Bel arrugó el entrecejo imaginando la horrible escena que conjuraban las suaves palabras del herm.
—Esperemos que no se vea obligado a tomar medidas tan extremas. ¿Cuánto tiempo tiene, en realidad?
El herm vaciló.
—No mucho. Y si he de eliminar a mis criaturas… cuanto antes, mejor. Preferiría acabar de una vez.
—Comprensible. —Bel resopló.
—Podría haber algunas posibilidades alternativas para ampliar su plazo de tiempo —dijo Miles—. Contratar una nave más rápida y más pequeña que le lleve directamente a su destino, por ejemplo.
El herm negó tristemente con la cabeza.
—¿Y quién pagaría esa nave, lord Vorkosigan? ¿El Imperio de Barrayar?
Miles se mordió la lengua antes de decir «¡Sí, claro!» o señalar a Greenlaw y la Unión. Se suponía que tenía que estar investigando las implicaciones generales del caso, no atascándose con todos los pequeños detalles humanos… o inhumanos. Hizo un gesto poco comprometedor y dejó que Bel acompañara al betano a la salida.
Miles se pasó unos cuantos minutos más sin conseguir encontrar nada excitante en los archivos vid. Bel regresó poco después.
Miles apagó el vid.
—Creo que me gustaría echar un vistazo al cargamento de ese curioso betano.
—En eso no te puedo ayudar —dijo Bel—. No tengo los códigos de los contenedores de carga. Se supone que sólo los pasajeros tienen acceso al espacio que alquilan, por contrato, y los cuadris no se han molestado en conseguir una orden judicial para vaciarlos. Eso disminuye la posibilidad de que haya robos mientras los pasajeros están a bordo, ¿sabes? Tendrás que pedirle a Dubauer que te deje entrar.
—Mi querido Bel, soy Auditor Imperial, y ésta no es sólo una nave registrada en Barrayar, sino que pertenece a la familia de la mismísima emperatriz Laisa. Voy donde quiero. Solian tiene que tener una llave maestra para todas las puertas de esta nave. ¿Roic?
—Aquí estoy, milord. —El soldado dio un golpecito en su anotador.
—Muy bien, pues, vamos a dar un paseo.
Bel y Roic lo siguieron pasillo abajo y a través de la compuerta central que conectaba con la sección de carga. La puerta doble de la segunda cámara cedió ante el cuidadoso teclear de Roic sobre su mampara. Miles asomó la cabeza y encendió las luces.
Era impresionante.
Brillantes hileras de replicadores, en apretadas filas, llenaban el espacio dejando sólo estrechos pasillos intermedios. Cada fila estaba unida a su propia plataforma flotante, en cuatro capas de cinco unidades: veinte por hilera, de la altura de Roic. Bajo los oscuros indicadores de cada una, los paneles de control chispeaban con tranquilizadoras luces verdes. Por ahora.
Miles recorrió el pasillo formado por cinco plataformas, llegó al final, y siguió hasta la siguiente, contando. Más plataformas se alineaban con las paredes. Bel calculó que habría unas mil.
—Y yo que pensaba que las cámaras de placenta serían más grandes. Parecen casi idénticas a las que hay en casa.
Con las que se había familiarizado últimamente. Aquellos aparatos, resultaba evidente, estaban diseñados para la producción en masa. Las veinte unidades apiladas en cada plataforma compartían económicamente reservas, bombas, aparatos de filtrado y el panel de control. Se acercó a observar.
—No veo la marca del fabricante.
Ni un número de serie ni nada que revelara el planeta de origen de unas máquinas que eran, sin duda, muy buenas.
Dio un golpecito a un control para que la pantalla del monitor cobrara vida.
La brillante pantallita no contenía tampoco datos de fabricación ni números de serie. Sólo la estilizada silueta de un pájaro escarlata sobre fondo plateado…
El corazón de Miles se desbocó. ¿Qué demonios estaba esto haciendo allí…?
—Miles —dijo la voz de Bel, como si llegara desde muy lejos—, si vas a desmayarte, pon la cabeza…
—Entre las rodillas, y date un beso de despedida en el culo —rezongó Miles—. Bel, ¿sabes qué es este símbolo?
—No —respondió Bel, con retintín.
—El Nido Estelar de Cetaganda. No los ghem-lores militares, ni sus cultivados (y lo digo en el doble sentido) amos, los lores haut, ni siquiera el Jardín Imperial Celestial. Aún más alto. El Nido Estelar es el núcleo interno del anillo más interno de todo el maldito proyecto de ingeniería genética que es el Imperio cetagandés. El mismísimo banco de genes de las damas haut. Diseñan a sus emperadores allí. ¡Demonios!, diseñan a toda la maldita raza haut allí. Las damas haut no trabajan con genes animales. Eso sería rebajarse. Eso se lo dejan a las ghem-damas. No, adviértelo, a los ghem-lores…
Con manos levemente temblorosas, Miles tocó el monitor y recuperó el siguiente nivel de control. Energía general y de reserva, todo en verde. El siguiente nivel permitía el seguimiento individual de cada ser contenido en cada una de las veinte cámaras de placenta. Temperatura sanguínea humana, masa del bebé, y por si eso no fuera suficiente, diminutas cámaras vid espía individuales insertadas, con luces, para ver los habitantes de los replicadores en tiempo real, flotando pacíficamente en sus bolsas amnióticas. El del monitor agitó los deditos ante el suave brillo rojo, y pareció encoger sus grandes ojos oscuros. Si no estaba desarrollado del todo, aquello (no, ella) estaba bien cerca, dedujo Miles.
Pensó en Helen Natalia y Aral Alexander.
Roic giró sobre sus talones, la boca abierta, y contempló el pasillo lleno de brillantes aparatos.
—¿Quiere usted decir, milord, que todas estas cosas están llenas de bebés humanos?
—Bueno, ésa sí que es una buena pregunta. En realidad, son dos. ¿Están llenos? y ¿son humanos? Si son niños haut, esto último sería un punto a debatir. Para saber lo primero, al menos podemos mirar…
Una docena más de monitores, comprobados a intervalos aleatorios por toda la sala, revelaron resultados similares. Miles respiraba rápidamente cuando lo dio por demostrado.
—¿Pero qué está haciendo un herm betano con un puñado de replicadores cetagandeses? —preguntó Bel, atónito—. Y sólo porque son de fabricación cetagandesa, ¿cómo sabes que dentro hay cetagandeses? Es posible que el betano comprara los replicadores de segunda mano.
Miles, con una mueca en los labios, se volvió hacia Bel.
—¿Betano? ¿Tú crees, Bel? ¿Habéis hablado mucho sobre la vieja caja de arena mientras supervisabas esta visita?
—La verdad es que no hemos hablado mucho. —Bel sacudió la cabeza—. Pero eso no demuestra nada. No soy de los que sacan el tema de casa, y aunque lo hubiera hecho, estoy demasiado desconectado de Beta para detectar imprecisiones en los acontecimientos más recientes. No fue la conversación de Dubauer lo que me pareció raro. Había algo… extraño en su lenguaje corporal.
—Lenguaje corporal. Eso es.
Miles se acercó a Bel, extendió la mano y volvió la cara del herm hacia la luz.
Bel no reaccionó mal a su cercanía, sino que sonrió. En la mejilla y la barbilla brillaba un fino vello. Miles entornó los ojos mientras recordaba el corte en la mejilla de Dubauer.
—Tienes pelusilla, como las mujeres. La tienen todos los hermafroditas, ¿verdad?
—Claro. A menos que usen un depilatorio realmente efectivo, supongo. Algunos incluso se dejan barba.
—Dubauer no.
Miles echó a andar pasillo abajo, se detuvo y permaneció quieto con esfuerzo.
—Ni un pelillo a la vista, a excepción de esas bonitas cejas y el cabello plateado, y te apuesto dólares betanos contra arena a que son unos implantes recientes. Lenguaje corporal, ¡ja! Dubauer no tiene doble sexo en absoluto… ¿En qué estarían pensando tus antepasados? —Bel sonrió divertido—. Es completamente asexuado. Es un auténtico «ello».