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—Tengo un Leo Noventa y nueve en las cuadrillas de mis muelles —dijo Bel—. Es el número más alto que me he encontrado hasta ahora. Pero parece que se prefieren los números más bajos, o ninguno.

—Nunca he conocido a ninguna de las otras Garnets —dijo Garnet Cinco—. Había unas ocho más en alguna parte de la Unión la última vez que lo busqué.

—Apuesto a que habrá más —dijo Bel—. Y será culpa tuya.

Garnet Cinco se echó a reír.

—¡Ojalá!

La segunda mitad del espectáculo fue tan impresionante como la primera. Durante uno de los interludios musicales, Nicol tocó una pieza exquisita con su arpa. Hubo dos grupos de danza más, uno abstracto y matemático, el otro narrativo, al parecer basado en un trágico desastre de presurización sufrido por una generación anterior. El final puso a todo el mundo en el centro para un último, vigoroso y deslumbrante giro, con tambores, castañuelas y orquesta combinando un apoyo musical que sólo podía ser descrito como colosal.

A Miles le pareció que la actuación terminaba demasiado pronto, aunque su crono le dijo que habían pasado cuatro horas en aquel sueño. Dio una agradecida pero poco comprometedora despedida a Garnet Cinco. Mientras Bel y Nicol escoltaban a los tres barrayareses de vuelta a la Kestrel en un coche burbuja, Miles reflexionó sobre cómo las culturas se contaban su historia, y sobre cómo se definían. Por encima de todo, el ballet celebraba el cuerpo cuadri. Sin duda ningún planetario podía marcharse del ballet cuadri imaginando todavía al pueblo de cuatro brazos como mutado, lisiado o en desventaja, o inferior. Como Corbeau había demostrado, incluso se podía salir de allí tras haberse enamorado en caída libre.

No todas las deformaciones son visibles. Todo aquel despliegue de atletismo le recordó que debía comprobar sus niveles químicos cerebrales antes de acostarse, para ver cuándo era probable que le sobreviniera el próximo ataque.

7

Miles se despertó de un profundo sueño cuando llamaron a la puerta de su camarote.

—¿Milord? —dijo en susurros la voz de Roic—. El almirante Vorpatril quiere hablar con usted. Está en la comconsola segura de la sala de oficiales.

La inspiración que su cerebelo pudiera haber transmitido a su conciencia en el adormilado interludio entre el sueño y la vigilia escapó sin remisión. Miles gruñó, y se levantó del camastro. Ekaterin le tendió una mano desde la cama superior y se asomó a mirarlo.

—Sigue durmiendo, amor —susurró Miles, acariciándole la mano. Ella rezongó agradablemente y se dio la vuelta.

Miles se pasó las manos por el pelo, recogió su chaqueta gris, se la puso sobre la ropa interior y salió descalzo al pasillo. Mientras la puerta se cerraba tras él, comprobó su crono. Como en el Cuadrispacio no existían las molestas rotaciones planetarias, regía una sola zona horaria en todo el espacio local, a la que Miles y Ekaterin se habían, supuestamente, acostumbrado durante el viaje. Muy bien, así que no era medianoche, sino por la mañana temprano.

Miles se sentó ante la mesa, se alisó la chaqueta y se ajustó el cuello y tocó el control de su asiento. El rostro y el torso del almirante Vorpatril aparecieron sobre la placa vid. Completamente despierto, vestido y afeitado, sostenía una taza de té en la mano derecha, el puñetero bastardo.

Vorpatril sacudió la cabeza, los labios tensos.

—¿Cómo demonios lo sabía? —preguntó.

Miles entornó los ojos.

—¿Cómo dice?

—Acabo de recibir el informe de mi médico jefe sobre la muestra de sangre de Solian. Fue fabricada, probablemente, veinticuatro horas antes de que la derramaran por la cubierta.

—Oh. —«Rayos y centellas»—. Es… una lástima.

—Pero ¿qué significa? ¿Sigue Solian vivo en alguna parte? Habría jurado que era un desertor, pero tal vez Brun tuviera razón.

Como un reloj parado, incluso los idiotas podían acertar a veces.

—Tendré que reflexionar sobre esto. No demuestra que Solian esté vivo o muerto. Ni siquiera demuestra, necesariamente, que no lo mataran allí, aunque no le cortaran la garganta.

Roic, Dios lo bendijera y cuidara por siempre, colocó una taza de humeante café junto al codo de Miles y se retiró a su puesto junto a la puerta. Miles se aclaró la garganta, si no la mente, con el primer sorbo, y dio un segundo sorbo para poder pensar un instante.

Vorpatril llevaba ventaja, tanto con el café como con los cálculos.

—¿Deberíamos informar de esto al jefe Venn? ¿O… no?

Miles hizo un ruido gutural de duda. Su única ventaja diplomática, el único punto en el que apoyarse, como si dijéramos, había sido la posibilidad de que Solian hubiera sido asesinado por un cuadri desconocido. Parecía que todo se complicaba todavía más.

—La sangre tuvo que ser fabricada en alguna parte. Si se tiene el equipo adecuado, es fácil, y si no, es imposible. Encuentre ese equipo en la Estación, o a bordo de las naves atracadas, y tendrá el lugar. El lugar más el momento debería conducirnos a la gente. Proceso de eliminación. Es el tipo de trabajo de calle que… —Miles vaciló, pero continuó—, que la policía local está mejor capacitada que nosotros para realizar. Si es de fiar.

—¿Fiarnos de los cuadris? ¡Difícilmente!

—¿Qué motivo tienen para mentirnos o confundirnos? —«¿Cuál, de hecho?»—. Tengo que actuar por medio de Greenlaw y Venn. No tengo ninguna autoridad en la Estación Graf por propio derecho.

Bueno, quedaba Bel, pero tenía que usar a Bel con cuidado o se arriesgaría a cargarse la tapadera del herm.

Quería la verdad. A su pesar, reconoció que también preferiría tener el monopolio de ella, al menos hasta disponer de tiempo para decidir cómo servir mejor a los intereses de Barrayar. «Pero si la verdad no nos sirve a nosotros, qué dice entonces de lo que somos, ¿eh?» Se frotó la barbilla sin afeitar. Luego añadió:

—Esto demuestra que lo que sucedió en esa bodega de carga, ya fuera asesinato o tapadera, no fue algo casual sino cuidadosamente planificado. Me encargaré de hablar con Greenlaw y Venn al respecto. Hablar con los cuadris es mi trabajo, en cualquier caso. —«Por mis pecados, presumiblemente. ¿A qué dios he fastidiado esta vez?»—. Gracias, almirante, y dele de mi parte las gracias al médico de su flota por un buen trabajo.

Vorpatril asintió, complacido por este reconocimiento, y Miles cortó la comunicación.

—¡Maldición! —se quejó en un murmullo, contemplando el espacio en blanco con el ceño fruncido—. ¿Por qué nadie obtuvo esa información en la primera exploración? No es mi trabajo ser un maldito patólogo forense.

—Eso espero —dijo el soldado Roic, y se calló—. Hum… ¿Era una pregunta, milord?

Miles se volvió en la silla.

—Una pregunta retórica, pero ¿tienes una respuesta?

—Bueno, milord —dijo Roic, obediente—. Es por el tamaño de las cosas de aquí. La Estación Graf es un hábitat espacial bastante grande. En realidad, sin embargo, en Barrayar sería ciudad pequeña. Y todos esos tipos espaciales tienden a ser fieles cumplidores de la ley. Con todas esas reglas de seguridad… No creo que haya muchos asesinatos por aquí.

—¿Cuántos solía haber en Hassadar?

La Estación Graf alardeaba de tener unos cincuenta mil residentes: la población de la capital del Distrito Vorkosigan se aproximaba al medio millón.

—Tal vez uno o dos al mes, de media. No venían seguidos. A veces había unos cuantos, luego un periodo de calma. Más en verano que en invierno, excepto en Feria de Invierno. Entonces había un montón de asesinatos múltiples. La mayoría no eran ningún misterio, por supuesto. Pero ni siquiera en Hassadar los había tan raros como para interesar a nuestros forenses. Nuestros médicos eran interinos del Distrito Universitario, principalmente, de prácticas. Si alguna vez nos encontrábamos con algo realmente extraño, llamábamos a uno de los investigadores de homicidios de lord Vorbohn en Vorbarr Sultana. Allí deben tener un asesinato al día, y de todo tipo, un montón de experiencia. Apuesto a que el jefe Venn ni siquiera tiene un departamento forense, solo un médico cuadri al que llama de vez en cuando. Así que no es de esperar que tengan los niveles de exigencia de, ejem, SegImp a los que usted está acostumbrado. Milord.