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—Lord Auditor Vorkosigan —dijo Greenlaw, estirada—, reciba mis más profundas disculpas personales por este desagradable incidente. Le aseguro que todos los recursos de la Unión se volcarán en la localización de lo que estoy segura debe de ser un individuo desequilibrado y un peligro para todos nosotros.

«Peligro para todos nosotros, ya.»

—No sé qué está pasando aquí —dijo Miles. Endureció el tono—. Y es evidente que usted tampoco. Esto ha dejado de ser una partida de ajedrez diplomática. Alguien parece que intenta empezar una maldita guerra aquí. Casi han tenido éxito.

Ella inspiró profundamente.

—Estoy segura de que esa persona actuaba sola.

Miles frunció el ceño, pensativo. «Los acalorados siempre están con nosotros, claro.» Bajó la voz.

—Y, ¿por qué? ¿Por desquite? ¿Se ha muerto de pronto alguno de los cuadris heridos por la fuerza de asalto de Vorpatril?

Tenía entendido que todos constaban en la lista de recuperados. Era difícil imaginar a un pariente o un amante o un amigo cuadri vengándose en plan sangriento de algo que no fuera una fatalidad, pero…

—No —dijo Greenlaw, algo dudosa a medida que consideraba esta hipótesis. Lamentablemente, recuperó el aplomo—. No. Me lo habrían comunicado.

Bien, así que Greenlaw deseaba también una explicación sencilla. Pero al menos era lo bastante sincera para no engañarse a sí misma.

Su comunicador de muñeca emitió un agudo pitido de prioridad; lo atendió al momento.

—¿Sí?

—¿Milord Vorkosigan? —era la voz del almirante Vorpatril, apurada.

No eran Ekaterin ni Roic, gracias al cielo. El corazón de Miles volvió a bajarle por la garganta. Intentó no parecer irritado.

—¿Sí, almirante?

—Oh, gracias a Dios. Recibimos un informe diciendo que lo habían atacado.

—Ya ha pasado. Fallaron. Los de seguridad de la Estación ya están aquí.

Hubo una breve pausa. La voz de Vorpatril regresó, cargada de implicaciones:

—Milord Auditor, mi flota está en alerta máxima, dispuesta a seguir sus órdenes.

«¡Oh, mierda!»

—Gracias, almirante, pero tranquilícense, por favor —dijo Miles rápidamente—. De verdad. Está todo bajo control. Volveré con usted en unos minutos. ¡No haga nada sin contar con mis órdenes directas y personales!

—Muy bien, milord —dijo Vorpatril, envarado y todavía receloso.

Miles cortó la comunicación.

Greenlaw lo estaba mirando.

—Soy la Voz de Gregor —le explicó él—. Para los barrayareses, es casi como si ese cuadri le hubiera disparado al Emperador. Cuando dije que alguien había estado a punto de iniciar una guerra, no era una forma de hablar, Selladora Greenlaw. En casa, este lugar estaría ahora mismo a rebosar de los mejores agentes de SegImp.

Ella ladeó la cabeza, el ceño fruncido.

—¿Y qué pasaría en caso de un ataque a un súbdito barrayarés corriente? Habría más indiferencia, supongo.

—No más indiferencia, pero sí un nivel organizativo inferior. Sería cosa de la guardia del conde de su distrito.

—Así que en Barrayar, el tipo de justicia que uno recibe depende de quién sea. Interesante. No lamento informarle, lord Vorkosigan, que en la Estación Graf será usted tratado como cualquier otra víctima: ni mejor, ni peor. Curiosamente, eso no es malo para usted.

—Qué bien —dijo Miles secamente—. Y mientras usted alardea de lo poco que le impresiona mi autoridad imperial, un asesino peligroso sigue suelto. ¿Qué pasará con la encantadora e igualitaria Estación Graf si la próxima vez utiliza un método menos personal para eliminarme, como una bomba grande? Confíe en mí… Incluso en Barrayar, todos morimos igual. ¿Continuamos esta conversación en privado?

Las vidcams, que evidentemente habían terminado con Bel, volvían hacia él.

—¡Miles!

Al escuchar el grito y girar la cabeza, Miles vio a Ekaterin corriendo también hacia él, seguida por Roic. Nicol y Garnet Cinco venían detrás, en flotadores. Pálida y demacrada, Ekaterin se abrió paso por entre los escombros del vestíbulo, le agarró las manos y, al ver su sonrisa, lo abrazó ferozmente. Consciente de las vidcams que giraban a su alrededor, él la abrazó también, asegurándose de que ningún periodista vivo, no importaba cuántos brazos o piernas poseyera, pudiera resistirse a poner aquella imagen en primera plana. Una escena de interés humano, sí.

—Intenté detenerla, milord —se disculpó Roic—, pero ella insistió en venir.

—No importa —contestó Miles con voz apagada.

—Creí que éste era un lugar seguro. Lo parecía —le murmuró Ekaterin con tristeza al oído—. Los cuadris parecían gente pacífica.

—La mayoría indudablemente lo son —dijo Miles. Reacio, se separó de ella, aunque siguió sujetándole con fuerza una mano. Dieron un paso atrás y se miraron el uno a la otra ansiosamente.

Al otro lado del vestíbulo, Nicol corría hacia Bel con la misma expresión que Ekaterin en la cara, y las vidcams corrieron tras ella.

—¿Hasta dónde llegaste en la investigación de Solian? —le preguntó Miles a Roic en voz baja.

—No muy lejos, milord. Decidí empezar por la Idris, y conseguí todos los códigos de acceso de Brun y Molino, pero los cuadris no me permitieron subir a bordo. Estaba a punto de llamarlo a usted.

Miles sonrió brevemente.

—Apuesto a que puedo arreglar eso ahora, maldición.

Greenlaw regresó para invitar a los barrayareses a pasar a la sala de reuniones de la dirección del hotel, preparada rápidamente como refugio.

Miles se colgó del brazo la mano de Ekaterin y la siguieron; sacudió la cabeza con pesar a un periodista que corrió hacia ellos, y uno de los guardias de la Milicia de la Unión de Greenlaw hizo un severo movimiento de advertencia. Chafado, el periodista cuadri se dirigió en cambio a Garnet Cinco. Con reflejos de artista, ella le dio la bienvenida con una sonrisa cegadora.

—¿Has tenido una buena mañana? —le preguntó Miles a Ekaterin animadamente mientras se abrían paso entre los destrozos del suelo.

Ella lo miró, divertida.

—Sí, encantadora. Los cultivos hidropónicos de los cuadrúmanos son extraordinarios. —Su voz se volvió más seca mientras contemplaba los restos de la batalla—. ¿Y tú?

—Deliciosa. Bueno, no si no nos hubiéramos agachado. Pero si no soy capaz de usar este incidente para nuestro provecho, debería entregar mi cadena de Auditor. —Sonrió como un zorro contemplando la espalda de Greenlaw.

—Las cosas que una aprende en la luna de miel. Ahora sé cómo sacarte de tu estado de ánimo cuando estás deprimido. Sólo hay que contratar a alguien para que te dispare.

—Es algo que me da vida —reconoció él—. Descubrí hace años que soy adicto a la adrenalina. También descubrí que acabaría por ser algo tóxico, si no lo controlaba.

—Desde luego.

Ekaterin tomó aire. El ligero temblor de la mano agarrada al hueco del brazo de Miles remitía, y la tenaza sobre sus bíceps permitía que la sangre circulara un poco ya. Su rostro había vuelto a ser engañosamente sereno.

Greenlaw los condujo por el pasillo situado tras la zona de recepción hasta una sala de trabajo. Su pequeña mesa vid central había sido despejada de tazas, burbujas flácidas de bebida y discos de plástico, ahora amontonado sin orden en una silla colocada contra una pared. Miles condujo a Ekaterin hasta un sillón y se sentó junto a ella. Greenlaw colocó su flotador a la altura de sus oponentes. Roic y uno de los guardias cuadris se disputaron la puerta, mirándose con el ceño fruncido.

Miles recordó que tenía que mostrarse indignado y no extasiado.

—Bien —dejó que una clara nota de sarcasmo asomara a su voz—. Éste ha sido un añadido remarcable a mis actividades previstas para la mañana.