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Roic señaló el mando de control del brazo de Miles y gritó a través de su visor:

—Tengo el enlace comunicador de la nave en marcha, milord. Debería poder oírme a través del canal doce, si lo sintoniza. Los médicos están en el trece.

Rápidamente, Miles conectó el comunicador del traje.

—¿Puedes oírme?

La voz de Roic resonó junto a su oído.

—Sí, milord. Mucho mejor.

—¿Hemos volado los tubos de sellado y nos hemos apartado ya de las abrazaderas de atraque?

Roic pareció levemente frustrado.

—No, milord. —Cuando Miles alzó la barbilla en gesto interrogativo, añadió—: Hum… Verá, aquí sólo estoy yo. Nunca he pilotado una nave de salto.

—A menos que vayas a saltar, es igual que una lanzadera —le aseguró Miles—. Sólo que más grande.

—Nunca he pilotado una lanzadera tampoco.

—Ah. Bueno, vamos pues. Te enseñaré cómo.

Se marcharon al puente; Roic fue abriendo camino pulsando los cierres en código. Bien, tuvo que admitir Miles, mirando los diversos puestos de mando y sus controles, era una nave realmente muy grande. Sólo iba a ser un vuelo de diez metros. Estaba un poco desentrenado pilotando cápsulas y lanzaderas, pero la verdad, tal como eran algunos de los pilotos que había conocido, no podía ser tan difícil.

Roic lo observó lleno de admiración mientras Miles disimulaba su búsqueda de los controles del tubo de sellado… Ah, allí. Hicieron falta tres intentos para ponerse en contacto con el control de tráfico de la Estación, y luego con Muelles y Atraques. Si Bel hubiera estado allí, habría delegado inmediatamente su tarea en… Se mordió los labios, comprobando los permisos de salida de la zona de carga: sería el remate de las meteduras de pata de aquella misión apartarse de la Estación cargándose las abrazaderas de atraque, descomprimiendo la zona de carga y matando a un número indeterminado de patrulleros cuadri de guardia. Pasó del puesto de comunicación al asiento del piloto, apartó el casco de salto y cerró un instante los puños antes de activar los controles manuales.

Una pequeña presión de los calibradores laterales, un poco de paciencia, y un empujón contrario del lado opuesto dejó la enorme masa de la Idris flotando en el espacio a un tiro de piedra del costado de la Estación Graf. No es que una piedra allí hiciera otra cosa aparte de continuar eternamente…

«Ninguna bioepidemia puede cruzar este abismo», pensó con satisfacción, y luego pensó inmediatamente en lo que los cetagandeses podían hacer con esporas. «Espero.»

Demasiado tarde se le ocurrió que, si el cirujano de la Príncipe Xav retiraba la alerta de biocontaminación, atracar de nuevo iba a ser una tarea bastante más crítica y delicada. «Bueno, si despeja la nave, podremos importar un piloto entonces.» Miró la hora en un crono de pared. Apenas había pasado una hora desde que habían encontrado a Bel. Parecía un siglo.

—¿Es también piloto? —dijo una sorprendida y apagada voz femenina.

Miles se volvió en el asiento del piloto y encontró a los tres cuadris con sus flotadores en la puerta de la sala de control. Todos iban vestidos con trajes bioprotectores para cuadris, de un color verde pálido médico. Los identificó rápidamente. Venn era más grueso, la Selladora Greenlaw un poco más baja. El magistrado Leutwyn venía el último.

—Sólo en una emergencia —admitió—. ¿Dónde han conseguido los trajes?

—Mi gente los envió desde la Estación en una sonda robot —dijo Venn. También él llevaba el aturdidor en la parte exterior del traje.

Miles habría preferido que los civiles se hubieran quedado a salvo en la cabina de carga, pero ahora ya no se podía hacer nada al respecto.

—Que está todavía atracada a la compuerta, sí —dijo Venn, dejando a Miles con la palabra en la boca.

—Gracias —dijo Miles mansamente.

Quería desesperadamente frotarse la cara y los ojos, que le picaban, pero no pudo. ¿Y ahora qué? ¿Había hecho todo lo posible para contener aquella cosa? Vio el descontaminador que colgaba del hombro de Roic. Probablemente sería buena idea volver a ingeniería y esterilizar sus huellas.

—¿Milord? —preguntó Roic, solícito.

—¿Sí, soldado?

—He estado pensando. El guardia nocturno vio al práctico y al ba entrar en la nave, pero nadie informó de que hubieran salido. Encontramos a Thorne. Me estaba preguntando cómo abandonó la nave el ba.

—Gracias, Roic, sí. Y hace cuánto tiempo. Buena pregunta que responder a continuación.

—Cada vez que una de las escotillas de la Idris se abre, los grabadores vid se ponen en marcha automáticamente. Deberíamos poder acceder a los archivos desde aquí, creo, igual que desde la oficina de seguridad de Solian. —Roic dirigió una mirada desesperada a la apabullante colección de controles—. En alguna parte.

—Deberíamos, sí.

Miles abandonó el asiento del piloto y pasó al puesto del ingeniero de vuelo. Tras hurgar un poco entre los controles, y un breve retraso mientras uno de los códigos de anulación de Roic devolvía la calma tras la apertura de los cierres, Miles pudo sacar una copia del archivo de unos registros de seguridad similares a los que habían encontrado en la oficina de Solian y ante los que habían pasado tantas horas de estudio. Configuró la búsqueda para que presentara los datos en orden cronológico inverso.

El uso más reciente apareció primero en la placa vid, una bonita toma de la sonda robot automática atracando en la compuerta de personal externa que atendía a la Cabina de Carga Número Dos. Un Venn de aspecto ansioso asomó en su flotador. Descargó los trajes negros envueltos en bolsas de plástico, más otras cosas diversas: una gran caja con suministros de primeros auxilios, una caja de herramientas, un descontaminador parecido al de Roic y lo que podían ser armas algo más eficaces que los aturdidores. Miles cortó la escena y continuó la búsqueda hacia atrás.

Pocos minutos antes estaba la llegada de la patrulla militar de Barrayar en una pequeña lanzadera de la Príncipe Xav, que entró a través de una de las cuatro compuertas de personal. Los tres oficiales médicos y Roic eran claramente identificables, descargando su equipo con rapidez.

Una compuerta de carga en una de las cabinas de impulsores Necklin se abrió a continuación, y Miles contuvo la respiración. Una figura con un grueso traje de reparaciones extravehiculares marcado con varios números de la Sección de Ingeniería de la Idris pasó ante la cámara y se perdió en el vacío tras un breve estallido de sus jets. Los cuadris que flotaban tras Miles murmuraron y señalaron; Greenlaw sofocó una exclamación y Venn una imprecación.

El siguiente archivo los mostraba a ellos mismos (los tres cuadris, Miles, y Roic) entrando en la nave desde la bodega de carga para realizar su inspección, cualquiera sabía cuántas horas hacía de eso ya. Miles regresó inmediatamente a la figura misteriosa del traje de reparaciones. ¿A qué hora…?

—¡Mire, milord! —exclamó Roic—. ¡Se… se marchó apenas veinte minutos antes de que encontráramos al práctico! ¡El ba debía de estar todavía a bordo cuando llegamos! —Incluso a través del visor, su rostro adquirió un tono verdoso.

¿Meter a Bel en la unicápsula había sido una táctica para hacerles perder tiempo? Miles se preguntó si la sensación de agarrotamiento en el estómago y la tensión de su garganta podían ser los primeros síntomas de una epidemia biofabricada.

—¿Es ése nuestro sospechoso? —preguntó Leutwyn ansiosamente—. ¿Adónde ha ido?

—¿Cuál es el alcance de esos trajes pesados suyos, lo sabe, lord Auditor? —preguntó Venn.