Выбрать главу

—¿Entiendo correctamente que el teniente era el oficial de relaciones de seguridad barrayarés a bordo de la Idris? —dijo Miles. El poli de la flota era el encargado de mantener la paz y el orden entre tripulación y pasajeros, echar un ojo a cualquier actividad ilegal o amenazadora o a cualquier persona sospechosa (bastantes actos de piratería se cometían desde dentro) y ser la primera línea de defensa de la contrainteligencia. En segundo plano, tenía que mantener los oídos abiertos en busca de desafectos potenciales entre los súbditos komarreses del Emperador. Estaba obligado a prestar toda la ayuda posible a la nave en emergencias físicas y a coordinar las evacuaciones o rescates con la escolta militar. El trabajo del oficial de enlace podía pasar de ser mortalmente aburrido a letalmente exigente en un abrir y cerrar de ojos.

El capitán Brun habló por primera vez.

—Sí, milord.

Miles se volvió hacia él.

—Uno de los suyos, ¿no? ¿Cómo describiría al teniente Solian?

—Acababan de asignarlo —respondió Brun, luego vaciló—. No tenía una relación personal estrecha con él, pero en todas las evaluaciones previas que se le hicieron le dieron notas altas.

Miles miró al consignatario.

—¿Lo conocía usted, señor?

—Nos vimos unas cuantas veces —dijo Molino—. Estuve casi todo el tiempo a bordo de la Rudra, pero mi impresión es que era amistoso y competente. Parecía llevarse bien con la tripulación y los pasajeros. El anuncio ambulante de la asimilación.

—¿Cómo dice? —Vorpatril se aclaró la garganta.

—Solian era komarrés, señor.

—Ah.

Ah. Los informes no mencionaban este detallito. A los komarreses se les había permitido hacía muy poco acceder al Servicio Imperial de Barrayar; la primera generación de esos oficiales era elegida con sumo cuidado, y hasta la fecha habían demostrado su lealtad y competencia. Los mimados del Emperador, había escuchado Miles decir a un compañero oficial, con claro disgusto. El éxito de esta integración era una prioridad personal de Gregor. El almirante Vorpatril sin duda lo sabía también. Miles subió el misterioso destino de Solian unos cuantos peldaños en su lista mental de prioridades más urgentes.

—¿Cuáles fueron las circunstancias de su desaparición?

—No hubo nada raro, señor —respondió Brun—. Firmó la salida del turno de la manera habitual y nunca volvió a aparecer para la siguiente guardia. Cuando se registró su camarote, faltaban sus efectos personales y su equipaje, aunque quedaban la mayor parte de sus uniformes. No había ningún registro de que hubiera abandonado la nave, pero claro… él sabría mejor que nadie cómo salir sin que nadie lo viera. Por eso lo considero deserción. Registramos la nave a conciencia después de eso. Ha tenido que alterar los registros, o ha escapado con la carga, o algo.

—¿Algún indicio de que no estuviera contento con su trabajo o su puesto?

—No… no, milord. Nada especial.

—¿Algo no especial?

—Bueno, estaban los comentarios habituales de ser komarrés y llevar este uniforme —Brun se señaló a sí mismo—. Supongo que, por su puesto, recibía críticas de ambos bandos.

«Ahora todos intentamos ser un solo bando.»

Miles decidió que aquél no era el momento ni el lugar adecuado para comentar las inconscientes deducciones que implicaban las palabras de Brun.

—Consignatario Molino…, ¿tiene más información al respecto? ¿Estaba Solian sometido a, hum, reproches por parte de sus camaradas komarreses?

Molino negó con la cabeza.

—Por lo que sé, el hombre parecía gozar del aprecio de la tripulación de la Idris. Se dedicaba al trabajo y no se metía en discusiones.

—Sin embargo, ¿deduzco que su primera… impresión, fue que había desertado?

—Parecía posible —admitió Brun—. No es que quiera calumniar a nadie, pero era komarrés. Tal vez le resultó más duro de lo que había pensado. El almirante Vorpatril no estuvo de acuerdo —añadió escrupulosamente.

Vorpatril agitó una mano en gesto de juicioso equilibrio.

—Tanto más motivo para no pensar en deserción. El alto mando ha tenido mucho cuidado con los komarreses que admite en el Servicio. No quiere fracasos públicos.

—En cualquier caso —dijo Brun—, todos pusimos en alerta a nuestra gente de seguridad y empezamos a buscarlo, y pedimos ayuda a las autoridades de la Estación Graf. Cosa que no ofrecieron con demasiado entusiasmo. No dejaron de repetir que no lo habían visto en las secciones de gravedad ni en las de cero-ge, y que no había ningún registro de nadie que escapara con su descripción que hubiera salido de la estación en sus transportes locales.

—¿Y qué sucedió luego?

—Se acabó el tiempo —respondió el almirante Vorpatril—. Las reparaciones de la Idris concluyeron. Hubo presiones —miró a Molino sin afecto—, para que dejáramos la Estación Graf y continuáramos con la ruta planeada. Yo… yo no dejo a mis hombres abandonados si puedo evitarlo.

—Económicamente, no tenía sentido supeditar toda la flota a un solo hombre —dijo Molino, entre dientes—. Podría haber dejado una nave ligera o incluso un pequeño grupo de investigadores para estudiar el asunto, que nos siguieran cuando terminaran, y dejar que el resto continuara.

—También tengo órdenes estrictas de no dividir la flota —dijo Vorpatril, la mandíbula tensa.

—Pero no hemos sufrido ningún intento de piratería en este sector desde hace décadas —argumentó Molino. Miles advirtió que estaba siendo testigo de la enésima ronda de un debate interminable.

—No desde que Barrayar les proporcionó escolta militar gratis —dijo Vorpatril con falsa cordialidad—. Extraña coincidencia, ésa —su voz se hizo más firme—. Yo no abandono a mis hombres. Lo juré en la debacle de Escobar, cuando era un alférez barbilampiño —miró a Miles—. A las órdenes de su padre, por cierto.

Uf… Aquello podía significar problemas… Miles dejó que sus cejas se alzaran, mostrando curiosidad.

—¿Cuál fue su experiencia allí, señor?

Vorpatril hizo una mueca al recordarlo.

—Yo era un piloto inexperto en una lanzadera de combate que quedó huérfana cuando los escobarianos enviaron al infierno a nuestra nave madre en la órbita. Supongo que si hubiéramos conseguido llegar durante la retirada nos habrían volado con ella, pero qué más da. Sin ningún sitio donde atracar, sin ningún sitio al que huir, ni siquiera las pocas naves supervivientes que tenían un punto de atraque abierto se detuvieron por nosotros, con un par de centenares de hombres a bordo incluyendo a los heridos… Fue una auténtica pesadilla, déjeme que se lo diga.

A Miles le pareció que el almirante había estado a punto de añadir un «hijo» al final de la última frase.

—No estoy seguro de que al almirante Vorkosigan le quedaran muchas posibilidades cuando heredó el mando de la invasión tras la muerte del príncipe Serg —dijo Miles con cautela.

—Oh, claro que no —reconoció Vorpatril, haciendo otro gesto con la mano—. No estoy diciendo que el hombre no hiciera todo lo que pudo con lo que tenía. Pero no pudo hacerlo todo, y yo estuve entre los sacrificados. Pasé casi un año en un campamento de prisioneros escobariano antes de que las negociaciones pudieran devolverme por fin a casa. Los escobarianos no hicieron que fueran unas vacaciones, se lo aseguro.

«Podría haber sido peor. Podrías haber sido una prisionera de guerra escobariana en uno de nuestros campamentos.» Miles decidió no sugerirle al almirante este ejercicio de imaginación por ahora.

—Imagino que no.

—Lo único que estoy diciendo es que sé lo que es verte abandonado, y no permitiré que eso les ocurra a mis hombres por cualquier motivo trivial.