un hábito que Bel adquirió en su antigua vida. Todo ese riesgo, todo ese peligro… Hace falta fuerza para continuar. No estoy segura de que Bel pueda cambiar su naturaleza, ni cuánto le lastimaría intentarlo. Tal vez demasiado.
—Mm —dijo Miles. «No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas», había dicho Bel. Al parecer, ni siquiera Nicol era consciente de la segunda fuente de ingresos (y peligros) de Bel—. Me parece que Bel podría haber encontrado trabajo como práctico en bastantes sitios. En cambio, vino hasta muy lejos para encontrar éste.
La sonrisa de Nicol se suavizó.
—Así es. ¿Sabes que cuando Bel llegó a la Estación Graf todavía tenía en la cartera ese dólar betano con que os pagué en Jackson's Whole?
Miles consiguió tragarse la pregunta lógica, «¿Estás segura de que era el mismo?», antes de que escapara por su boca y metiera la pata. Un dólar betano era exactamente igual a cualquier otro. Si Bel había dicho que era el mismo cuando volvió a encontrar a Nicol, ¿quién era él para sugerir lo contrario? Un metepatas, seguro.
Después de la cena, Bel y Nicol los guiaron por el sistema de coches-burbuja, cuyas arterias de tránsito habían sido reestructuradas recientemente en el laberinto tridimensional en el que había llegado a convertirse la Estación Graf. Nicol dejó su flotador en un depósito común en el andén de pasajeros. Su coche tardó unos diez minutos en abrirse paso por el entramado de tubos hasta llegar a su destino; el estómago de Miles dio un vuelco cuando entraron en la zona de caída libre, y se apresuró a sacar del bolsillo las píldoras contra el mareo, meterse una en la boca y ofrecérselas discretamente a Ekaterin y Roic.
La entrada al auditorio Memorial Madame Minchenko no era ni grande ni impresionante, pues se trataba sólo de una de las varias puertas estancas accesibles desde distintos niveles de la Estación. Nicol besó a Bel y se marchó. Ninguna multitud abarrotaba todavía los pasillos cilíndricos, pues habían llegado temprano para dar tiempo a Nicol de llegar a los camerinos y cambiarse. Miles, por tanto, no estaba preparado para la vasta sala a la que entraron flotando.
Era una esfera enorme. Casi una tercera parte de su superficie interior era una pared-ventana redonda y transparente, el universo mismo convertido en telón de fondo, repleto de brillantes estrellas en esa parte oscura de la Estación. Ekaterin le agarró bruscamente la mano y Roic emitió un ruidito ahogado. Miles tuvo la sensación de que había entrado en un colmena gigantesca, pues el resto de la pared estaba cubierta de celdas hexagonales, como un panal plateado lleno de joyas multicolores. Mientras flotaban hacia el centro, las celdas se convirtieron en palcos de terciopelo para el público de diversos tamaños: desde cómodos nichos para un solo espectador a unidades lo suficientemente espaciosas para grupos de diez, si los diez eran cuadris y no tenían que usar molestas piernas. Otros sectores, intercalados, parecían ser paneles oscuros y planos de diversas formas, o contener otras salidas. Miles trató al principio de encontrar un arriba y un abajo en el espacio, pero cuando parpadeó, la cámara pareció rotar alrededor del ventanal, y entonces ya no estuvo seguro de si estaba mirando arriba, abajo o de lado con respecto a ella. Abajo era una construcción mental particularmente preocupante, ya que producía la mareante impresión de caer a un vasto pozo de estrellas.
Un acomodador cuadri con un cinturón aéreo los condujo, después de que hubieran babeado hasta hartarse, hasta su hexágono asignado. Estaba recubierto de un acolchado suave que amortiguaba el ruido y tenía asideros convenientes; incluía además sus propias luces, las joyas de colores vistas desde lejos.
Una forma oscura y un destello de movimiento en el palco, de generosas proporciones, se convirtieron, cuando se aproximaron, en una mujer cuadri. Era esbelta y de largos miembros, con bonito pelo rubio ceniza corto de no más de un dedo y que se agitaba en aureola alrededor de su cabeza. A Miles le recordó las sirenas de leyenda. Pómulos para inspirar a los hombres a batirse en duelo, o quizás a escribir mala poesía, o ahogarse en alcohol. O peor, desertar de su brigada. Iba vestida de ajustado terciopelo negro con un lacito blanco en la garganta. La pernera del codo inferior derecho de sus pantalones de terciopelo negro… manga, decidió Miles, no pernera, había quedado sin abrochar para dejar espacio a un inmovilizador médico de un tipo dolorosamente familiar para Miles, dados los frágiles huesos de su infancia. Era la única cosa extraña y carente de gracia en ella, un burdo insulto al resto del conjunto.
No podía ser otra que Garnet Cinco, pero Miles esperó a que Bel los presentara adecuadamente, cosa que hizo al punto. Todos se estrecharon las manos; a Miles su apretón le pareció firme y atlético.
—Gracias por conseguir estos… —asientos no era adecuado—. Este espacio para nosotros con tan poco tiempo —dijo Miles, soltando su esbelta mano superior—. Tengo entendido que vamos a tener el privilegio de ver un trabajo muy hermoso.
Miles ya había comprendido que «trabajo» era una palabra con resonancias añadidas en el Cuadrispacio, igual que «honor» en Barrayar.
—Un placer, lord Vorkosigan.
Su voz era melodiosa; su expresión parecía fría, casi irónica, pero una ansiedad subyacente brillaba en sus ojos verde hoja.
Miles abrió la mano para indicar su brazo inferior derecho roto.
—Le presento mis disculpas por la deplorable conducta de algunos de nuestros hombres. Serán castigados por ello, cuando los recuperemos. Por favor, no juzgue a todos los barrayareses por nuestros peores ejemplos. —«Bueno, no puede hacerlo; no enviamos en nuestras naves a los peores, Gregor sea alabado.»
Ella sonrió brevemente.
—No lo hago, pues también he conocido al mejor. —La ansiedad de sus ojos se marcó en su voz—. Dmitri… ¿qué le va a pasar?