—Si la cosa se retrasa, supongo que podría enviarte a casa sola, con una escolta adecuada. Pero yo también quiero estar presente.
Miles vaciló. «Es mi primera vez, maldición, claro que esto me está volviendo loco», era un comentario obvio que consiguió detener en sus labios. El primer matrimonio había dejado a Ekaterin marcada con cicatrices sensibles, ninguna de ellas física, y aquel asunto rozaba a varias de ellas. «Reformula la frase, oh, diplomático.»
—¿Es… por ser la segunda vez, es más sencillo para ti?
La expresión de ella se volvió introspectiva.
—Nikki fue un parto natural; naturalmente, todo fue más duro. Los replicadores eliminan muchos riesgos… Nuestros hijos pueden corregir todas sus trabas genéticas, no estarán expuestos a daños en el parto… Sé que la gestación en un replicador es mejor, más responsable en todos los aspectos. No se puede decir que los estemos descuidando. Y sin embargo…
Él le tomó la mano y se llevó los nudillos a los labios.
—A mí no me estás descuidando, te lo aseguro.
La propia madre de Miles era una ferviente defensora del uso de replicadores, por buenos motivos. Él se había reconciliado ahora, a la edad de treinta años, con los daños físicos que sufrió en el vientre materno por el ataque con soltoxina. Sólo su traslado de emergencia a un replicador le había salvado la vida. El veneno militar teratogénico lo había dejado pequeñito y con los huesos quebradizos, pero toda una agonía de tratamientos médicos durante la infancia había conseguido que pudiera funcionar casi plenamente, aunque no le había otorgado, ay, la estatura suficiente. La mayoría de sus huesos habían sido sustituidos por piezas sintéticas, literalmente pieza a pieza. El resto de los defectos, lo admitía, eran cosa suya. Que estuviera todavía vivo parecía casi un milagro, igual que haber conseguido ganarse el corazón de Ekaterin. Sus hijos no sufrirían esos traumas.
—Y si crees que vas a tenerlo lujosamente fácil, para sentirte adecuadamente virtuosa —dijo Miles—, bueno, espera a que salgan de esos replicadores.
Ella se echó a reír.
—¡Buen argumento!
—Bueno —suspiró él—. Quería que este viaje te mostrara las glorias de la galaxia, de la sociedad más elegante y refinada. Parece que en cambio me dirijo hacia lo que sospecho es el estercolero del Sector V, y la compañía de un puñado de mercaderes chillones y frenéticos, burócratas airados y militaristas paranoicos. La vida está llena de sorpresas. ¿Vienes conmigo, mi amor? ¿Por el bien de mi cordura?
Ella entornó los ojos, divertida.
—¿Cómo puedo resistirme a una invitación semejante? Por supuesto que iré —se puso seria—. ¿Violaría la seguridad si enviara un mensaje a Nikki diciéndole que nos retrasaremos?
—En absoluto. Pero envíalo desde la Kestrel. Llegará más rápido.
Ella asintió.
—Nunca había estado tanto tiempo sin él. Me pregunto si se habrá sentido solo.
Nikki se había quedado, por la parte familiar de Ekaterin, con cuatro tías y un tío abuelo más las correspondientes tías, un puñado de primos, un pequeño ejército de amigos y su abuela Vorsoisson. Por parte de Miles, con el extenso personal de la Mansión Vorkosigan y sus extensas familias, el tío Iván y el tío Mark y todo el clan Koudelka como refuerzo. A punto de aparecer estaban sus embobados abuelos adoptivos Vorkosigan, que tenían pensado llegar después de Miles y Ekaterin para la fiesta del nacimiento, pero que ahora podrían hacerlo antes que ellos. Ekaterin tal vez tuviera que adelantarse, si Miles no conseguía resolver aquel lío a tiempo, pero desde luego no podría ser por una definición racional de la palabra «solo».
—No veo cómo —dijo Miles sinceramente—. Seguro que tú lo echas más de menos a él que él a nosotros. Si no, nos habría enviado algo más que esa nota con un monosílabo que sólo nos alcanzó cuando llegamos a la Tierra. Los niños de once años suelen estar bastante centrados en sí mismos. Desde luego, yo lo estaba.
Ella alzó las cejas.
—¿Sí? ¿Y cuántas notas le has enviado a tu madre en los dos últimos meses?
—Es un viaje de luna de miel. Nadie espera que… De todas formas, ella siempre echa un vistazo a mis informes de seguridad.
Las cejas permanecieron alzadas. Miles añadió prudentemente:
—Le enviaré un mensaje desde la Kestrel también.
Fue recompensado con una sonrisa maternal. Ahora que lo pensaba, tal vez debería incluir a su padre en la dirección, aunque no podía decir que sus padres no compartieran sus misivas, ni que no se quejaran igualmente por su escasez.
Una hora de leve caos completó su traslado a la nave correo del Imperio de Barrayar. Los correos rápidos ganaban la mayor parte de su velocidad a costa de su capacidad de carga. Miles se vio obligado a renunciar a todo el equipaje que no fuera esencial. Todo lo demás, y era bastante, junto con un sorprendente volumen de objetos de recuerdo, continuaría viaje hasta Barrayar con la mayor parte de su séquito: la doncella personal de Ekaterin, la señorita Pym, y para gran pesar de Miles, los dos soldados de apoyo de Roic. Se le ocurrió demasiado tarde, cuando Ekaterin y él ocuparon su nuevo camarote compartido, que tendría que haber mencionado lo estrechitos que estarían. Había viajado en naves similares tan a menudo durante sus años en SegImp, que no le afectaban sus limitaciones…, uno de los pocos aspectos de su antigua carrera en que la pequeñez de su cuerpo había resultado una ventaja.
Así que, después de todo, pasó el resto del día en la cama con su esposa, principalmente debido a la ausencia de otro tipo de asiento. Plegaron el camastro superior para tener espacio y se sentaron en extremos opuestos, Ekaterin para leer en silencio un visor manual, Miles para zambullirse en la caja de Pandora de informes del frente diplomático que había anunciado Gregor.
No llevaba ni cinco minutos de estudio cuando murmuró un «¡Ja!».
Ekaterin indicó su disposición a ser interrumpida mirándolo con un recíproco «¿Hum?».
—Acabo de darme cuenta de por qué la Estación Graf me sonaba familiar. Nos dirigimos al Cuadrispacio, por Dios.
—¿Cuadrispacio? ¿Es un sitio donde ya has estado?
—No, personalmente no. —Aquello iba a requerir más preparación política de lo que esperaba—. Aunque una vez conocí a una cuadri. Los cuadrúmanos son una raza de humanos desarrollados mediante bioingeniería hace doscientos o trescientos años. Antes de que volvieran a descubrir Barrayar. Se suponía que tenían que ser habitantes en permanente caída libre. Fuera cual fuese el plan original de sus creadores, se fue por la borda cuando se introdujeron las nuevas tecnologías gravitatorias, y acabaron siendo una especie de refugiados económicos. Después de un puñado de viajes y aventuras, acabaron por asentarse como grupo en lo que en aquella época era el confín del Nexo de agujero de gusano. Eran belicosos con las demás razas entonces, así que deliberadamente eligieron un sistema sin planetas habitables, pero con considerables recursos asteroidales y cometarios. Planeaban mantenerse apartados, supongo. Naturalmente, el Nexo explorado ha crecido a su alrededor desde entonces, así que ahora reciben algunos intercambios foráneos con naves de servicio y proporcionan instalaciones de tránsito. Lo cual explica por qué nuestra flota fue a atracar allí, aunque no lo que sucedió después. La ah… —vaciló—. La bioingeniería incluyó un montón de cambios metabólicos, pero la alteración más espectacular fue un segundo conjunto de brazos donde deberían tener las piernas. Lo cual, hum, les viene realmente bien en caída libre. Más o menos. A menudo he deseado tener un par de brazos de más, cuando actuaba en el vacío.
Le pasó el visor y mostró la imagen de un cuadrúmano, vestido con un pantalón corto amarillo chillón y una camiseta, que se abría paso por un corredor a baja gravedad con la velocidad y agilidad de un mono que se mueve por las copas de los árboles.