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—¿Qué? —En el estómago de Miles se hizo un nudo todavía más apretado—. ¿Han encontrado un voluntario? ¿Cuadri, o planetario?

No podía haber tantas posibilidades donde elegir. Los neurocontroladores instalados quirúrgicamente del piloto tenían que encajar en las naves que guiaba a través de los saltos de agujero de gusano. Por muchos pilotos de salto que hubiera en aquel momento de paso (o atrapados) en la Estación Graf, lo más probable era que la mayoría fueran incompatibles con los sistemas de Barrayar. ¿Era entonces el propio piloto de la Idris, o el piloto suplente, o un piloto de alguna de las naves komarresas hermanas…?

—¿Qué le hace pensar que se ha ofrecido voluntario? —rugió Vorpatril—. No me puedo creer que estén entregando…

—Tal vez los cuadris tengan preparado algo. ¿Qué dicen?

Vorpatril vaciló, y luego escupió:

—Watts me cortó la comunicación hace unos minutos. Estábamos discutiendo sobre qué equipo de asalto debería entrar, el nuestro o los milicianos cuadris, y cuándo. Y a las órdenes de quién. Ambos a la vez sin ninguna coordinación me parecía una idea espantosamente mala.

—En efecto, se aprecian los riesgos potenciales.

El ba estaba empezando a parecer un poco en desventaja. Pero cuando había bioamenazas de por medio… La naciente simpatía de Miles murió cuando su visión empezó a nublarse de nuevo.

—Nosotros somos invitados en esta historia… Espere. Algo parece que sucede en una de las compuertas externas.

Miles amplió la imagen del vid de seguridad que mostraba la compuerta que había cobrado vida de repente. Las luces de atraque que enmarcaban la puerta exterior ejecutaron una serie de comprobaciones y permisos. El ba, se recordó, probablemente estaba viendo lo mismo. Contuvo la respiración. ¿Estaban los cuadris, fingiendo entregar el piloto de salto exigido, a punto de intentar introducir su propia fuerza de choque?

La compuerta se abrió, ofreciendo un breve atisbo del interior de una diminuta cápsula de una sola persona. Un hombre desnudo, los plateados círculos de contacto del implante neural de un piloto de salto brillando en el centro de su frente y en las sienes, atravesó la compuerta. La puerta volvió a cerrarse. Alto, moreno, guapo a pesar de las pequeñas cicatrices rosadas que serpenteaban por todo su cuerpo. Dmitri Corbeau. Su rostro estaba pálido y tranquilo.

—El piloto de salto acaba de llegar —le dijo Miles a Vorpatril.

—¡Maldición! ¿Humano o cuadri?

Vorpatril iba a tener que trabajar duro con su vocabulario diplomático…

—Planetario —respondió Miles, a falta de otro comentario más agudo. Vaciló, y luego añadió—: Es el alférez Corbeau.

Un silencio incrédulo.

—¡Hijo de puta…! —susurró entonces Vorpatril.

—Calle. El ba está hablando por fin.

Miles ajustó el volumen y abrió de nuevo el visor para que Vorpatril pudiera escuchar también. Mientras Roic mantuviera su traje sellado, era… no era peor que siempre. «Sí, ¿y cómo es eso de malo?»

—Gire hacia el módulo de seguridad y abra la boca —ordenó fríamente la voz del ba, sin más preámbulos, por el monitor del vid—. Más cerca. Ábrala más.

Miles fue invitado a contemplar una buena perspectiva de las amígdalas de Corbeau. A menos que Corbeau llevara un diente lleno de veneno, no había ningún arma oculta dentro.

—Muy bien…

El ba continuó con una serie de gélidas indicaciones para que Corbeau ejecutara una humillante secuencia de giros que, aunque no tan concienzudos como una exploración de cavidades corporales, al menos confirmó que el piloto de salto no llevaba nada allí tampoco. Corbeau obedeció con precisión, sin vacilar ni discutir, su expresión rígida y neutral.

—Ahora suelte la cápsula de las abrazaderas de atraque.

Corbeau se levantó y se acercó a la compuerta. Un chasquido y un chirrido: la cápsula, liberada pero sin energía, se apartó del casco de la Idris.

—Ahora escuche estas instrucciones. Camine veinte metros hacia la proa, gire a la izquierda y espere a que se le abra la siguiente puerta.

Corbeau obedeció, todavía sin expresión ninguna en el rostro, excepto en los ojos. Su mirada parecía estar buscando algo, o intentaba memorizar su ruta. Se perdió del alcance de los vids de la compuerta.

Miles reflexionó sobre la peculiar pauta de viejas cicatrices de gusano que surcaban el cuerpo de Corbeau. Debía de haber rodado, o lo debían de haber hecho rodar, por encima de un nido muy feo. En aquellos ajados jeroglíficos parecía haber escrita toda una historia. Un joven muchacho colonial, tal vez el chico nuevo del campamento o el poblado… ¿Lo engañaron o lo retaron o tal vez lo desnudaron y lo empujaron? Se tuvo que haber levantado del suelo, llorando y asustado, en medio de una burla cruel…

Vorpatril maldijo, repetidas veces, entre dientes.

—¿Por qué Corbeau? ¿Por qué Corbeau?

Miles, que se estaba preguntando lo mismo frenéticamente, aventuró:

—Tal vez se ofreció voluntario.

—A menos que los malditos cuadris lo hayan sacrificado. En vez de arriesgar a uno de los suyos. O… tal vez imaginó que es otra forma de desertar.

—Yo… —Miles contuvo sus palabras mientras reflexionaba un momento, y luego las soltó de sopetón—: Creo que eso sería hacerlo por la tremenda.

No era más que una suposición, pero ¿de quién demostraría Corbeau ser aliado?

Miles detectó de nuevo la imagen del alférez cuando el ba lo obligó a dirigirse hacia el puente de la nave, abriendo y cerrando brevemente puertas estancas. Atravesó la última barrera y salió del alcance del vid, la espalda recta, silencioso, los pies descalzos pisando silenciosamente la cubierta. Parecía… frío.

El destello de otra alarma sensora desvió la atención de Miles. Rápidamente, recuperó la imagen de otra compuerta, justo a tiempo de ver a un cuadri con un traje bioprotector verde golpear con fuerza el monitor vid con una llave de tuerca mientras, más allá, otras dos figuras vestidas de verde pasaban corriendo. La imagen se distorsionó y se apagó. Pero Miles todavía pudo oír el zumbido de la alarma, el siseo de una puerta al abrirse…, pero ningún siseo al cerrarse. Porque no se había cerrado o porque se había cerrado en atmósfera de vacío. El aire y el sonido regresaron cuando la compuerta giró. La puerta, por tanto, había sido abierta al vacío: los cuadris habían huido para saltar a la Estación.

Eso respondía a su pregunta sobre sus trajes bioprotectores: al contrario que el material más barato de la Idris, podían soportar el vacío. En el Cuadrispacio, tenía todo el sentido del mundo. Media docena de compuertas de la Estación ofrecían refugio a poco más de unos cientos de metros; los cuadris escapados podrían elegir la que quisieran, además de las cápsulas o lanzaderas que revolotearan cerca, capaces de recogerlos y llevarlos a bordo.

—Venn, Greenlaw y Leutwyn acaban de escapar por una compuerta —informó Miles a Vorpatril—. Buen momento.

Un momento cojonudo. Escapaban justo cuando el ba estaba distraído por la llegada de su piloto y, con la posibilidad real de una huida ahora a su alcance, menos inclinado a llevar a cabo su amenaza de embestida. Era exactamente el movimiento adecuado, ir liberando rehenes de la presa del enemigo a cada oportunidad. Desde luego, aquel asunto de la llegada de Corbeau había sido calculado al milímetro. Miles no lo lamentaba.

—Bien. ¡Excelente! Ahora esta nave está completamente libre de civiles.

—A excepción de usted, milord —recalcó Roic. Iba a decir algo más, pero captó la sombría mirada que Miles le dirigió por encima del hombro y se tragó las palabras.