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—Oh, sí. ¿Estás todavía en ingeniería?

—Por ahora. Le he encontrado un traje de presión, milord. Y un montón de herramientas. La cuestión es cómo llevárselo todo.

—Mantente apartado de todas las puertas estancas: están monitorizadas. ¿Has encontrado por casualidad alguna herramienta para cortar?

—Yo, hum… estoy seguro de que es lo que son, sí.

—Entonces dirígete hacia la popa con toda la rapidez que puedas, y abre un agujero en el techo de la cubierta central. Intenta no dañar los conductos de aire y los de control de gravedad y fluidos, por ahora. O a cualquier otra cosa que pueda encender los monitores del puente. Luego hablaremos de por dónde seguir.

—Bien, milord. Estaba pensando en otra cosa que podría hacer.

Pasaron unos minutos en los que sólo se oyó el sonido de la respiración de Roic, interrumpida por algunas obscenidades en voz baja mientras, por el método de prueba y error, descubría cómo manejar el equipo desconocido. Un gruñido, un siseo, un chasquido brusco.

El rudo procedimiento iba a causar un caos en la integridad atmosférica de las secciones, ¿pero empeoraría necesariamente las cosas, desde el punto de vista de los rehenes? ¡Y un traje de presión, qué maravilla! Miles se preguntó si alguno de los trajes de trabajo sería de tamaño extrapequeño. Casi tan bueno como una armadura espacial, desde luego.

—Muy bien, milord —dijo la voz de Roic por el comunicador de muñeca—. He llegado a la cubierta central. Estoy retrocediendo ahora… No estoy seguro de lo cerca que estoy de usted.

—¿Puedes extender las manos para dar un golpecito en el techo? Suavemente. No queremos que reverbere por todos los mamparos y llegue al puente de mando.

Miles se tumbó, abrió el visor, ladeó la cabeza y escuchó. Un leve golpecito, aparentemente en el pasillo.

—¿Puedes moverte más hacia popa?

—Lo intentaré, milord. Es cuestión de apartar estos paneles… —Más jadeos—. Ya. Lo intentaré de nuevo.

Esta vez, el golpe pareció producirse debajo de la mano extendida de Miles.

—Creo que ya está, Roic.

—Bien, milord. Asegúrese de apartarse mientras corto. Creo que lady Vorkosigan se enfadaría conmigo si por accidente le rebano alguna parte del cuerpo.

—Eso creo yo también.

Miles se puso en pie, desgarró una sección de la alfombra de fricción, se apartó a un lado de la cámara externa de la enfermería y contuvo la respiración.

Un brillo rojo en la placa pelada de la cubierta se volvió amarillo, y luego blanco. El punto se convirtió en una línea, que creció, oscilando en un círculo irregular hasta llegar a su principio. Un golpe, mientras la zarpa enguantada de Roic, impulsada por la energía de su traje, atravesaba el suelo, arrancando de su matriz el círculo debilitado.

Miles se acercó y se asomó, y sonrió al ver la preocupada cara de Roic a través del visor de otro traje de reparaciones. El agujero era demasiado pequeño para que él pudiera pasar, pero no lo suficientemente estrecho para el traje de presión que le tendió.

—Buen trabajo —dijo Miles—. Aguanta. Ahora mismo estoy contigo.

—¿Milord?

Miles se quitó el inútil traje de bioprotección y se metió en el de presión en un tiempo récord. El sistema de evacuación era femenino, y lo dejó sin conectar. De un modo u otro, no creía que tuviera puesto el traje demasiado tiempo. Estaba colorado y sudoroso, un momento demasiado acalorado, el siguiente demasiado frío, aunque no sabía si por la infección incipiente o por la tensión nerviosa.

En el casco no había sitio para colgar su comunicador de muñeca, pero un poco de cinta médica resolvió aquel problema en un periquete. Se colocó el casco y lo aseguró, y respiró profundamente un aire que no controlaba nadie más que él. Reacio, bajó la temperatura de su traje.

Luego se deslizó hasta el agujero y asomó las piernas.

—Agárrame. No aprietes demasiado. Recuerda: tu traje está cargado de energía.

—Bien, milord.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo la voz inquieta de Vorpatril—. ¿Qué está haciendo?

—Explorar.

Roic lo asió por las caderas, bajándolo con cuidado exagerado hasta la cubierta inferior. Miles miró pasillo arriba, más allá del gran agujero en el suelo, a las puertas estancas situadas al fondo de aquel sector.

—La oficina de Seguridad de Solian está en esta sección. Si hay algún panel de control en esta maldita nave que pueda monitorizarlo todo sin ser monitorizado a su vez, estará allí.

Recorrió de puntillas el pasillo, seguido de Roic. La cubierta crujía bajo los pies del soldado. Miles marcó el código, ahora familiar, en la puerta de la oficina; Roic apenas cupo tras él. Miles se sentó en el puesto de control del difunto teniente Solian y flexionó los dedos, contemplando la consola. Tomó aire y se inclinó hacia delante.

Sí, podía robar imágenes de todos los monitores vid de todas las compuertas de la nave… simultáneamente, si lo deseaba. Sí, podría conectar con los sensores de seguridad de las puertas estancas. Estaban diseñadas para tomar una buena visual de todo aquel que estuviera cerca (por ejemplo, golpeando frenéticamente) de esas puertas. Nervioso, comprobó una de la sección trasera. La imagen, si el ba estaba siquiera mirando con tantas cosas en marcha, no se extendía hasta la puerta de Solian. ¡Guau! ¿Podría conseguir una imagen del puente de mando, tal vez, y espiar en secreto a su actual ocupante?

—¿Qué está pensando hacer, milord? —preguntó Roic, aprensivo.

—Estoy pensando que un ataque sorpresa que requiera detenerse para abrir agujeros en seis o siete mamparos para llegar al objetivo no va a ser muy sorprendente. Aunque puede que tengamos que llegar a eso. Me estoy quedando sin tiempo.

Parpadeó con fuerza, entonces pensó que al infierno con todo y abrió el visor para frotarse los ojos. La imagen vid se aclaró en su visión, pero aún parecía temblequear por los bordes. Miles no creía que el problema estuviera en la placa vid. Su dolor de cabeza, que había comenzado como un latido sordo entre los ojos, parecía estar extendiéndose a sus sienes, que pulsaban. Estaba temblando. Suspiró y volvió a cerrar el visor.

—Esa biomierda… El almirante dijo que tenía usted la misma biomierda que el herm. La mierda que fundió a los amigos de Gupta.

—¿Cuándo has hablado con Vorpatril?

—Justo antes de hablar con usted.

—Ah.

—Tendría que haber sido yo quien manejara esos controles remotos —dijo Roic lentamente—. No usted.

—Tenía que ser yo. Estaba más familiarizado con el equipo.

—Sí —Roic bajó la voz—. Tendría que haber traído usted a Jankowski, milord.

—Es sólo una suposición, basada en una larga experiencia, te lo advierto, pero… —Miles hizo una pausa, frunciendo el ceño ante la imagen de seguridad. Muy bien, así que Solian no tenía un monitor en cada camarote, pero tenía que tener acceso privado al puente por lo menos—, sospecho que habrá suficiente heroísmo para dar y tomar antes de que termine el día. No creo que vayamos a tener que racionarlo, Roic.

—No me refiero a eso —dijo Roic, digno.

Miles sonrió, sombrío.

—Lo sé. Pero piensa en lo duro que habría sido para Ma Jankowski. Y para todos los no-tan-pequeños Jankowski.

Un suave bufido en el comunicador pegado al casco de Miles le advirtió de que Ekaterin había vuelto y estaba escuchando. Sospechó que no interrumpiría.

La voz de Vorpatril sonó de repente, rompiendo su concentración. El almirante estaba que echaba chispas.

—¡Cobardes! ¡Bastardos de cuatro manos! ¡Milord Auditor! —Ah, Miles había sido ascendido de nuevo—. ¡Los malditos mutantes van a enviarle a ese cetagandés asexuado un piloto de salto!