Выбрать главу

—¡Oh, ja!

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó su pañuelo, olvidado desde aquella mañana, y lo abrió por la gran mancha marrón. Una muestra de sangre, desde luego. No tenía que esperar a que el Cuartel General de SegImp le enviara esa identificación. Sin duda, Miles habría recordado aquella prueba accidental sin ayuda. Pero si lo habría hecho antes o después de que el eficaz Roic hubiera lavado sus ropas y se las hubiera devuelto era harina de otro costal.

—Ekaterin, te quiero muchísimo. Y tengo que hablar con el cirujano jefe de la Príncipe Xav ahora mismo.

Hizo frenéticos gestos como si la besara. Ella sonrió de aquella hermosa y enigmática manera suya, y cortó la comunicación.

10

Miles hizo una llamada de urgencia a la Príncipe Xav; se produjo un breve retraso mientras Bel conseguía los permisos para la cápsula de mensajes de la Kestrel. Media docena de naves armadas de la Milicia de la Unión patrullaban el espacio entre la Estación Graf y la flota de Vorpatril, que esperaba en frustrado exilio a varios kilómetros de distancia. A Miles no le habría hecho gracia que algún miliciano cuadri con doble cuota de dedos de gatillo fácil borrara la cápsula del espacio, así que no se relajó hasta que desde la Príncipe Xav le comunicaron que la cápsula había llegado sana y salva a bordo.

Finalmente se sentó en la sala de reuniones de la Kestrel con Bel, Roic y algunas bandejas de raciones militares. Comió mecánicamente, sin apenas saborear la comida caliente no demasiado sabrosa, con un ojo puesto en la pantalla vid que todavía repasaba rápidamente los archivos de la Idris. Dubauer, si aparecía, no había salido ni una vez de la nave para dar un paseo por la Estación durante todo el tiempo que estuvo atracada, hasta que fue obligado a abandonarla junto con los demás pasajeros y llevado al hotel por los cuadris.

El teniente Solian había salido cinco veces, cuatro de ellas en excursiones de rutina para comprobaciones de carga, la quinta, más interesante, después de su turno de trabajo del último día. El vid mostraba su cabeza desde atrás, al partir, y una clara toma de su cara cuando regresó, unos cuarenta minutos más tarde. A pesar de que congeló la imagen, Miles no pudo determinar con certeza que alguna de las manchas o sombras de la camisa verde oscura de Solian fuera producto de una hemorragia nasal, ni siquiera en primerísimo plano. La expresión de Solian era decidida y meditabunda mientras miraba el vid de seguridad, parte de su trabajo, después de todo: tal vez comprobaba automáticamente su funcionamiento.

El joven no parecía relajado, ni feliz, ni a la espera de un permiso para liberarse, aunque debía de tocarle pronto. Parecía… concentrado en algo.

Era la última vez, documentada, que se había visto a Solian con vida. No se había encontrado ningún rastro de su cuerpo cuando los hombres de Brun registraron la Idris al día siguiente, y registraron a conciencia, exigiendo que cada pasajero con cargamento, incluido Dubauer, abriera su cabina y bodega para inspeccionarlas. De ahí la teoría de Brun de que Solian tenía que haberse quitado de en medio sin ser detectado.

—¿Entonces dónde fue, durante esos cuarenta minutos en que estuvo fuera de la nave? —preguntó Miles, fastidiado.

—No cruzó mis puestos de aduana, no a menos que alguien lo envolviera en una alfombra y lo llevara dentro —dijo Bel, convencido—. Y no tengo ninguna grabación de nadie que pasara una alfombra. Lo miramos. Solian tenía fácil acceso a las seis bodegas de carga de ese sector, y a cualquiera de las naves que entonces estaban atracadas. Que eran todas vuestras, en ese momento.

—Bueno, Brun jura que no tiene ningún vid donde se le vea subir a ninguna de las otras naves. Supongo que será mejor que compruebe a todos los demás que entraron o salieron de cualquiera de las naves durante ese periodo. Solian podría haberse sentado sin ser observado a charlar, o hacer algo más siniestro, en cualquiera de los recovecos de esas bodegas de carga. Con o sin hemorragia nasal.

—Las bodegas no se controlan ni se patrullan con demasiado celo —admitió Bel—. Dejamos que la tripulación y los pasajeros utilicen las bodegas vacías para ejercitarse, o celebrar algún juego, a veces.

—Mm.

Desde luego, alguien había usado una para jugar con aquella sangre sintetizada, más tarde.

Después de la cena, Miles hizo que Bel lo llevara al hotel donde se alojaban las tripulaciones de las naves inmovilizadas. Era notablemente menos lujoso y estaba más abarrotado que los de los pasajeros galácticos de pago, y las nerviosas tripulaciones llevaban encerrados varios días sin otra cosa que holovids y los demás tripulantes para entretenerse. Miles fue asaltado al instante por varios oficiales de mando, tanto de las dos naves de la Corporación Toscane como de las dos independientes capturadas en aquel enredo. Exigían saber cuándo iban a conseguir su liberación. Acalló el barullo para solicitar entrevistarse con los tecnomeds asignados a las cuatro naves, en una habitación silenciosa. Al final, tras algún tira y afloja, consiguió un despachito donde llevar al cuarteto de nerviosos komarreses.

Miles se dirigió primero al tecnomed de la Idris.

—¿Sería muy difícil que una persona no autorizada accediera a su enfermería?

El hombre parpadeó.

—En absoluto, lord Auditor. Quiero decir, no está cerrada con llave. En caso de emergencia, la gente puede necesitar entrar inmediatamente, sin localizarme primero. Incluso yo podría tener una emergencia. —Hizo una pausa, y luego añadió—: Naturalmente, algunas medicinas y algún equipo se guardan en armarios con cerradura de código, con controles de inventario más cuidadosos. Pero para el resto no hace falta. Cuando estamos en puerto, la seguridad de la nave controla quién entra y sale, y en el espacio, bueno, eso está resuelto.

—¿No han tenido problemas de robos, entonces? ¿Equipo que sale a dar un paseo, suministros que desaparecen?

—Muy pocos. Quiero decir, la nave es pública, pero no es de ese tipo de nave pública. No sé si me entiende.

Los tecnomeds de las dos naves independientes dijeron que seguían protocolos similares cuando estaban en el espacio, pero estando atracadas ambos mantenían sus pequeños departamentos asegurados cuando no estaban de servicio. Miles se recordó que una de esas personas podría haber sido sobornada para cooperar con quien hubiera hecho la síntesis sanguínea. Cuatro sospechosos, eh. Su siguiente pregunta confirmó que las enfermerías de las cuatro naves tenían sintetizadores portátiles como equipo estándar.

—Si alguien entrara en una de sus enfermerías para sintetizar sangre, ¿podrían saber si han usado su equipo?

—Si lo limpiaran todo después… tal vez no —dijo el técnico de la Idris—. Ni… ¿Cuánta sangre?

—Entre tres y cuatro litros.

El ansioso rostro del hombre se despejó.

—Oh, sí. Es decir, si usaran mis suministros de filopacks y fluidos y no trajeran los suyos propios. De eso me habría dado cuenta.

—¿Cuándo se habría dado cuenta?

—La siguiente vez que mirara, supongo. O en el inventario mensual, si no tuviera ocasión de advertirlo antes.

—¿Lo ha advertido?

—No, pero… Quiero decir, no he mirado.

Claro que un tecnomed adecuadamente sobornado debería ser perfectamente capaz de manipular el inventario de unos artículos tan grandes y tan poco controlados. Miles decidió aumentar la presión.

—El motivo por el que lo pregunto es porque la sangre que se encontró en el suelo de la bodega de carga y que inició esta desagradable (y cara) cadena de acontecimientos, aunque inicialmente fue identificada por su ADN como perteneciente al teniente Solian, más tarde se ha comprobado que es sintética. Los cuadris de aduanas dicen que no tienen constancia de que Solian fuera a la Estación Graf, lo que sugiere, aunque por desgracia no lo demuestra, que la sangre podría haber sido sintetizada al otro lado de los puestos de aduanas. Creo que será mejor que comprobemos sus inventarios de suministros.