El frotador resultó efectivo: Miles dejó de sentir que sus manos empeoraban, aunque siguieron doliéndole. ¿Se había quemado la piel? Se acercó las palmas al visor, ahora desnudas, molestando al cirujano, que susurró entre dientes. Sí. Gotas rojas de sangre crecían en las grietas del tejido hinchado. «Mierda. Mierda. Mierda…»
Clogston se enderezó y miró alrededor, con una mueca en los labios.
—Su traje bioprotector ya no sirve de nada, milord.
—Hay otro par de guantes en el otro traje —señaló Miles—. Podría aprovecharlos.
—Todavía no.
Clogston corrió a untar las manos de Miles con un misterioso líquido y las envolvió en barreras bioprotectoras que selló a la altura de sus muñecas. Era como poner mitones a un puñado de mocos, pero el ardiente dolor remitió. Al otro lado de la habitación, el técnico colocaba fragmentos del guante contaminado en un analizador. ¿Estaba el tercer hombre con Bel? ¿Seguía Bel en la bañera helada? ¿Todavía vivo?
Miles tomó aliento profundamente para tranquilizarse.
—¿Tienen ya algún tipo de diagnóstico sobre el práctico Thorne?
—Oh, sí, fue inmediato —dijo Clogston algo ausente, todavía sellando la segunda muñeca—. En el instante en que hicimos el primer análisis de sangre. Qué demonios podemos hacer al respecto no está claro todavía, pero tengo algunas ideas. —Volvió a enderezarse y miró con gesto preocupado las manos de Miles—. La sangre y los tejidos del herm están plagados de parásitos artificiales…, es decir, bioalterados genéticamente. —Alzó la cabeza—. Parece que tienen una fase inicial latente y asintomática, durante la cual se multiplican rápidamente y se extienden por todo el cuerpo. Luego, en algún momento (posiblemente debido a su propia concentración) pasan a crear dos productos químicos en diferentes vesículas con su propia membrana celular. Las vesículas se hinchan. Un aumento en la temperatura corporal de la víctima dispara el estallido de las bolsas, y los elementos químicos a su vez experimentan una violenta reacción exotérmica entre sí…, matan al parásito, dañan los tejidos cercanos del anfitrión y estimulan a más parásitos cercanos para que se disparen. Son bombas diminutas por todo el cuerpo. Es —su tono indicó su admiración a su pesar— enormemente elegante. De una manera horrible.
—¿Mi… mi tratamiento con el baño de agua helada ayudó entonces a Thorne?
—Sí, desde luego. La caída de la temperatura detuvo temporalmente el crecimiento en cascada. Los parásitos casi habían alcanzado la concentración crítica.
Miles cerró los ojos, en un breve gesto de gratitud. Y los volvió a abrir.
—¿Temporalmente?
—Todavía no he descubierto cómo deshacernos de los malditos bichos. Estamos tratando de modificar una derivación quirúrgica en un filtro sanguíneo para eliminar mecánicamente los parásitos de la sangre del paciente, y al mismo tiempo enfriar la sangre hasta un grado controlado antes de devolverla al cuerpo. Creo que podemos conseguir que los parásitos respondan de manera selectiva a un gradiente de electroforesis aplicado al tubo de deriva, y sacarlos de la corriente sanguínea.
—¿No bastará eso entonces?
Clogston negó con la cabeza.
—No llega a los parásitos alojados en otros tejidos, reservas de reinfección. No es una cura, pero podría conseguirnos tiempo. La cura debe matar de algún modo hasta el último de los parásitos del cuerpo, o el proceso volverá a empezar. —Sus labios se retorcieron—. Sería arriesgado usar pesticidas internos. Inyectar algo para matar parásitos ya engordados dentro de los tejidos tan sólo liberará sus cargas químicas. Causará un absoluto caos en la circulación, sobrecargará los procesos de reparación, causará un dolor intenso… Es… es arriesgado.
—¿Destruirá el tejido cerebral? —preguntó Miles, sintiéndose enfermo.
—Con el tiempo. No parece que crucen con facilidad la barrera sangre-cerebro. Creo que la víctima estaría consciente hasta, hum, las últimas fases de la disolución.
—¡Oh! —Miles trató de decidir si eso sería bueno o malo.
—En el aspecto positivo —ofreció el cirujano—, puede que consiga reducir la alarma por biocontaminación de Nivel Cinco a Nivel Tres. Los parásitos necesitan un contacto directo de sangre a sangre para efectuar la transferencia. No parecen sobrevivir mucho tiempo sin un anfitrión.
—¿No pueden viajar a través del aire?
Clogston vaciló.
—Bueno, tal vez no hasta que el anfitrión empiece a toser sangre.
«“Hasta”, no “a menos que”.» Miles advirtió la elección de las palabras.
—Me temo que hablar de reducir el grado de alarma es prematuro de todas formas. Un agente cetagandés armado con bioarmas desconocidas… Bueno, desconocidas menos ésta, que se está haciendo demasiado familiar, anda todavía suelto por ahí. —Inhaló, cuidadosamente, y obligó a su voz a conservar la calma—. Hemos encontrado algunas pruebas que sugieren que ese agente puede estar todavía ocultándose a bordo de esta nave. Tiene usted que asegurar su zona de trabajo ante una posible intrusión.
El capitán Clogston maldijo.
—¿Habéis oído eso, chicos? —llamó a sus técnicos a través del comunicador de su traje.
—¡Oh, magnífico! —fue la disgustada respuesta—. Justo lo que necesitábamos ahora.
—Eh, al menos es algo a lo que podemos disparar —recalcó tristemente otra voz.
«Ah, los barrayareses.» Miles sintió que su corazón se reconfortaba. Eran médicos militares; todos llevaban armas, benditos fueran.
Contempló el pabellón y la sala de enfermería más allá, controlando puntos débiles. Sólo una entrada, ¿pero eso era una debilidad o una fortaleza? La puerta exterior era decididamente la posición que había que defender, pues protegía el pabellón: Roic se había situado allí de manera automática. Sin embargo, los ataques tradicionales con aturdidor, arco de plasma o granada explosiva parecían… insuficientemente imaginativos. El lugar seguía conectado a la circulación del aire y la energía de la nave, pero aquella sección debía de tener sus propias reservas de emergencia de ambas cosas.
Los trajes bioprotectores militares de Grado Cinco que los médicos llevaban también funcionaban como trajes de presión, pues su circulación de aire era completamente interna. Eso no se cumplía en el caso del traje más barato de Miles, ni siquiera antes de que hubiera perdido los guantes; su equipo extraía aire del entorno, a través de filtros y drenajes. En el caso de una pérdida de presión, se convertiría en un globo tieso e incómodo, quizás incluso se rompería por algún punto débil. Había unicápsulas en las paredes, por supuesto. Miles se imaginó atrapado en una unicápsula mientras la acción continuaba sin él.
Teniendo en cuenta a lo que ya había quedado expuesto…, fuera lo que fuese, quitarse el traje bioprotector el tiempo suficiente para ponerse algo más eficaz no iba a empeorar las cosas, ¿no? Se miró las manos y se preguntó por qué no estaba ya muerto. ¿Podría el mejunje que había tocado ser simplemente un corrosivo?
Miles sacó el aturdidor del bolsillo de su muslo, torpemente, con las manos vendadas, y se acercó a las barras azules de luz que marcaban la biobarrera.
—Roic. Quiero que vuelvas a ingeniería y me traigas el traje de presión más pequeño que puedas encontrar. Yo protegeré este punto hasta que vuelvas.
—Milord… —empezó a decir Roic dubitativo.
—Desenfunda el aturdidor; ten mucho cuidado. Todos estamos aquí, así que si ves moverse algo que no vaya de verde cuadri, dispara primero.
Roic tragó saliva con aplomo.
—Sí, bien, pero quédese aquí, milord. ¡No se vaya por ahí sin mí!