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—Mi sentido común me indica que habría que decirle la pura verdad. La Estación Graf es un clamor ahora mismo, con la cuarentena y la alerta por biocontaminación. Ella necesita saber exactamente lo que está pasando, tiene derecho a saberlo. La llamaré ahora mismo.

—Oh. Bien. Gracias. Yo, hum… sabes que te quiero.

—Sí. Dime algo que no sepa.

Miles parpadeó. Las cosas no se le ponían fáciles. Lo soltó de sopetón:

—Bueno. Cabe la posibilidad de que las cosas estén muy feas para mí aquí. Puede que no salga de ésta. La situación es bastante inquietante y, hum… me temo que los guantes de mi traje bioprotector fueron saboteados por una desagradable trampa cetagandesa que disparé. Por lo visto yo también me he infectado con el mismo bioelemento que ha atacado a Bel, pero parece que no actúa muy rápido.

Al fondo, oyó la voz del almirante Vorpatril maldiciendo con un lenguaje de barracón que no estaba en demasiada consonancia con el debido respeto a uno de los auditores imperiales de Su Majestad Gregor Vorbarra. Por parte de Ekaterin, silencio: él se esforzó por oír su respiración. La reproducción del sonido en aquellos enlaces de alto nivel era tan nítida, que pudo oírla cuando volvió a soltar el aire a través de aquellos exquisitos y cálidos labios que no podía ver ni tocar.

Empezó de nuevo.

—Yo… lamento que… quería darte… esto no era lo que… nunca quise causarte…

—Miles. Deja de farfullar de inmediato.

—Oh… ¿eh?

La voz de Ekaterin se volvió más dura.

—Si te mueres ahí, no me sentiré dolida, me sentiré jodida. Todo esto está muy bien, amor, pero déjame recordarte que no tienes tiempo para regodearte en la angustia ahora mismo. Eres el hombre que solía ganarse la vida rescatando rehenes. No te está permitido no salir de ésta. Así que deja de preocuparte por mí y empieza a prestar atención a lo que estás haciendo. ¿Me estás escuchando, Miles Vorkosigan? ¡No te atrevas a morirte! ¡No lo consentiré!

Eso parecía definitivo. A pesar de todo, Miles sonrió.

—Sí, querida —repuso mansamente, aliviado. Las antepasadas Vor de aquella mujer habían defendido bastiones en la guerra, oh, sí.

—Así que deja de hablar conmigo y vuelve al trabajo. ¿De acuerdo?

Casi consiguió que el estremecido sollozo no se notara en la última palabra.

—Defiende el fuerte, amor —susurró él, con toda la ternura de que fue capaz.

—Siempre. —Miles pudo oírla tragar saliva—. Siempre.

Ekaterin cortó la comunicación. Él lo tomó como una sugerencia.

Rescate de rehenes, ¿eh? «Si quieres hacer algo bien, hazlo tú mismo.» Ahora que lo pensaba, ¿tenía ese ba idea de cuál había sido el antiguo trabajo de Miles? ¿O suponía que no era más que un diplomático, un burócrata, otro civil asustado? El ba no podía saber tampoco qué miembro del grupo había disparado la trampa de los controles remotos del traje de reparaciones. Aquel traje de bioprotección no servía para un asalto en el espacio ni siquiera antes de que lo hubieran hecho papilla. Pero, ¿qué herramientas había en la enfermería que pudieran aplicarse a usos que sus fabricantes nunca hubieran imaginado? ¿Y qué personal?

El equipo médico tenía formación militar, cierto, y disciplina. También estaban metidos hasta las orejas en otras tareas de prioridad superior. Lo último que deseaba Miles era apartarlos de su atestada mesa de laboratorio y del cuidado de su paciente en estado crítico para ponerlos a jugar con él a los comandos. «Aunque puede que tengamos que llegar a eso.» Pensativo, empezó a recorrer la cámara exterior de la enfermería, abriendo cajones y armarios y contemplando sus contenidos. Empezaba a sentir los efectos de la fatiga, y un dolor de cabeza iba en aumento tras sus ojos. Premeditadamente, ignoró el terror que aquello implicaba.

Miró al pabellón a través de las barras de luces azules. El técnico corrió hacia el cuarto de baño con algo en las manos que arrastraba unos tubos.

—¡Capitán Clogston! —llamó Miles.

La segunda figura se volvió.

—¿Sí, milord?

—Voy a cerrar su puerta interior. Se supone que debe cerrarse sola si hay un cambio de presión, pero no me fío de ningún equipo controlado por sistema remoto en este momento. ¿Está preparado para trasladar a su paciente a una unicápsula si es necesario?

Clogston le hizo un ligero gesto de asentimiento con una mano enguantada.

—Casi, milord. Estamos empezando a construir el segundo filtro sanguíneo. Si el primero funciona como esperamos, deberíamos estar listos para tratarlo a usted muy pronto.

Lo cual lo ataría a una cama en el pabellón. No estaba dispuesto a perder la movilidad todavía. No mientras aún pudiera moverse y pensar por su cuenta. «No tienes mucho tiempo entonces. No importa lo que haga el ba.»

—Gracias, capitán. Hágamelo saber.

Miles cerró la puerta con el mando manual.

¿Qué podía saber el ba, desde el puente? Más importante aún, ¿cuáles eran sus puntos ciegos? Miles reflexionó sobre el trazado de la cabina centraclass="underline" un largo cilindro dividido en tres cubiertas. La enfermería se encontraba a popa, en la cubierta superior. El puente estaba delante, en el otro lado de la cubierta central. Las compuertas internas de todos los niveles se encontraban en tres intersecciones equidistantes de las cabinas de carga, dividiendo cada cubierta longitudinalmente.

El puente tenía monitores vid de seguridad en todas las compuertas externas, naturalmente, y monitores de control en todas las puertas internas que sellaban la nave en compartimentos estancos. Destruir un monitor cegaría al ba, pero también le avisaría de que sus supuestos prisioneros se habían puesto en marcha. Destruirlos todos, o todos los que pudieran ser alcanzados, sería más confuso…, pero seguía quedando el problema de la alarma. ¿Hasta qué punto era probable que el ba llevara a cabo su apresurada, quizá loca amenaza de embestir la estación?

«Maldición, hacer algo así es muy poco profesional…» Miles se detuvo, sorprendido por su propio pensamiento.

¿Cuáles eran los procedimientos estándar de un agente cetagandés, de cualquier agente, en realidad, cuya misión encubierta se iba al garete? Destruir todas las pruebas: intentar llegar a una zona segura, una embajada o un territorio neutral. Si eso no era posible, destruir las pruebas y luego sentarse y esperar ser detenido por las autoridades locales, fueran quienes fuesen, y esperar a que tu propio bando pagara por ti o te rescatara a lo grande, dependiendo del caso. Para las misiones críticas de verdad, destruir las pruebas y suicidarte. Esto rara vez se ordenaba, porque en contadísimas ocasiones se cumplía. Pero el ba cetagandés estaba tan condicionado a ser leal a sus amos (y amas) haut que Miles se vio obligado a considerar que en este caso era una posibilidad más realista.

Pero tomar rehenes de manera chapucera entre neutrales o vecinos, transmitir la misión por todos los noticiarios y, sobre todo, el uso público del arsenal más privado del Nido Estelar… Aquél no era el modus operandi de un agente entrenado. Eso era un maldito trabajo de aficionado. Y los superiores de Miles solían acusarlo de ser un bala perdida… ¡ja! Ninguna de sus más inspiradas meteduras de pata había sido tan llamativa como ésa… para ambos bandos, ¡ay! Esta gratificante deducción, desgraciadamente, no hacía que la siguiente acción del ba fuera más predecible.

—¿Milord? —La voz de Roic sonó inesperadamente en el comunicador de muñeca.

—¡Roic! —exclamó Miles encantado—. Espera. ¿Qué demonios estás haciendo por este canal? No tendrías que haberte quitado el traje.

—Podría hacerle la misma pregunta, milord —respondió Roic con cierto descaro—. Si tuviera tiempo. Pero hubiese tenido que quitarme el traje de presión de todos modos para meterme en este traje de trabajo. Creo… sí. Puedo colgarme el comunicador del casco. Ahí. —Un leve chasquido, como el de un visor cerrándose—. ¿Puede oírme todavía?